ISRAEL – PALESTINA | La cooperante española Virginia Mielgo ha cruzado la Franja de Gaza: «El plan genocida es muy evidente y está siendo ejecutado y filmado»
Rebusca y «es difícil». Le cuesta encontrar las palabras más adecuadas para describir lo que sintió en aquel primer momento, cuando el convoy en el que viajaba hizo su entrada a través del único paso fronterizo habilitado entonces y su mirada, pese a que ya había contemplado imágenes en los medios de comunicación, se topó con una zona «absolutamente devastada». Atravesando Kerem Shalom recuerda el silencio, una ausencia de habla que cree compartida con el resto de compañeras y compañeros que cruzan hacia el interior de la Franja de Gaza, porque quizás «distopía» es la definición que encuentra más acertada para explicar la sensación que la invadió. Todo escombro y sin un edificio en pie, en su primera impresión no dejaba de repetirse: «Esto no es real. No puede estar siendo permitido«, para a continuación dejar paso a la «absoluta indignación» al pensar que aquellas eran las consecuencias y el resultado de un conflicto generado por los hombres, que aquel paisaje completamente arrasado no se debía a una catástrofe natural, sino que «no es algo casual, se sabe y se permite». Y la complejidad para abordar lo vivido se presenta cuando tras la rabia aparece cierta impotencia al reflexionar sobre lo «pequeñas» que son las personas y «qué poco se puede hacer por los compañeros que viven allí».
Virginia Myelgo en un punto de llenado de camiones de agua, en el área de Al Mawasi. / MSF
Con más de ocho años de trayectoria y experiencia en el sector humanitario, estas fueron las sensaciones que la viguesa Virginia Mielgo experimentó cuando el pasado mes de enero cruzó a la Franja de Gaza, apenas dos días antes de que se acordara el alto al fuego, para permanecer más de un mes sobre el terreno prestando apoyo al pueblo palestino de la mano de Médicos Sin Fronteras (MSF), unas impresiones descorazonadoras que se han agravado en la segunda incursión que ha llevado a cabo el pasado mes de junio, ya «en plena masacre».
Si en su primera visita fue la devastación que contemplaron sus ojos uno de los aspectos que más le impactó, «con una estimación de más de 50 millones de toneladas de escombro, con todas las infraestructuras que sostienen a una población destruidas: las escuelas, las universidades, los hospitales… y con mercados improvisados», asegurando además entonces que «es algo que no se va a solucionar en años, sino que hablamos de generaciones enteras», apenas una semana después de su regreso a Vigo tras su segunda estancia en la Franja, Mielgo relata que, tras haber atravesado en esta ocasión la denominada Gate 97, «me he encontrado a una Gaza que está peor que nunca, con mis compañeros mucho más delgados, mucho más rotos… Para mí ahora ha quedado constatado cómo el plan genocida de Israel es muy evidente y está siendo ejecutado y filmado, porque está clarísimo cómo mantienen a una cierta parte de la población viva, instrumentalizando la poca ayuda humanitaria que entra, esa poca comida que llega, para que la gente no muera, pero sufra. Esto es real, porque cada día que pasaba era peor que el anterior».
Instrumentalizan la poca ayuda humanitaria que entra, esa poca comida que llega, para que la gente no muera, pero sufra
Tras 21 meses de asedio al pueblo palestino, esta cooperante viguesa explica que «todo este tiempo de masacre tiene ahora el agravante de la estrategia de Israel de cortar la entrada de comida, de carburante, de prácticamente todo, porque desde que el alto al fuego se rompió en marzo, son contados los camiones que han podido entrar con cualquier tipo de ayuda humanitaria. Los propios palestinos dicen que están peor que nunca, porque es que no se puede comer, la comida está muchísimo más cara y sigue subiendo: un kilo de azúcar cuesta 100 euros, una sandía vale 40 euros… Todo esto en un contexto en el que los medios de vida de las personas han sido destruidos y la inmensa mayoría de la población no tiene ningún tipo de ingreso. Es que incluso mis compañeros de Médicos Sin Fronteras están teniendo dificultades para dar de comer a sus familias. De verdad que me he encontrado una situación muchísimo peor que la de la primera vez».
Samah Hamdan, una mujer palestina desplazada, recolectando algo de comida para su familia. / MSF
Hambre, una trampa mortal
En este marco de sufrimiento y desesperación para el pueblo palestino, para Virginia Mielgo es inevitable hacer referencia a una maniobra «letal» orquestada por Israel con el apoyo de Estados Unidos y que Médicos Sin Fronteras ha constatado que «es una masacre disfrazada de ayuda humanitaria». Operando bajo el nombre de Fundación Humanitaria de Gaza (GHF), «se construyeron cuatro centros de distribución de alimentos que básicamente son recintos cerrados con vallas y alambre de espino por arriba, sin ningún tipo de seguridad, porque pueden ocurrir estampidas y que la gente pierda la vida en estas situaciones de riesgo… Pues los han montado de cualquier manera y tienen a un servicio de seguridad que tiene orden de disparar. Si cualquier persona llega antes o se queda un poco más tarde, disparan. Es decir, tienen directamente la orden de controlar la distribución de alimentos disparando a la población», asegura esta viguesa.
