así enseña Luarca a mirar un cuadro de la mano de un especialista
En el marco de las XXI jornadas «Mirar un cuadro» del Ayuntamiento de Valdés, el periodista, comisario de exposiciones y crítico de arte de LA NUEVA ESPAÑA, Luis Feás, hizo un extenso y apasionado recorrido por la trayectoria de Gil Morán, un creador al que definió como «un artista profundamente expresionista, inquieto y en continua evolución» capaz de transformar la abstracción en un territorio simbólico único y reconocible.
[–>[–>[–>Desde el inicio de esta primera de cuatro ponencias, el crítico destacó que las preocupaciones de Morán no son estrictamente formales: su obra nace también de inquietudes humanas y sociales. «Hay en él desasosiego por lo que ocurre en África, en el Sáhara», señaló, recordando que incluso siendo un pintor «mayoritariamente abstracto», mantiene una necesidad intensa de expresarse y comunicar.
[–> [–>[–>Aunque habitualmente se le inscribe dentro de la abstracción, el especialista matizó que Morán «no es un pintor informalista como tal», pues no utiliza la materia como eje fundamental, aunque en determinados momentos haya experimentado con ella. Lo definió, más bien, como un expresionista que, a partir de cierto momento de su carrera, incorpora novedades decisivas: «La irrupción del color, el uso del raspado sobre negro, los lavados, las reservas que dejan partes sin pintar y un creciente interés por abrir las composiciones».
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Público atento a la conferencia. / Ana M. Serrano
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Estas innovaciones se hicieron especialmente visibles a partir de 2012, cuando Morán presentó la exposición «Símbolos de lo Invisible», título tomado de un poema de Lord Byron. Aquel ciclo marcó un punto de inflexión: el pintor amplió soportes, «incluyendo PVC», dispersó las composiciones y dio entrada a manchas indefinidas, trazos entrecortados, garabatos orgánicos «amoeboides o cromosómicos», elementos que evocan lo vivo y que recuerdan a artistas como el norteamericano Julian Schnabel.
[–>[–>[–>El negro como raíz
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Uno de los rasgos constantes en la obra de Gil Morán es el uso predominante del negro. Para el crítico, esa elección podría estar ligada a los orígenes del artista en una cuenca minera: «Siempre lo he asociado a esa raíz oscura, telúrica». Sobre ese negro, Morán incorpora posteriormente «bandas de color como azules, rojas, moradas, dorados de inspiración secesionista y barnices ocres transparentes que aportan profundidad».
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Otro sello distintivo es el cierre geométrico, cada vez más indefinido, que Morán rompe mediante reservas y raspaduras para añadir expresividad. En esas grietas, zonas sin pintar y gestos contenidos reside, según el experto, la tensión entre «cabeza y emoción» que define buena parte de su producción.
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Un momento del día. / Ana M. Serrano
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Feás insistió en que muchas de las obras del artista que vive en Muros del Nalón, donde se siente protegido por el río, son, en esencia, dibujos ampliados: «Mezclas de grafito, óleo y acrílicos donde aparecen raspaduras, caligrafías ilegibles y texturas creadas con polvo de mármol, piedra pómez, arena u otros materiales». Incluso relacionó su trabajo con el tachismo europeo de los años 50 y 60, por su carácter gestual y simbólico.
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Pese a esa apariencia espontánea, Gil Morán planifica minuciosamente sus piezas. El conferenciante resaltó lo revelador que fue ver sus cuadernos de bocetos expuestos junto a las obras finales: en muchos casos, algo inusual, apenas había diferencias entre el diseño previo y la realización definitiva.
[–>[–>[–>«No se deja encasillar»
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A lo largo de su carrera, Gil Morán también ha abordado temas comprometidos. El crítico recordó un gran tapiz realizado para una exposición vinculada al estreno de una ópera sobre el abuso de poder y la violencia contra las mujeres, donde el artista unió su lenguaje abstracto con textos invertidos y mensajes explícitos. Su versatilidad ha sido reconocida: en 2019 recibió un premio en la Feria de Arte de Oviedo con una obra de tonos morados y fondo dorado, marcada por una caligrafía clara y la cita de Milton, muestra de que el artista «nunca se deja encasillar».
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Actualmente, Morán explora nuevos soportes, incluso el hielo, en una deriva experimental que sorprende incluso a quienes lo conocen de cerca. Según el crítico, una de sus series más recientes lleva por título «Refugios», porque el artista siente que se encuentra refugiado en la desembocadura del río Nalón, donde vive. En 2024, Morán realizó una impactante acción artística en la Noche Blanca, en el Museo de Bellas Artes. Titulada «Diez manos», combinaba su conocimiento del judo, del que es cinturón negro, con la práctica pictórica, canalizando la energía marcial hacia dos grandes dibujos creados en público. Feás lo presentó como un ejemplo perfecto de la alianza entre mente, cuerpo y gesto que sostiene toda su obra.
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Para cerrar su intervención, el especialista mostró obras recientes, comparándolas con otras de 2013. «Hay constantes que nunca cambian», dijo: la mancha ocre, los símbolos casi egipcios, los grafismos, las raspaduras, la paleta reducida, la mezcla de técnicas y la búsqueda obsesiva de libertad plástica. «Gil Morán es un artista que no se deja llevar por la facilidad del gesto ni por el capricho, sino que equilibra emoción y pensamiento. Un creador que busca lo que debe hacer, no lo que conviene. Y por eso su obra permanece viva, en transformación, pero fiel a sí misma».
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Las ponencias continúan toda la semana gracias al apoyo de la Consejería de Cultura.
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