Detesto a la gente normal, los problemas de la gente normal. Hay que huir como de la peste, es muy aburrido
Hace exactamente dos meses, Albert Serra (Bañolas, Girona, 1975) ganaba la Concha de Oro a la Mejor Película del Festival de Cine San Sebastián con un documental, Tardes de soledad, envuelto en polémica desde antes de proyectarse. En él, el cineasta sigue al torero peruano Andrés Roca Rey y su cuadrilla desde que se prepara para su faena en el ruedo hasta después de abandonarlo, obsesionado por el compromiso y la plasticidad del rito pero sin dejar de mostrar, con la mayor de las crudezas, los horrores a los que se somete a un animal que no sabe qué pinta ahí. El PACMA amenazó con manifestarse en la proyección, y los taurinos se apresuraron, sin haber visto la cinta, a incorporar al cineasta a sus huestes.
El premio donostiarra es el primero reseñable que el cineasta catalán recibe en su propio país, donde los galardones hasta ahora le habían sido esquivos -los Goya siempre le han ignorado- y se le había tratado con cierto desdén. Él, que ha trabajado principalmente en Francia y siempre ha estrenado fuera sus películas, tampoco había apostado hasta ahora por hacerse valer aquí. Esta semana, la concesión del Premio Especial de Márgenes, el festival internacional de cine de Madrid, venía a confirmar ese progresivo acercamiento a un creador tan original, arriesgado e insobornable como polémico, un digno heredero de su admirado Dalí al que en lugares como Francia o Estados Unidos se venera y se coloca en un olimpo muy cercano al de Almodóvar, al menos entre el público más especializado.
El encuentro con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA se frustró por circunstancias de última hora, pero para Serra tampoco el teléfono supone un filtro. La persona y el personaje es célebre por decir siempre lo que piensa, mientras que lo que piensen los demás le da exactamente igual, como tampoco le importa demasiado que el público vaya a las salas a ver esta Tarde de toros cuando se estrene el próximo 7 de marzo. «No me quita el sueño», asegura el director. «Lo que me interesa es la película, no la gente que la ve». Como siempre, empezamos haciendo amigos.
P. Y los premios, ¿son importantes?
R. En tanto que productor sí que considero que son importantes, pero en tanto que director, no. Porque si te fijas en la nómina de los que han ganado el premio antes, te puedes imaginar que pocos están a mi altura. Desde mi punto de vista, claro… Así que ya no te puede hacer ilusión.
P. San Sebastián, ahora Márgenes… ¿Cómo está viviendo esto de que por fin se le reconozca en España?
R. Me hace gracia porque está sucediendo con un documental, donde no existe lo que más me gusta hacer en el mundo, que es la dirección de actores, y que es para lo que considero que estoy más dotado.
P. Los taurinos han tratado de apropiarse de esta película. ¿Es algo que le importe?
R. No, porque con una película de toros ya sabes que, inevitablemente, alguien querrá apropiársela o denostarla. Va con la polémica aparejada. Era algo previsible por el propio tema que trata, yo sabía que pasarían cosas y que sería un poco desagradable o tenso. Es un tema en el que el posicionamiento de mucha gente es irracional.
P. Al parecer a Andrés Roca Rey no le ha gustado.
R. No es cierto. Simplemente vio el montaje, antes de estar terminado, y tenía pequeños peros porque él lo mira, yo creo, muy atento a su performance como torero. Y la película es mucho más que eso. Cuando la vuelva a ver, con el tiempo, será distinto. De hecho, todos los de la cuadrilla la vieron en el Festival de Sevilla y les gustó mucho. Tiene que pasar más tiempo y tiene que verse como una película, no como un retrato super fidedigno de la actividad precisa de un torero toreando.
P. Normalmente trabaja poniendo la cámara y dejando que las cosas vayan sucediendo delante de ella, sin un plan muy estudiado. ¿Si el torero de repente es gravemente herido o muere durante el rodaje, existiría la película?