Hay casos de chicos de 15 o 16 años que van a por comida a estos recintos y no se sabe qué ha pasado con ellos
Entre morir de hambre o arriesgar la vida por unas «sobras», esta cooperante de MSF describe la trampa mortal que son estos puntos señalando que «tenemos constancia de que más de 400 personas han muerto en estos centros y más de 4.000 han resultado heridas. De hecho, en nuestros centros de salud hemos recibido a más de 500 heridos y a más de 20 muertos, que son muertos que llegan con disparos en el pecho y zonas vitales; ¡es que son disparos a bocajarro! Por otra parte, estas distribuciones se montan en zonas evacuadas, es decir, en zonas a las que los civiles no pueden tener acceso y no hay ningún control, porque tanto son a las dos de la mañana como dicen que van a hacer y no hacen, etc. Realmente, el acceso es para personas que se atrevan a ir a semejantes lugares y, para colmo, estas ayudas no están llegando a las personas que más lo necesitan, porque hasta allí no van mujeres, niños, personas con discapacidad, personas mayores… Aunque es verdad que, ahora mismo, la práctica totalidad de la población está pasando hambre». En este sentido, Virginia Mielgo afirma que «hay casos de chicos de 15 o 16 años que van a por comida a estos recintos y no se sabe qué ha pasado con ellos, porque muchas veces tampoco se permite recuperar los cadáveres. Es horrible, es un nivel de distopía que cuesta creer».
Los palestinos buscan sus pertenencias en las ruinas de la ciudad de Rafah, en el sur de Gaza. / MSF
Controlar el agua
«Cuando hay bombas, obviamente se habla de bombas», dice Virginia Mielgo, sin embargo, existe un bien cuyo control lleva meses jugando un papel clave en el «plan genocida» que Israel está perpetrando contra la población palestina: los recursos hídricos. Y como especialista de agua y saneamiento sobre el terreno, esta cooperante viguesa lo sabe bien, puesto que el poder sobre ellos tiene consecuencias fatales para la ciudadanía.
Dar respuesta a las necesidades de agua y saneamiento fue su principal cometido en la Franja durante su estancia, y es que Mielgo expone que «en Gaza no hay agua superficial dulce, por lo que es altamente dependiente de la producida, algo que para nosotros puede resultar impensable, allí es fundamental porque toda el agua es producida a través de plantas desalinizadoras, y estas plantas necesitan energía para funcionar. Lo que sucede es que la mayoría han sido destruidas y cualquier suministro de piezas de recambio o de piezas de mantenimiento para intentar ponerlas en marcha de nuevo es bloqueado sistemáticamente».
Los niños palestinos desplazados transportan agua potable en el vecindario de Al-Shaboura, Rafah. / MSF
El grueso de la problemática no solo radica en la inutilización de las instalaciones desalinizadoras, sino que las líneas de suministro del agua potable a las ciudades no están operativas debido al estado catastrófico de los grandes enclaves poblacionales, de ahí que la ayuda humanitaria como la que presta MSF sea imprescindible en este punto, puesto que cooperantes como Virginia Mielgo asumen la distribución de agua en camiones, lo que por otra parte implica el desplazamiento desde niños a adultos con bidones para recogerla.
No ha entrado un litro de diésel desde marzo y el agua está directamente afectada por esto, porque por mucho que instalemos plantas desalinizadoras, si no hay diésel, no podemos operar
La escasez de agua en la Franja de Gaza conlleva una importante merma de la calidad de vida de la ciudadanía, y es que es sinónimo de infecciones y de proliferación de patógenos que pueden provocar graves enfermedades. En este sentido, Mielgo especifica que «hay muchos niños con enfermedades dermatológicas porque no se duchan durante semanas. Las personas se desplazan con lo puesto y se encuentran en situación de hacinamiento en los campos. Ante la falta de saneamiento, las defecaciones son al aire libre y eso favorece vectores como mosquitos, ratas,… La situación es muy grave».
Tras otro mes y medio presenciando la tragedia en la Franja, Virginia Mielgo dejó atrás Gaza y con ella al pueblo palestino. Se llevó de allí la pena, pero muy especialmente se trajo a Vigo «la culpabilidad del que sobrevive», porque sí había un hogar esperando en pie por ella. Y en él, hay vida.
El bloqueo de Israel: el «nuevo juego» del diésel como arma
Días antes de retomar la masacre en Gaza el pasado mes de marzo, Israel anunció un corte de suministro de electricidad, lo que supuso una grave amenaza para la única planta desalinizadora que quedaba operativa. Y es que, según comenta Virginia Mielgo, en aquel momento, «la única que estaba activa y que producía 15 millones de litros al día, pasó a producir 2,5 debido a ese corte. Gaza es muy dependiente del agua y de la electricidad, por lo que así es muy fácil asediar al país».
Cuatro meses después, esta situación se ha visto agravada sobremanera con el ‘nuevo juego’ de Israel de emplear el diésel como arma, puesto que tal y como analiza la cooperante viguesa, «lo que sucede es que al no tener ningún tipo de energía desde marzo, Gaza depende en su totalidad del diésel porque todo funciona con generadores. Pues no ha entrado un litro de diésel desde marzo y el agua está directamente afectada por esto, porque por mucho que instalemos plantas desalinizadoras, si no hay diésel, no podemos operar». Mielgo hace especial hincapié en que «la planta que quedaba en pie y que estaba produciendo algo de agua, aunque no estaba al 100%, ahora que solo depende de generadores y de diésel, de la producción que podría dar de 15 millones de litros al día, está generando solo 500.000 litros y corre el riesgo de producir cero».
Ante esta estrategia, en opinión de esta viguesa, la realidad para el pueblo palestino «no solo es vivir con tanta muerte y tanta destrucción, sino la incertidumbre ante un Estado que mantiene los suministros mínimos, asegurando que la gente no pueda dormir tranquila. La comunidad internacional tiene la capacidad para tomar medidas y se va a arrepentir de observar, porque lo que se está es observando cómo una población está siendo arrasada».
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