Dani Martín, himnos pop con letras bochornosas en su nuevo álbum
‘El último día de nuestras vidas’
Dani Martín
música sony
pop-rock
★★★
No parece que Dani Martínnecesite desesperadamente publicar discos para figurar en el mapa ni para llenar salas (a juzgar por esas 10 noches que le esperan dentro de un año en el Wizink Center, vendidas meses atrás, y las que seguirán, incluido el Palau Sant Jordi en 2026), pero ‘El último día de nuestras vidas’ tiene los ingredientes oportunos para refrescar su catálogo a base de materiales seguros: expeditivo pop de guitarras, alguna balada ornamentada con primor, letras deslenguadas.
Es su álbum más cercano a El Canto del Loco, como queda claro en la traca inaugural. Hay un ánimo de transmitir urgencia que estalla en el primer tema, el titular, a lomos de un estribillo desbocado, y el ritmo se mantiene en los dos siguientes. La música se atempera a medida que entramos en la sección de rimas expiatorias: “Sé que fui un gran cabrón…” (empieza la balada ‘Carpe diem’), “dicen que soy un bala perdida” (en la incursión fronteriza de ‘Perla perlita’). Mucho desamor y nostalgia de la chispa que se extravió. Ahí despunta ‘Malasaña’, con el estribillo más sentimental (y logrado) del paquete.
Ya no se liga como antes
Pueden sorprender los mensajes que revelan una incomprensión del mundo moderno, proyectando a un Dani Martín un poco ‘abuelo Cebolleta’ a sus 47: “Ya no se va a los bares a ligar”, lamenta en ‘Me vuelves puto loco’; “cuánta tontería hay por aquí / todo el mundo es ‘coach’ y está feliz / esa red social os va a destruir”, sermonea en ‘Burning man’, pieza con andares de himno, tocada por los metales.
Y qué decir de ‘Novedades viernes’, donde repite una consigna digna de las mejores páginas de la poesía trovadoresca provenzal (“iros a tomar por el culo”, invita haciendo callar los instrumentos y paladeando cada sílaba), que dedica a la “música actual”, con citas a J Balvin y a Bizarrap. Arremete ahí contra la política comercial de duetos, el ‘autotune’ y, en fin, un género, que, aun sin citarlo, es el reguetón (“ese ritmito que me hace vomitar”, confiesa, y en el cierre del tema oímos sus náuseas). Es interesante que Martín no sea consciente de que él bien puede ser visto como un producto comercial tan aparatoso como los que está criticando. Puede incluso causar risa que se presente asociándose a un ideal de pureza artística, como si el márketing fuera una maldad ajena a él.
Superioridad moral al margen, las tonadas eficaces, ingeniosas, se dejan escuchar y ahí están, en el tramo final, arropando al “puto surfista” con el que “ella se fue a Jávea”, y envolviendo el “puto silencio” que se impone en el cierre del álbum (sí, esa lírica de quinceañero que se hace el rebelde). Cojamos el disco por el lado musical, donde Dani Martín reanima su yo más resuelto y enérgico, valiéndose de algunas buenas líneas melódicas, porque el poético reserva momentos bochornosos. Jordi Bianciotto
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