La guerra de Ucrania silencia el Gulag bielorruso
Colocar un simple ‘like’ en un ‘post’ en el que se critica vagamente al régimen del dictador Aleksándr Lukashenko; garantizar los envíos de comida a presos que cumplen pena por motivos políticos, aunque se trate de familiares necesitados; tener en el teléfono material o escritos que un simple agente de policía en la calle pueda considerar como sospechosos o extremistas… Estas son solo tres de las razones que pueden llevar a la cárcel, hoy en día, a cualquier ciudadano de a pie en Bielorrusia, según denuncian activistas opositores que han podido abandonar el país. Con la atención de los medios de comunicación occidentales centrada en la guerra que está desarrollándose en la vecina Ucrania, la feroz represión desencadenada en la pequeña nación eslava, donde cientos de miles de ciudadanos salieron a la calle en agosto de 2020 para protestar tras unas elecciones presidenciales que tildaron de «falsificadas», está pasando prácticamente desapercibida ante la opinión pública en Occidente.
«Bielorrusia es una gran cárcel, una cárcel al aire libre», denuncia Volha Takarchuk, una diseñadora convertida en popular bloguera durante el agitado verano de hace cuatro años, cuando la pequeña exrepública soviética afrontó la mayor muestra de descontento social desde la independencia del país. Ni siquiera en la vecina Rusia el atropello de las libertades básicas ha llegado a semejante nivel, lamenta la disidente. «Tengo la impresión de que somos un laboratorio, un experimento» de la represión para el vecino país. Takarchuk blande como ejemplo el caso de su madre, arrestada en enero de 2022 en una redada masiva contra gentes que facilitaban los envíos suplementarios de alimentos a los presos políticos, una posibilidad que con la ley en la mano, permite el sistema penitenciario bielorruso.
«Dos días antes de la operación, declararon extremista al fondo que financiaba» esas compras, y «cientos de personas fueron arrestadas inmediatamente; muchos de ellos eran pensionistas, de más de 50 años, incluso de 70 años», rememora. Para esta gente, opina Takarchuk, una pena de prisión en una colonia penitenciaria bielorrusa equivale a «un asesinato«, ya que descarta que puedan soportar las duras condiciones penitenciarias. Ella misma, durante su encarcelamiento de un año y medio de duración, entró en contacto con una abuela a la que estuvieron trasladando en un tren «durante tres días», en terribles condiciones de hacinamiento junto con otros presos.
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Un buen número de médicos y profesionales de la sanidad han sido también encarcelados, por razones tales como negarse a borrar en los certificados médicos de detenidos a los que examinaron los resultados de los golpes con las porras, sostienen fuentes opositoras. «Hubo un caso de un chico que perdió la vista cuando le pegaron con una en un ojo; otros han sido golpeados con tanta dureza que han enloquecido y no pueden volver a hacer una vida normal», relata. Según los cálculos de Tatsiana Khomich, hermana de la flautista Maria Kolesnikova, una de las principales cabecillas opositoras, en las cárceles bielorrusas aún quedan alrededor de 1.500 prisioneros políticos, muchos arrestados durante las manifestaciones antigubernamentales posteriores a los comicios del verano de 2020.
Las calles del país presentan un aspecto vacío, con mucha menos gente paseando por ellas en comparación a lo que se veía antes de que se produjeran las manifestaciones contra Lukashenko. «El país se está vaciando; muchos se han ido y otros han sido arrestados, y eso se nota en la vida diaria», relata Alena Turava, presidenta de Razam Bielorrussos de Catalunya, que agrupa a la oposición del país eslavo presente en Barcelona y mantiene contactos con el interior.Muchas profesiones, como los médicos, están siendo asumidas por ciudadanos llegados de exrepúblicas soviéticas de Asia Central, ante la gran cantidad de vacantes creadas. Takarchuk, quien pasó alrededor de 18 meses en la cárcel, también ha podido constatar un antes y un después de su encierro. «Tras las elecciones, aunque la situación era difícil, había esperanza; cuando salí de la cárcel, todo era gris, la gente está aterrorizada y ni siquiera sonríe por la calle», relata.
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La vida de los presos excarcelados también se ha tornado muy complicada. En muchos casos, son obligados a presentarse regularmente en las comisarías, lo que les obliga a rememorar las vicisitudes carcelarias con frecuencia y les impide pasar página. La activista Takarchuk recuerda como tenía que acudir a la comisaría «cada lunes» y aguardar en la cola junto con otros opositores liberados hasta «cinco horas«. «Era la cola de los ‘protestantes'», casi bromea. Y todo ello envuelto en una atmósfera de permanente temor a ser arrestado. «Cualquier agente tiene el derecho a pararte en la calle, obligarte de forma ilegal a que le enseñes tu teléfono móvil«, critica la opositora. «Cualquier canal independiente en Telegram, una pequeña página de contactos en Instagram, puede ser suficiente para que inicien allí mismo contra ti un proceso criminal«, concluye.
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