Una solución al «argayón» con rigor y celeridad
Fue como entrar en el túnel del tiempo. Coches a 20 por hora por Pajares. Otros atascados en la rampa de Saso, la del 17%, llamada así en honor al gruista que remolcó durante décadas los vehículos con el motor gripado. Caravanas desde Busdongo. Camiones retenidos al primer copo. Accidentes. Los asturianos retrocedieron de sopetón a una imagen arrinconada en la memoria desde hacía cuarenta años. Si ya sabían que el Huerna era una arteria primordial, el cierre les demuestra empíricamente que a la autopista hay que mimarla, y que procede buscar con tanto rigor como celeridad soluciones al «argayón».
Desde que Asturias es Asturias, las montañas se mueven. Es una manera gráfica de expresar que buena parte de la historia de las carreteras regionales, en su diseño y en su conservación, está moldeada por un relato de argayos. Las rocas que conforman la orografía astur son propensas por su morfología a desestabilizarse. Una fractura pequeña por la que durante años se cuela el agua acaba por generar grandes tensiones y desmoronar a un gigante. Cualquier perturbación, pero en especial la lluvia, es suficiente para tumbar una ladera. Normalizar esta realidad no significa que usar la autopista del Huerna, en la que acaba de producirse el monumental desprendimiento del Buscón, entrañe peligro especial. Como tampoco lo supone circular por cualquier otro eje en mitad de desmontes, prácticamente todos aquí. No abundan los llanos.
Acabamos de comprobar en la última dana la existencia de medios para anticipar la llegada de precipitaciones torrenciales, pero no para concretar al milímetro su punto de máxima incidencia, ni las consecuencias de la descarga. Con los argayos ocurre lo mismo. Son fenómenos predecibles y a la vez imprevisibles. Resulta fácil identificar las principales áreas geológicas susceptibles de una rotura, pero nadie está en condiciones de prever la llegada de una avalancha, ni el cuándo, cómo y exactamente dónde. Un problema común al Norte. En las autovías de Guipúzcoa, una empresa pública del Gobierno vasco monitoriza con una red de sensores, a diario y en directo, los enclaves conflictivos. Los expertos suelen recomendar tras cada despeñamiento implantar en Asturias esta tecnología. Habrá que pensarlo.
El trastorno es severo. Por el encarecimiento del transporte los días que dure el cierre del cordón umbilical de la economía asturiana y porque cientos de particulares ya se han visto forzados a alargar tiempos de viaje y a alterar recorridos. Dentro de la gravedad, una alegría: no haber tenido que lamentar desgracias personales. Si un autobús de los muchos que esa jornada completaron la ruta con seguidores del Sporting y del Oviedo queda sepultado, o las rocas atrapan el turismo del gijonés que escapó por los pelos y lo contó en LA NUEVA ESPAÑA, estaríamos hablando de un asunto diferente.
Una situación tan singular requiere medidas extraordinarias, no la rutina de actualizar con mensajes escuetos los paneles luminosos de las calzadas. Se echa en falta desde el instante inicial una orientación proactiva adaptada a los usuarios. Mejor información y señalización de los itinerarios alternativos ayudaría a evitar la ratonera de Pajares en invierno, al igual que partes meteorológicos específicos y cámaras que permitan comprobar el estado del puerto antes de subirse al coche.
Retirar los restos y sujetar el talud va para largo. Conviene clarificar la complejidad. Dar una solución al problema sin comprometer la seguridad en un paso tan sensible exige estudiar bien las opciones, sin inclinarse porque sí ante la más barata –cara a la larga– o apostar por el clásico remiendo chapucero. Urge decidir una salida, pero libre la autoridad competente a los asturianos de esos desvíos provisionales que acaban convirtiéndose al descuido en definitivos. Tantas veces antes lo hemos visto… Por fortuna la Variante funciona. El tren alivia el ahogo psicológico que origina el aislamiento.
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El Huerna, única autopista de alta montaña de España, no se parece a ninguna otra. Episodios como el del domingo subrayan la épica de Asturias en la lucha por unas infraestructuras modernas, plena de proezas y alardes técnicos. Viene a recordarnos también que nada acaba con la cinta inaugural. Las obras necesitan mantenimiento. Múltiples vías regionales y estatales presentan un estado lamentable. La salida a la Meseta no figura precisamente entre las peor atendidas. Pero esto es materia de otro análisis. Quedará tiempo para abordarlo.
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