Tierras raras
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Últimamente, se habla mucho de «las tierras raras». A uno, que es de letras, le hace gracia la expresión tan simplona. Desde luego a quien la inventó, que seguro que era de ciencias, no le preocupaba mucho la belleza del lenguaje. La denominación sugiere imágenes de exóticos territorios ignotos, aquellos que no ha pisado el ser humano. Tierras lejanas, propias de las novelas de Salgari, Stevenson o Kipling. Unas lecturas cuya magia se ha ido perdiendo a medida que el hombre iba pisoteando las tierras raras y las ha convertido en meros objetos de mercadeo.
Cuando en el Instituto de El Entrego nos intentaban enseñar la tabla periódica, no había cambiado gran cosa desde que Dmitri Mendeléyev publicara en 1869 la primera versión. La recitábamos como loros, igual que la tabla de multiplicar o la lista de los reyes godos. «¿Oro? Au. ¿Plata? Ag. ¿Hierro? Fe». A los de letras nos ayudaba mucho el latín. Debo confesar que, en mi ignorancia, nunca entendí muy bien la necesidad de saberse aquello de memoria, salvo para los crucigramas que sí vienen muy bien. No recuerdo que en ningún lugar se hablara de «tierras raras». Otra laguna más en nuestra deficiente educación. Bastante teníamos con los minerales conocidos, como el carbón, tan presente en nuestras vidas.
En algún momento, se debieron de incluir las «tierras raras» en los planes de estudios. Porque, ahora que están tan de actualidad, mis hijos saben perfectamente lo que son, aunque yo no acabo de entenderlo del todo bien. Así que permítanme recurrir a la Wikipedia a ver si nos aclara. «Los elementos de tierras raras (Rare Earth Elements), también llamados metales de tierras raras o tierras raras, y a veces los lantánidos o lantanoides (aunque el escandio y el itrio, que no pertenecen a esta serie, suelen incluirse como tierras raras), son un conjunto de 17 metales pesados blandos de color blanco plateado brillante casi indistinguibles. Los compuestos que contienen tierras raras tienen diversas aplicaciones en componentes eléctricos y electrónicos, láseres, vidrio, materiales magnéticos y procesos industriales».
Trump no quiere cash, quiere «tierras raras», que ahora mueven el mundo y en las que China nos lleva una enorme ventaja
Si un redactor me presenta un texto así, con tantas subordinadas, lo devuelvo a la facultad o al colegio. Me he quedado como estaba. Ruego a mis amigos geólogos y químicos que perdonen mi ignorancia. Intuyo, sin mucha convicción, que se trata de materiales usados ahora en nuestro teléfonos móviles, tabletas, coches eléctricos, chips o baterías, esas que nadie queremos cerca, pero todos llevamos pegadas a las orejas.
Empiezo a entender el gran interés del tándem Trump-Musk por las «tierras raras» de Ucrania. El presidente norteamericano ha ofrecido a Zelenski un «escudo de seguridad» después de la guerra a cambio de 500.000 millones de dólares en «tierras raras». No, no quiere cash, quiere «tierras raras», que ahora parece que mueven el mundo y en las que, al parecer, China nos lleva una enorme ventaja. Y Musk cómo no va a querer «tierras raras», si en ellas va el futuro de sus coches eléctricos y de su variedad de inventos.
En realidad, todas las guerras se acaban librando por la posesión de tierras y sus riquezas. Ya los romanos vinieron a Hispania no con la intención de enseñarnos latín y culturizarnos, sino de explotar las riquezas de nuestro subsuelo. Todavía nos quedan pruebas de sus explotaciones por toda la península. Nosotros fuimos a América y les dejamos una lengua y una religión a cambio del oro y la plata, a los que los indios no hacían mucho caso. Lo mismo ocurrió en las dos guerras mundiales del siglo XX con la disputa por el carbón de las cuencas mineras del Ruhr o de Silesia. Y, de nuevo, en las guerras del Golfo, cuando el petróleo se convirtió en el combustible indispensable.
España, al parecer, es el tercer país de la UE, en recursos de «tierras raras». Castilla y León, Castilla-La Mancha, Extremadura, Galicia y Canarias cuentan con los principales yacimientos. Asturias esta vez no figura entre esas regiones más privilegiadas: bastante tuvimos en su momento con el carbón. Aunque da un poco igual, porque si no ponemos más que pegas a la explotación de los metales bien conocidos –como el oro–, estamos como para explotar los metales raros.
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