Crónica desde Beirut: racismo bajo las bombas
Tras una puerta de metal en una bulliciosa calle de Beirut, se esconde todo un mundo. Cerrada a cal y canto, protege un universo que ahora es el refugio de 200 mujeres. Fuera retumban las bombas. Los agujeros de bala que cubren algunas paredes les recuerdan que están lejos de casa. Pero, en el interior de este mundo reducido, los bebés aprenden a decir sus primeras palabras, sus madres respiran aliviadas mientras las demás se los pasan en brazos, y cada noche hay un festival de comida sierraleonesa cocinada en hermandad. La guerra contra el Líbano no sólo ha recrudecido sus vidas de miseria, sino que también ha transformado esta nave industrial donde se celebraban eventos. Ahora, ‘The Shelter’, el refugio en inglés, acoge en su seno parte de la comunidad de trabajadoras domésticas venidas de Sierra Leona al país de los cedros en busca de trabajo.
Ni en tiempos de paz la encontraron. “No estás en un país donde estas mujeres tengan sus derechos, donde la gente las respete y las trate como si fueran sus iguales”, lamenta Lea Ghorayeb, una joven libanesa a cargo de este centro de desplazadas improvisado. Ghorayeb es la manager de The Mayyas, el grupo libanés de bailarinas que ganó el popular programa ‘America’s Got Talent’ hace un par de años. Sus contactos en el mundo del espectáculo le ayudaron a poner solución a un problema al que nadie se quería enfrentar. “Es un poco desgarrador tener que dar un paso adelante para hacer esto, pero, en realidad, estamos en una burbuja en la que nos olvidamos de que hay una guerra afuera, y ese es nuestro único objetivo”, dice con un inevitable tono de desconsuelo a este diario. “Personalmente me hace dormir mejor, porque siento que estamos haciendo algo por una causa mayor”, añade.
“¿Conoces a esta chica?”
Pero, incluso en el interior de ‘The Shelter’, hay multitud de recordatorios del conflicto que se vive fuera de estas frías paredes. Lea y seis amigas más han dado la libertad a las 200 mujeres de Sierra Leona que, tras mes y medio de convivencia, se han convertido también en amigas para llenar los tabiques desnudos de calor. A la entrada del recinto, junto al retrato de una joven sonriente, hay una pregunta: “¿Conoces a esta chica?”. “Si tienes cualquier información sobre ella, por favor háznoslo saber. Estaba viviendo en Dahiyeh”, explica un cartel impreso a todo color. Dahiyeh significa suburbios en árabes, y se refiere a los suburbios sureños de Beirut. Allí caen bombas día tras día, hora tras hora. ¿Quién sabe si alguna de ellas terminó con esa chica?
Desde el inicio de la ofensiva militar israelí, que ya se ha cobrado más de 3.000 vidas en apenas dos meses, esta zona ha sido azotada prácticamente a diario por las bombas hebreas. Ya casi no queda ni una de las 700.000 personas que vivían allí antes del 23 de septiembre que lo cambió todo. Durante los dos meses previos, Maria Tukabia trabajó en Dahiyeh, aunque vivía en Sabra. “Las bombas no tienen ojos así que cuando [el Ejército israelí] Los mandé, no sabíamos dónde caerían”, cuenta a EL PERIÓDICO esta joven de 25 años. Pero la terrible experiencia de Mary comenzó mucho antes. «llegué hace un año y medio a Beirut y, cuando llegué a mi señora [su empleadora libanesa] “Me quitó mis documentos y me dijo que me pagaría una vez que regresara a Sierra Leona”, explica indignada.
“Le dije que no, que no tenía una cuenta corriente allí y que me tenían que dar mi dinero para poder enviarlo a mi familia”, relata Tukabia. “Como se negaba a pagarme, dejé de comer, tiraba la comida que me ponían en la mesa, y me preguntaban por qué quería morir, y yo no quería morir, sólo quería que me dieran lo que me pertenecía”, reclama. “Mi condición empeoró y decidí huir de esa casa, aunque no conocía a nadie en la calle, pero, cuando vi a mis compañeras negras, pese a que no fuéramos del mismo país, sí diferentes al resto del mundo, sentí que volvía a mi hogar”, afirma emocionada. “Ahora, quiero volver de verdad a mi Sierra Leona natal para ser libre de nuevo”, añade.
«Historias tristes»
Entre sus brazos, Maria sujeta al pequeño Mohammed de apenas tres meses. Su madre está descansando en los colchones del interior del refugio. Entre sus brazos, Maria sujeta el rayo de luz en otro relato de oscuridad. “No conozco al padre”, explica Zaynab, de 26 años, en voz muy baja, “porque solía trabajar hasta tarde y fue entonces cuando me atacaron y fui violada”. El risueño y encantador Mohammed es el resultado de esta violación. “Yo también quiero volver a Sierra Leona para cuidar de mis dos hijos y de mi madre enferma”, confiesa Zaynab a este diario, pensando en el pequeño de ahora cinco años que dejó con su hermana para buscar una vida mejor en el Líbano.
Esclavitud moderna
Bajo el sistema kafala, que significa patrocinio, estas mujeres, venidas del sudeste asiático y de África, están completamente vinculadas a sus empleadores que las contratan a través de abusivas agencias. “Es horrible: de 100 mujeres que hemos atendido solo cuatro tenían con ellas sus pasaportes, porque sus madames se los quitan nada más llegar a su casa”, denuncia Ghorayeb. Organizaciones locales e internacionales, como Human Rights Watch o Oxfam Intermón, consideran el sistema kafala como “esclavitud moderna”. Las más de 250.000 trabajadoras domésticas del Líbano no están protegidas por su ley laboral y, en situaciones de guerra como la actual, son abandonadas a su completa suerte.
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“Las entidades que han dado un paso al frente para estas migrantes son en su mayoría iglesias y conventos o espacios vacíos, porque, aunque no hay una política oficial, estas mujeres no son aceptadas en las escuelas transformadas en refugio por el gobierno libanés”, denuncia Ghorayeb. Por eso, cuando ella las conoció, eran un grupo de mujeres durmiendo en la playa pública de Beirut, sin otro lugar al que ir. Ahora, en su refugio, son otras. El espacio está repleto de risas, colores y música. Unas 130 de ellas ya tienen el permiso para volver a casa en un vuelo chárter de la Organización Internacional para las Migraciones. “Necesitaremos ayuda cuando volvamos, porque no tenemos absolutamente nada con nosotras”, lamenta Maria.
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