así impone ‘su ley’ Estados Unidos en Latinoamérica
A los norteamericanos les fascina imaginar escenarios alternativos en la literatura. Dos Philips, Dick y Roth, escribieron sobre Estados Unidos como prolongación de la Alemania nazi en ‘El hombre del Castillo’ y ‘La conjura contra América’. Ambas novelas suelen ser citadas desde que Donald Trump recuperó la presidencia. Pero cuando el multimillonario republicano anunció posibles ataques terrestres contra Venezuela y Colombia como parte de su más que cuestionada cruzada contra el narcotráfico, otra narración ucrónica, de 1953, invitó a ser leída en clave de un presenta de amenazas.
[–>[–>[–>En ‘Lo que el tiempo se llevó’, de Ward Moore, el Sur Confederado gana la guerra civil en Estados Unidos tras la decisiva batalla de Gettysburg de 1863, se separó de la Unión, y a partir de ahí inician un proceso de conquista que los lleva a anexar México, llamada Leesburg, para luego expandirse hacia el sur del continente latinoamericano, con la única excepción de Haití. Sus habitantes carecen de derecho al voto.
[–> [–>[–>Moore debió pensar en una apetencia latente de Estados Unidos que tuvo su acta de fundación el 2 de diciembre 1823. Parado frente al Congreso, el presidente James Monroe articuló una política que Washington nunca deja de invocar. Buscó en principio limitar la presencia europea en esta parte del mundo, pero, ante todo, establecer la premisa de la preponderancia de EEUU. «La innoble historia de la Doctrina Monroe es bien conocida hoy en día.
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A lo largo de dos siglos, Estados Unidos la citaría como una garantía autoimpuesta para intervenir contra sus vecinos del sur», sostiene Greg Grandin en un reciente y monumental libro que anticipa los movimientos de Trump: ‘America, America. A new history of the new world’. Ese cuerpo doctrinario quedó resumido en una consigna: «América para los americanos», y dejó sus primeras huellas en la guerra de 1846 contra México que concluyó dos años más tarde con la ocupación militar y la absorción de casi el 55% del territorio que le pertenecía a ese país, y se conoce hoy como California, Nevada, Utah, parte de Arizona y Nuevo México.
[–>[–>[–>Incursiones
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William Walker fue un «monroista» que quiso sacar réditos personales de esa ley no escrita. El filibustero lideró incursiones en Baja California al punto de proclamarse presidente de la «República de Sonora», apenas un paso previo a la pretendida anexión de Centroamérica a los estados esclavistas del sur de EEUU. En 1855 quiso ser la máxima autoridad nicaragüense tras una expedición de decenas de mercenarios. Las aventuras terminaron cinco años después frente a un pelotón de fusilamiento en ciudad de Trujillo.
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El verbo «anexar» se permitió otra conjugación tras la guerra hispano-norteamericana de 1898. Después del conflicto pasaron a la órbita de Washington Puerto Rico, Filipinas y Guam. Cuba se independizó, pero la llamada «Enmienda Platt» le permitía a Estados Unidos intervenir como si se tratara de un protectorado. El «monroismo» se aplicó en el proceso de separación de Panamá de Colombia, en 1903, con el propósito de construir el canal.
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[–>Un año después, Theodore Roosevelt se propone entrar en la historia con otro tipo de fundamento. Se lo conoció como «Doctrina del gran garrote (big stick) «, según la cual la negociación diplomática siempre debe mostrar como posibilidad latente el accionar militar. «Habla suavemente, pero lleva un gran garrote; así llegarás lejos». Se la conoció también como «Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe» al justificar las intervenciones como «policía internacional». Se puso en práctica en Cuba (1906-1909, 1912, 1917-1922), Nicaragua (1912-1925, 1926-1933), México (1914, 1916-1917), Haití (1915-1934), República Dominicana (1916-1924) y Honduras, con siete intervenciones entre 1903-1925.
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La Doctrina Monroe tuvo una curiosa interpretación durante la crisis de la deuda venezolana de comienzos de siglo. Gran Bretaña, Alemania e Italia quisieron que Caracas cumpliera con sus compromisos financieros y bloquearon los puertos de ese país. Estados Unidos evitó la ocupación y, esa vez, el lema «América para los americanos» se invocó como excepción a una regla que con Trump, y a caballo del primer Roosevelt, recupera su brío.
