Dólares baratos para comprar un Ferrari
Las ciudades se atraviesan y experimentan a distintas velocidades. Una de ellas tiene que ver con aquellos automóviles que dan cuenta de una posesión exorbitante, un tiempo de bonanza personal y exclusividad que merece ser visto por los ojos de aquellos que arrastran las suelas de sus zapatos. El año que transcurre presenta en la capital argentina una obtención sin precedentes de los lujosos Ferrari. Se han matriculado seis unidades y más de siete están en trámite. El número llamó la atención por un simple hecho contrastante: en 2023 y 2024 no se había registrado ninguno de esos modelos, sea el Ferrari Purosangue, el Roma o el 812 GTS, cuyos precios oscilan entre los 345.000 y 430.000 euros. El Gobierno de ultraderecha ha facilitado las importaciones de coches de lujo, entre otros beneficios para los sectores acomodados que se sienten en el mejor de los mundos a partir de la reducción de impuestos y otras facilidades.
Ferrari había sido el símbolo de una época en Argentina. Remite a los años 90 del siglo pasado, cuando gobernó Carlos Menem. El presidente llegó al poder en 1989 con banderas nacionalistas. Se cayó el Muro de Berlín y su pirueta política fue tan pronunciada que se convirtió en un émulo entusiasta de Margaret Thatcher. En 1990, Menem recibió un Ferrari 348 TB de regalo por parte de un empresario italiano que buscaba quedarse con el negocio de una carretera bonaerense. El coche podía acelerar de 0 a 100 km/h en 5,6 segundos. Menem lo estrenó con un viaje a toda velocidad a un balneario bonaerense, en Pinamar, sin detenerse siquiera en los peajes. Consideró una potestad presidencial perforar la barrera de los 190 Km/h. Las reglas del tránsito lo eximían. Cuando le cuestionaron la naturaleza de su posesión contestó: «La Ferrari es mía, ¿por qué la voy a vender? Es mía, ¡mía!». Una reciente serie de Amazon Prime pone en escena esas veleidades del hombre que gobernó una década al amparo de una fantasía recurrente: la moneda nacional, el peso, vale tanto como el dólar porque, como decía Menem, Argentina era un país del «primer mundo».
Números oficiales en rojo
El castillo de naipes se derrumbó a fines de 2001. Javier Milei lo ha vuelto a levantar, con las mismas barajas de la especulación financiera. Treinta y cinco años más tarde las escenas de consumo suntuario se repiten al calor de una depreciación del billete norteamericano. Además de los Ferrari comenzaron a importarse carros desde Europa y Estados Unidos por 34.000 y 43.000 euros. Las compras no hacen más que horadar las cuentas públicas. El déficit de la balanza comercial superó en los últimos meses los 5.000 millones de dólares a pesar de la exigencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) al Gobierno de acumular reservas en el Banco Central. El turismo exterior y las compras en Amazon y otras plataformas han puesto en rojo los números oficiales.
Alimentos, zapatillas, indumentaria, ordenadores, teléfonos… y automóviles. Todo está al alcance de la mano de un dólar depreciado. «Una Heineken de 330 cc cuesta en Carrefour 2.193 pesos. Para encontrarla más barata hay que tomarse un avión. Ir, por ejemplo, a cualquier local de la cadena Sainsbury’s, en el Reino Unido, donde la misma botellita verde se vende a 1,08 libras, es decir, a 1.660,90 pesos argentinos a la cotización de esta semana. «Un 25% menos…, y en Londres», señaló el diario ´La Nación`.
Bajo el colchón
Según cifras oficiales, los argentinos guardan 259.978 millones de dólares debajo de sus colchones, fuera del sistema bancario. El presidente Milei dispuso medidas que facilitan el blanqueo de esa masa monetaria sin penalidades. Como las autoridades necesitan esos billetes, no importa su procedencia si entran en el circuito legal. Uno de cada cinco argentinos que poseen divisas, pero la mitad no los quiere gastar porque no es negocio. El encarecimiento y la dolarización de hecho de la vida cotidiana se ha convertido en un trastorno para esos ahorristas furtivos. El ministro de Economía, Luis Caputo, los ha conminado a desprenderse de los dólares en las menudencias diarias. Muchos se resisten. Otros no tienen alternativa que utilizarlos para el sustento cotidiano como pagar el transporte público.
Una boca del metro en Buenos Aires. / Abel Gilbert
En los últimos seis años el uso del metro se ha reducido más de un 46%. La principal contracción ha tenido lugar durante la era Milei. En abril pasado, la red de los llamados subterráneos tuvo además un 23% menos de pasajeros en relación con el mismo período de 2024. Los especialistas atribuyen esta merma al incremento del precio del boleto y el menor costo relativo del pasaje en los buses urbanos. Un viaje en metro cuesta 0,65 euros, la mitad de lo que vale subirse a un transporte de superficie, pero un salario mínimo equivale a 210 euros. Miles de personas han redoblado sus caminatas para contener los gastos diarios. A su paso ven quizá una Ferrari u otro modelo despampanante que florecen en los barrios y zonas prósperas como un mundo paralelo.
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