En cada decisión que toma un asesino, hay un fragmento de nosotros llevado al extremo
Al escribir ‘El asesino del sello’ no pretendí hablar del crimen, sino de la mente que lo concibe, lo proyecta y finalmente lo ejecuta sin que medie un arrebato de violencia ni un impulso incontrolable. Siempre me ha fascinado esa delgada frontera que separa el pensamiento oscuro de la acción irreversible, pero aún más los engranajes internos de una cabeza capaz de desactivar, uno a uno, los resortes que le advierten de la inmoralidad y la ilegalidad de sus pasos.
[–>[–>[–>Me interesa cómo esa mente construye argumentos para sostener su obsesión y derribar las compuertas de seguridad que la socialización, la enseñanza y la educación han ido instalando desde la infancia, como minas rojas que nunca deberían detonarse. Porque más allá de esa línea solo aguarda una certeza: la miseria a la que conduce la repulsa de la comunidad a la que pertenece.
[–> [–>[–>El asesino de mi novela no nace del odio ni del deseo de poder, sino de la lógica. Y esa es, quizá, su forma más perturbadora de humanidad. Quise construir una voz interior que no gritara, sino que razonara. Que se explicara a sí misma sus actos con una serenidad que helara la sangre del lector. En su mente no hay caos, hay orden. Un orden que intenta justificarse ante el mundo, pero sobre todo ante sí mismo. Porque lo que realmente busca no es el perdón, sino el sentido.
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Confidente involuntario
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Mientras escribía, me descubrí escuchando ese pensamiento ajeno como si fuera su confidente involuntario. A veces, al terminar un pasaje, me quedaba con la sensación de haber asistido a una confesión, más que de haberla inventado. Esa es la paradoja del escritor: uno crea un monstruo para entender mejor su propia humanidad. En ese sentido, debe de ser similar a la del actor, perturbado por la inmersión en esa otra piel tan diferente a la suya, y por la duda posterior: ¿será fácil desprenderse de ella al dejar el papel?
[–>[–>[–>La mente del asesino es así un espejo que devuelve lo que no queremos ver. No nos aterra tanto su crueldad como su razonamiento. Porque en sus palabras –esas que el lector oye casi sin querer– hay ecos de nuestras propias sombras. En cada decisión que toma, hay un fragmento de nosotros llevado al extremo.
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‘El asesino del sello’ no pretende explicar el mal, sino mostrar su lenguaje: esa gramática interna donde la culpa, la memoria y la lógica se entrelazan. Me interesa la manera en que el pensamiento se convierte en justificación, en cómo la palabra precede al crimen.
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[–>El asesino habla antes de actuar, y en ese discurso íntimo se revela no un monstruo, sino un ser humano roto por dentro. Roto de una manera que nos habría destrozado a cualquiera, sin excepción; de una forma tan cruel que no es muy difícil empatizar con la víctima y preguntarnos si él podría haber sido yo. Quizá por eso, quien lea el libro leerá su mente y, sin quererlo, como me he sorprendido yo mismo, lo escuchará. Y lo comprenderá. Y ese es el terreno más inquietante de la novela: el momento en que entendemos a quien jamás deberíamos entender.
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El asesino del sello
Roberto Sánchez
Plaza y Janés
368 páginas
23,90 euros
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