[–>[–>[–>[–>[–>[–>Anticomunismo e intereses
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La Guerra Fría instaló otro tipo de intervención. La Casa Blanca hizo flamear la bandera del anticomunismo a la hora de propiciar los derrocamientos de los Gobiernos con los que no simpatizaba. El golpe contra el guatemalteco Jacobo Arbenz de 1954, en respuesta a reforma agraria que afectó a United Fruit Company, inauguró un ciclo de conspiraciones.
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En 1961 propició la invasión a Cuba de anticastristas y pagó el costo de la derrota en Bahía de Cochinos. Tres años después tuvo un fuerte protagonismo en la destitución del presidente brasileño João Goulart. Comenzó entonces una dictadura militar de tres décadas y la puesta en práctica de un nuevo método: el adiestramiento de las Fuerzas Armadas latinoamericanas para desplazar a los Gobiernos incómodos surgidos del voto.
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Como siempre, una regla permite soluciones excepcionales, y es lo que sucedió con la presencia de 42.000 marines durante la guerra civil en Dominicana de 1965 bajo el argumento de que no se podía permitir la existencia de una «segunda Cuba».
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El fantasma de la «repetición» obsesionó a las sucesivas administraciones norteamericanas y se puso especialmente de manifiesto en la activa participación de EEUU en la conjura contra Salvador Allende que culminó en 1973 con los bombardeos de la Casa de la Moneda.
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El golpe de estado de pinoche / WIKIMEDIA
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Vincent Bevins sostiene en ‘El método Yakarta: la cruzada anticomunista de Washington y el programa de asesinatos en masa que dio forma a nuestro mundo’, que Washington desarrolló, financió y exportó un «modelo de exterminio» anticomunista desde Indonesia hacia América Latina, creando un sistema internacional de represión.
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Chile fue el laboratorio inicia que luego se extendió por el Cono Sur bajo el nombre de «Plan Cóndor». La desaparición, con sus casos flagrantes en ese país y, especialmente Argentina, a partir de 1976, se convirtió en un procedimiento regular. En otra de las paradojas de esta historia, la administración de James Carter puso entre paréntesis el afán doctrinario y denunció a las dictaduras de Jorge Videla y Augusto Pinochet, entre otras.
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Nuevas guerras
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Ese momento de indignación humanitaria terminó con la llegada de Ronald Reagan al poder en 1981 y el inicio de las guerras civiles centroamericanas. El republicano respaldó a los militares salvadoreños y guatemaltecos, así como a la «contra» nicaragüense. En 1983 invadió Granada, también para impedir una «segunda Cuba». George Bush hizo lo propio en 1989 en Panamá para capturar al general Manuel Noriega tras ser denunciado como socio del narcotráfico. El Pentágono estimó que murieron un total de 516 panameños. Un memorando interno del Ejército de EEUU habla de 1000 víctimas fatales.
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Invasión de Panamá / Otras
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El siglo XXI trajo la «Guerra contra las drogas» y otros modos de propiciar los cambios de régimen. Con el ‘Plan Colombia’, la lucha contra los narcos y la contrainsurgencia a veces no se distinguieron.
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El golpe de Estado en Venezuela, en 2002, tuvo el sello de los nuevos tiempos. El breve desplazamiento de Hugo Chávez fue inmediatamente reconocido por Washington. El empresario Pedro Carmona duró pocas horas en el poder. De esa brevísima gestión se recuerdan sus encuentros con funcionarios estadounidenses. La caída de los presidentes de Honduras y Paraguay, Manuel Zelaya y Fernando Lugo, respectivamente, en 2009 y 2012, reinstaló las destituciones «blandas» en la región.
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La última novedad hija de la Doctrina Monroe son las sanciones. Nicholas Mulde, en otro elogiado libro, ‘El arma económica: el auge de las sanciones como herramienta de la guerra moderna’, sistematiza su uso como herramientas de política exterior en un mundo cada vez más interconectado.
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«La globalización tuvo el efecto de desatar los peores instintos políticos de Washington», opina Grandin. El ensayo se editó en abril de este año, cuando Trump velaba sus armas para corregir los errores de Carter con Panamá al entregar el canal y los suyos propios con Venezuela de 2019, cuando en enero de 2019 apoyó a un presidente autoproclamado, Juan Guaidó, expropió recursos, la refinería Citgo, pero no pudo desplazar a Nicolás Maduro del poder. La historia no se repite: puede empeorar, como lo muestra la literatura.
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