Gatos negros
Me gusta caminar hasta Ablaña y, al ir o volver, pasar por La Peña. Es pisar sobre la tierra por la que anduvo y en la que vivió mi familia desde los tatarabuelos y, posiblemente, más atrás.
[–>[–>[–>El cielo amenazaba lluvia y al llegar a la rotonda por la que se accede al lavadero del Batán vi un pequeño gato negro que cruzaba tranquilamente la carretera que lleva a Mieres y me vino a la cabeza la noticia de que hay protectoras de animales que, llegada la época del jalogüín, suspenden las adopciones de gatos negros por temor a que puedan ser utilizados en ritos esotéricos e, incluso, sacrificados. Lo que ya hemos dicho otras veces: ¿Que no cabe un tonto más? Vaya si cabe. La moda del jalogüín me parece una chorrada mayúscula, una celebración importada que se nos ha ido de las manos, que no aporta nada positivo, que aplasta nuestras tradiciones y que, como todo lo anglosajón, es fundamentalmente un negocio. Pero, claro, también es una ocasión propicia para que los idiotas, que son muchos y cada día más, actúen en consecuencia y, entre otras majaderías, martiricen a los gatos.
[–> [–>[–>Cada día estoy más convencido de que buena parte de la inmigración que toca tierra en Occidente lo hace por curiosidad, para comprobar si es cierto que somos tan tontos. Lo que me recuerda la escena de la película La Pantera Rosa en la que Clouseau y otros policías persiguen a dos ladrones de joyas, todos disfrazados de modo estrafalario, para terminar accidentados en la fuente del pueblo ante la mirada serena de un anciano lugareño que se sentó a ver plácidamente el espectáculo.
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Bueno, pues esta pobre gente que llega del tercer mundo ha de quedar estupefacta en la contemplación del amplísimo repertorio de bobadas que hacemos en las sociedades desarrolladas, que van a más cada año que pasa. Hasta el punto de tener que poner a recaudo a los gatos negros por el jalogüín. Lo dije y lo ratifico: nos extinguimos sin remedio.
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