La empresa “Asturies” fabrica en California las piezas que vuelan en “casi todos los aviones del mundo”
En la parte más alta de la gran fachada gris el rótulo tiene bien visible el nombre de la empresa, Asturies, enmarcado en una gran silueta del mapa del Principado. Esto es Corona (California), a unos sesenta kilómetros de Los Ángeles, donde “Asturies Manufacturing Co.” lleva más de 45 años fabricando piezas de alta precisión para la industria de la defensa aeroespacial: para aviones, helicópteros, en general «para todo lo que vuela”, y obviamente, la fábrica y su denominación tienen una historia. Los 4.600 metros cuadrados del taller en el que ahora las máquinas cortan y tornean aluminio sin descanso son en realidad la herencia de la iniciativa y el esfuerzo de Manuel Pérez, «Pinilla», emigrante a Canadá primero y a California después que en los años setenta del siglo pasado fundó y levantó esta empresa a la que quiso dar el nombre en asturiano de una tierra de la que nunca quiso desprenderse.
Manuel, asturiano de 1931, nacido en Oviedo y criado en Langreo, falleció hace cinco años y el que le recuerda es su hijo Luis Manuel, heredero al frente de una compañía que ha llegado hasta el presente con más de medio centenar de empleados y una cartera de clientes que le permite seguir colocando componentes “en casi todos los aviones del mundo. «Los Airbus, los Boeing, los Embraer”, recita Pérez, «los F15 Eagle, F16 Falcón, F18 Hornet, F22 Raptor o F35 Lightning», los helicópteros Sikorsky… Son suyos los ejes de las seis ruedas que lleva tren de aterrizaje del “Chinook” -un helicóptero de transporte de carga con dos hélices-, la “caja de las alas” de un Boeing 767 que se emplea como avión cisterna para el abastecimiento de combustible en vuelo y un larguísimo etcétera…
En Corona, Asturies limita por el este con la fábrica de guitarras Fender, “la más importante del mundo”. En este lugar de California Asturies y su mapa están rotulados en las puertas de los camiones que esperan a la entrada de la nave, en las cajas verdes que utilizan para proteger y transportar las piezas … Gracias a la familia Pérez, Asturies tiene un hueco en la muy especializada industria aeronáutica del siglo XXI, pero este bullir de máquinas de alta precisión y cincuenta empleados –“muchos de ellos hispanos, pero también algún vietnamita que ya habla español”– suena con un eco que recuerda al Langreo de posguerra. Todo esto nació allí. Salió de las inquietudes, la iniciativa y los enormes sacrificios de la sociedad “muy trabajadora” y muy maltratada de la España que vio crecer a Manuel.
«Pinilla», uno de tantos hijos de aquella realidad difícil, fue entregado en adopción al nacer por su madre biológica, que tenía sólo diecisiete años, y adoptado por la familia de Aquilino Álvarez, minero langreano que no quiso que su hijo siguiera sus pasos hacia el interior del pozo. Había que trabajar desde muy pronto, pero en la mina no, «tú arriba», le dijo el padre, que sin querer le marcó el destino. Con sólo doce años, Manuel entró a trabajar como aprendiz de tornero en los talleres de Duro Felguera. Entregaba en casa todo el dinero que ganaba, tenía tiempo para competir como ciclista amateur, en el equipo Garaje Díaz, y nunca pasó hambre, pero en aquel lugar y en aquel tiempo, contaba, «escaseaban muchas cosas».
A la busca del bienestar que tanto se echaba en falta en la España de las privaciones de posguerra, el joven tornero hizo las maletas y primero encontró acomodo en Madrid, donde entró en la plantilla de la fábrica de camiones Barreiros, y tiempo después a Norteamérica. No era un caso extraordinario. “Mi padre siempre decía que los torneros asturianos eran muy buenos y que muchos acababan haciendo carrera en Madrid”. Además de prosperar profesionalmente, a él aquella primera mudanza le sirvió también para conocer a la que sería su esposa, una llanisca de Cuevas del Mar con la que se casaría por poderes un tiempo más tarde, después de extender sus horizontes poniendo rumbo a América.
Era 1960, tenía casi treinta años y “contaba que podía haberse ido a Australia o Brasil”, pero escogió Montreal, Canadá, un lugar en el que entonces despegaba la industria de la aviación y se apreciaba mucho la pericia y la capacidad de trabajo de los obreros españoles. «Los jefes de la compañía de aviación le pedían que trajera a más hombres como él», recuerda Luis Manuel con la voz de su padre. Allí trabajó, conoció a compatriotas de su misma condición e hizo amistades para toda la vida. Se hizo canadiense y tuvo a sus hijos allí, pero en 1967, cuando Luis Manuel tenía cinco años, su padre fue reclutado por un compañero y consiguió un contrato para incorporarse a Northrop, uno de los gigantes de la aviación radicados en California.
Animado por un nuevo horizonte laboral y por la familia que su mujer tenía en el «estado dorado», “fue a la entrevista dispuesto a rellenar los papeles”, pero valoró los pros y los contras de trabajar para otros en una fábrica con 3.000 obreros y se lo pensó mejor. En Los Ángeles del tramo final de la década de los sesenta, con la mayor industria de la aviación del mundo en plena ebullición, proliferaban los pequeños talleres y Manuel vio una oportunidad de establecerse por su cuenta. Trabajando mucho, de taller en taller “haciendo piezas en los tornos para clientes diferentes, en menos de tres años había reunido dinero suficiente para comprarse una casa. Era muy trabajador”, recuerda su hijo.
Con el arrojo que del que ha pasado privaciones y el ojo clínico entrenado a base de viajar y aprender a buscarse la vida “no se conformó y en 1973 alquiló un edificio, metió allí un torno Zubal, de fabricación española, y empezó a trabajar para esos mismos talleres y muchos más”, “a hacer trabajos para la aviación y la industria petrolera”, y componentes para “trenes, aviones o coches”. A crecer. Al principio, llamó a la empresa PM Engineering, invirtiendo las iniciales de su nombre y su primer apellido, pero el emigrante al que sus hijos recuerdan inundando la casa con canciones de El Presi y la Pastorina cambió a “Asturies” desde que la convirtió en sociedad anónima, en 1979.
El despegue de la compañía aprovechó poco a poco y con mucho trabajo el ecosistema propicio de la floreciente industria aeroespacial californiana. «Asturies» creció físicamente cuando «Pinilla» amplió las instalaciones comprando los terrenos anejos al suyo y la firma fue adquiriendo un vigor que se ha prolongado hasta el presente. Cuando se jubiló, a los 83 años, la compañía daba empleo a más de cincuenta personas y a muchos negocios que dependían de subcontratos que la fábrica les mandaba… El resultado no está mal, valora ahora su hijo Luis, para «un niño sin padres que nació en un país que estaba entrando en una guerra civil».
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Lo hizo todo sin perder nunca un anclaje con Asturias que no se ve solamente en el nombre con el que se sigue identificando la empresa. Manuel falleció hace cinco años y su esposa recientemente, pero sus tres hijos siguen visitando con toda la asiduidad de la que son capaces la casa familiar en Garaña, en la parroquia llanisca de Pría. “Mi padre estaba muy orgulloso de ser asturiano y nos lo contagió», remata Luis Manuel Pérez. «Lo que más me gusta de la historia de mis padres es que nos metieron en el corazón el amor por España y por Asturias».
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