R. Eso sería un tema ético que habría que pensar muy bien, porque algo así podría transgredir una serie de valores. Pero a priori parece una cosa un poco indigna.
P. Lo decía porque siempre sostiene que la moral no entra en sus películas, o que queda un poco aparte.
R. Claro, queda un poco aparte, pero si se convierte en la absoluta protagonista… La moral queda fuera para poder experimentar en terrenos o atmósferas desconocidas para mí y para los actores, para poder encontrar una cierta originalidad y también para mantener una cierta inocencia. Para que se puedan explorar esos territorios, a veces no tienen que aplicarse las normas que rigen en la vida normal. Pero esto que planteas sería un tema más ético y de dignidad. La película no existiría, probablemente.
P. Alguna vez ha dicho que su cine, las películas de ficción, las rueda como si fueran documentales. ¿Ahora que ha probado, y con éxito, esta forma en estado puro, se plantea hacer más documentales y menos ficción?
R. Yo siempre empleo la metodología del documental, pero introduciendo elementos de fantasía que son los que crean la ficción: con los actores, por la propia situación, el argumento, el vestuario… Es artificio superpuesto a esa captación, bastante documental, de la realidad: las tres cámaras, yo siempre lejos de la acción, sin que los actores sepan exactamente qué se está filmando… Aquí fue lo mismo, solo que yo intervenía menos: no podía decir nada a los actores porque estaban en situaciones reales, no se les podía distraer. Pero creo que mi metodología funciona bien tanto para la ficción como para el documental.
No creo que haga más documentales. No hay ningún otro tema a mi alcance que me interese»
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P. ¿Veremos entonces más documentales suyos?
R. No lo creo. No hay ningún otro tema a mi alcance que me interese. Para hacer un tema que me quede lejos, en otros países por ejemplo, seguro que quienes lo conocen más lo pueden hacer mejor. Ahora mismo no hay un tema aquí en España que se pueda comparar con este. Y además, visualmente es muy impactante. Un tema grave y a la vez visualmente impactante, no hay tantos.
P. Ha dicho que a la hora de hacer esta película lo que le interesaba era el compromiso, la determinación del torero que se juega la vida en el ruedo.
R. Era uno de los aspectos que son más extraños o difíciles de dilucidar, de entender el motivo. La parte más plástica o festiva del arte de torear ya se ve mucho. Hay muchas imágenes, grabaciones de teles… mucho documento. Pero escarbar un poco más hondo en su intimidad y comprender este compromiso no es tan fácil. Eso era lo más misterioso. No sé si encontramos la respuesta, porque la película deja muchos interrogantes abiertos. Pero al menos hay un acercamiento muy próximo a la verdad -y esta es la palabra que más se usa en la película- de ese compromiso.
P. Quería ligar eso con su compromiso feroz con el cine y con una forma muy radical de plantearlo. Podríamos decir que es un poco la antítesis del célebre ‘cinismo posmoderno’.
R. Claro. Haciendo esta película, creo que tanto yo como otros miembros del equipo, al tener esa proximidad con Andrés y los otros toreros, aprendimos mucho, y nos dio incluso un poco de moral para seguir un camino similar al de él. Porque él asume riesgos mucho más graves de los que asumimos nosotros, que en el peor de los casos es que una película salga mal y que artísticamente sea un fracaso. Una cosa jodida pero que, al lado de la posibilidad de morir o ser gravemente herido, no es nada. Y esto inspira para encontrar cada uno su camino y hacerlo con el mismo rigor que lo hacen ellos.
Fui antes mucho más famoso yo que mis películas. Y esto ayudó, porque siempre pude hacer lo que quise con ellas. No tuve que corromper ni una sola imagen porque ya me corrompía yo mismo»
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P. Aunque lo hemos ido apreciando en sus películas, ¿cómo diría que ha cambiado el Albert Serra actual respecto al que dirigió Honor de cavallería, el de los comienzos de su filmografía?
