el equipo de Trump en política exterior
Hablar de la política exterior de Donald Trump es hablar de incertidumbre. El personalismo que imprime a su gestión, unido a su forma de entender las relaciones internacionales como un negocio puramente transaccional lo convierten en un líder imprevisible. Más conocido por sus fobias que por sus filias o, lo que es lo mismo, por todo aquello que no le gusta, como las instituciones globales o el libre comercio que por la clase de mundo que le gustaría moldear. Un acertijo que no parece que se vaya aclarar a raíz de sus nombramientos en política exterior y Defensa. Trump ha priorizado por encima de todo la lealtad. El resultado es un equipo heterogéneo, con varios veteranos de guerra y nombres más conocidos por sus apariciones en televisión que por su experiencia en los ámbitos que dirigirán. Una extraña mezcla de ‘halcones’, neófitos y hasta una aislacionista cercana a Rusia.
Las dos nominaciones que más han tranquilizado al establishment de la capital, sin complacer necesariamente al movimiento MAGA de Trump, son las del senador Marco Rubio como secretario de Estado y el diputado Mike Waltz como asesor de seguridad nacional. Hasta hace poco ambos entroncaban perfectamente con los ‘neocon’, aquellos cruzados belicistas que causaron una enorme destrucción en Oriente Próximo con el pretexto de exportar la democracia. Tras una ilustre carrera como Boina Verde, Waltz trabajó como director de política del Pentágono bajo el mando de Donald Rumsfeld y como asesor antiterrorista de Dick Cheney, dos de los arquitectos de las invasiones de Irak y Afganistán.
Pero en los últimos tiempos ambos han ido modulando sus posiciones para ajustarse a los nuevos estándares impuestos por el trumpismo. Rubio votó en abril contra la ayuda militar a Ucrania y ahora defiende «un acuerdo negociado con Rusia«, mientras Waltz ha criticado a los socios de la OTAN por no contribuir lo suficiente a la defensa colectiva o el «cheque en blanco» a Kiev. Unos cambios que se han notado menos en otras latitudes. De hecho ambos, está considerados unos ‘halcones’ frente a China e Irán, una postura extensible también a Venezuela y Cuba en el caso de Rubio. «Estamos en una guerra fría con el Partido Comunista Chino», dijo en 2021 Waltz, quien ha propuesto también que EEUU recupere la Doctrina Monroe para frenar la penetración económica y militar china en América Latina. Una doctrina que avala el uso de la fuerza para frenar la injerencia extranjera en el patio trasero de EEUU.
Medidas para arrinconar a China
«La política hacia Pekín estará liderada por el equipo económico, pero no hay duda de que ambos son muy duros respecto a China», asegura a este diario Daniel Hamilton, exfuncionario del Departamento de Estado y profesor de la universidad Johns Hopkins. Una postura que se traducirá en aranceles para todas las importaciones chinas y políticas para arrinconar al principal competidor estratégico de EEUU. «Desde trabas a sus inversiones, presión a los aliados para que desacoplen sus economías de China, en lugar de mitigar los riesgos como hasta ahora, obstáculos a las transferencias tecnológicas o penalizaciones a las empresas que hagan negocios con Pekín», explica Hamilton.
Ambos combinan esos acentuados recelos contra el régimen de Xi con el apoyo incondicional a Israel y una belicosa hostilidad hacia Irán. No en vano, los principales patrones financieros de Rubio son las organizaciones del lobi sionista en Washington, según datos de Open Secrets. Waltz, por su parte, ha pedido a Trump que «permita a Israel acabar el trabajo» en Gaza y ponga sobre la mesa un plan militar para obligar a Teherán a repensarse su programa nuclear. Muchos en el Estado judío se frotan las manos. Piensan que, como mínimo, Trump les dará luz verde para anexionarse la Cisjordania palestina.
Embajadora ante la ONU hostil a la ONU
Esa misma vena ideológica define a Elise Stefanik, la diputada elegida por Trump para ser embajadora de EEUU ante la ONU pese su completa inexperiencia en el terreno diplomático. En consonancia con las posturas del Gobierno ultranacionalista de Netanyahu, Stefanik ha abogado por retirar la financiación a Naciones Unidas a menos que deje de condenar las acciones israelíes. Una ONU a la que ha acusado de «depravación moral y antisemitismo extremo».
Más sorprendente ha sido la nominación de Pete Hegseth para dirigir el Departamento de Defensa. «Francamente, su elección es una locura. No se ha hablado lo suficiente de su distinguida carrera militar, pero eso no necesariamente lo cualifica para ser secretario de Defensa», opina Hamilton ahondando sobre la opinión prevalente en Washington. Hegseth sirvió como reservista en Irak y Afganistán, pero esencialmente es conocido por presentar uno de los programas favoritos de Trump en Fox News. Así como por su obsesión con la ideología ‘woke’ y la corrección política que, a su juicio, ha contaminado todos lo estamentos del Pentágono.
Hegseth tiene vínculos con el nacionalismo cristiano más reaccionario y en su último libro acusa a los generales ‘woke’ del Pentágono de haber producido una fuerza «débil» y «afeminada» al promover la diversidad, la igualdad y la inclusión en el Ejército. «Los hijos e hijas de la América blanca se están marchando (del Ejército) y quién puede culparles», escribió. Obsesionado también con el islam, se opone a la participación de las mujeres en las unidades de combate y quiere despedir entre otros al jefe del Estado Mayor, Charles Brown.
Es probable, sin embargo, que Hegseth enfrente muchas dificultades para ser confirmado en el Senado, pese a la mayoría con la que contarán los republicanos. Lo mismo que le sucederá a Tulsi Gabbbard, el nombramiento en política exterior que más estupefacción ha levantado. Esta antigua diputada demócrata, ahora con una nueva camiseta, entronca con el ala más aislacionista y antiintervencionista del partido. Pero son sus posiciones heterodoxas las que más polémica han levantado.
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Cuando Rusia invadió Ucrania, afirmó que la OTAN había provocado al Kremlin al no acomodar sus inquietudes en materia de seguridad y poco después propagó uno de los mensajes de la propaganda rusa, que decía que EEUU estaba financiando laboratorios de armas biológicas en Ucrania. Unos años antes había viajado en secreto a Damasco para reunirse con Bashar al Asad, uno de los aliados más estrechos de Putin. Hillary Clinton llegó a sugerir que el Kremlin ha tratado estos años de reclutarla. Lo más llamativo de todo es que Trump la ha nombrado para ser Directora Nacional de Inteligencia, por lo que se encargaría de supervisar el vasto entramado del espionaje de EEUU, desde la CIA a la NSA.
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