R. El planteamiento original de basarme en la inocencia se mantiene. Lo único es que para renovar esta inocencia primigenia se tienen que hacer unas estrategias cada vez más complicadas con el fin de destruir todos los a prioris que se han ido adquiriendo. Otra evolución natural es que se han ido añadiendo muchas capas a las películas. Al principio eran una cosa muy minimalista, y luego se han vuelto cada vez más barrocas, más confusas, incluso más opacas, con niveles narrativos bien desarrollados. También está el trabajo con los actores: se han añadido actores profesionales, algunos muy famosos, aunque no hago ninguna distinción entre actores profesionales y no profesionales. Pero incorporar actores profesionales le da una dimensión icónica diferente a las imágenes. Luego la metodología de rodaje, el trabajo con las tres cámaras, es siempre la misma, lo que pasa es que ahora con más conocimiento, con más refinamiento. La ambición artística quizás es superior, porque hay una autoconciencia cada vez más, digamos, profunda, de lo que es la evolución del cine contemporáneo y de la necesidad de intentar aportar algo nuevo. Ha aumentando la ambición de reflexionar más profundamente sobre cuál es la esencia del cine. Y todo esto ha evolucionado de manera natural, sin obsesionarme. Cada película sale al azar, pero todas tienen ese compromiso con el rigor estético, sin ninguna otra consideración tipo ‘el éxito’. De hecho, fui antes mucho más famoso yo que mis películas. Y esto ayudó, porque siempre pude hacer lo que quise con ellas. No tuve que corromper ni una sola imagen porque ya me corrompía yo mismo.
P. Ya era un personaje. Aunque realmente en usted no hay diferencia entre persona y personaje… ¿o en algún momento interpreta alguno?
R. ¡Nunca! Si no yo sería una cosa tan mala como un actor [risas].
P. Después de varias películas de época, con las dos últimas parece que se ha reconciliado con el presente. ¿Le interesa ahora más el mundo actual?
R. No sé… Quizá ya no le tengo tanta manía. Lo que me molesta son esos entornos más convencionales, urbanos… Las películas que hablan de un mundo demasiado cercano. Aunque yo trate el mundo contemporáneo, siempre hay un extrañamiento, una cierta distancia. Es un mundo contemporáneo en unos espacios físicos un poco particulares.
P. Como la Polinesia francesa en ‘Pacifiction’, o el ruedo en ‘Tardes de soledad’…
R. Exacto. Y la próxima en un sitio raro de Rusia. No son las típicas películas hechas en las calles de París, de Barcelona o de Madrid, con unas parejas jóvenes y sus líos de amor o de trabajo… Todo eso que le pasa a la gente normal. ¿Sabes cuando decimos «estos son los problemas de la gente normal»? Detesto a la gente normal, los problemas de la gente normal. De esto hay que huir como de la peste. Es muy aburrido.
P. Esa película que ha mencionado es su célebre próxima película ‘americana’, entiendo.
R. Sí. Bueno, está hecha en Europa y no se filma en EEUU porque sucede en Rusia, pero sí que es una peli con actores americanos conocidos. Que no sé cuáles son todavía, pero serán americanos y conocidos [risas].
P. No se ha empezado a rodar todavía, entonces.
R. No, se rueda en verano del año que viene.
P. ¿Qué es el cine para Albert Serra?
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R. El cine fue una posibilidad de salir de la vida normal, de la vida cotidiana aburrida. Se crea un mundo paralelo en el que no solo se vive durante el rodaje, sino buena parte del año. Fue la posibilidad de vivir una vida más divertida. Al mismo tiempo, hoy en día el cine y las propuestas que se pueden generar en él me parecen infinitamente más interesantes, por ejemplo, que el teatro o que el arte contemporáneo. No que la literatura, que todavía sigue siendo lo más respetable, como siempre ha sido. Pero en el teatro veo demasiado adocenamiento, y en las artes plásticas, más adocenamiento y absurdidad.
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