La normalidad de vivir en el lío y jugar a la ruleta rusa
El tiempo pasa volando, pero hay cosas que no cambian. Y algunas empeoran. Ya hace 12 años que escuchamos a Mariano Rajoy confesarle a Artur Mas, presidentes ambos a la sazón, aquello de: «Vivo en el lío». «Yo también, yo también», le respondió el también entonces líder de la extinta CiU. Corría febrero de 2012, así que ni siquiera había empezado el ‘procés’, aunque la crisis económica golpeaba duro. Ahora el ‘procés’ ha fracasado y la economía no asfixia tanto, pero Pedro Sánchez tenía motivos para haberle dicho este viernes a Salvador Illa que él también vive en el lío. Sánchez, Teresa Ribera y Carlos Mazón han demostrado esta semana que toda la política española está instalada, a diestra y siniestra, en un permanente juego de la ruleta rusa en el que, de momento, todo se salva en el último minuto en medio del caos, pero todo puede saltar por los aires cualquier día. Y a ese río revuelto ha llegado para pescar el corrupto Aldama.
[–>Ya antes de que la DANA cambiase el guion de la legislatura, fuentes socialistas europeas pronosticaban que la derecha infligiría a Ribera un severo examen en Bruselas en tanto que figura de mayor peso de la izquierda en el Ejecutivo comunitario que había fraguado Ursula von der Leyen, el más escorado a la derecha de la historia. Lo que no se esperaban era que el placaje estuviese a punto de tumbarla porque el PP europeo secundase la maniobra de Alberto Núñez Feijóo. Las escaramuzas parlamentarias acabaron con concesiones por ambos lados: los populares aceptaron a Ribera y los socialistas diluyeron su línea roja de no avalar la designación como vicepresidente del candidato ultra de Giorgia Meloni.
Cuando llegó al liderazgo del PSOE, en 2014, Sánchez promovió una campaña similar contra Miguel Arias Cañete, candidato de Rajoy a eurocomisario, usando de ariete a la actual jefa del grupo socialista europeo, Iratxe García, a quien ahora le ha tocado lidiar para blindar a Ribera. La diferencia entre ambos episodios es que la víctima de la zancadilla de Feijóo, además de Ribera, era una presidenta de la Comisión de su misma familia política, usando para ello como ariete al acérrimo enemigo de Von der Leyen, Manfred Weber, el alemán que dirige a los populares europeos. En realidad, en la sede de la calle Génova sabían que noquear a Ribera era imposible cuando su nombramiento formaba parte de un acuerdo entre los grandes grupos europeos. Pero se dan por satisfechos porque ahora podrán recordarle a Sánchez que él también ha votado con la ultraderecha y por haber «internacionalizado» la causa.
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Dicha causa es la supuesta negligencia de Ribera en la gestión de la DANA, por la que el PP está convencido de que acabará imputada y tendrá que abandonar su cargo europeo. La todavía vicepresidenta del Gobierno contrapuso el miércoles en el Congreso al relato de Mazón la lista de comunicaciones que la Generalitat Valenciana dejó sin respuesta aquel trágico 29 de octubre, y denunció un sospechoso «fundido a negro» de más de una hora por parte del centro autonómico de emergencias. Su comparecencia, como la de Mazón, sonó a blindaje argumental ante las investigaciones judiciales que tarde o temprano vendrán.
El presidente valenciano ha optado por una huida hacia adelante. Durante casi dos semanas, ni Mazón ni nadie del PP se acordaron de Ribera, hasta que vieron en el examen de Bruselas la oportunidad de desviar hacia ella el epicentro de la presión. Frustrado el veto a la dirigente socialista, el barón popular ha fiado su frágil futuro político a un militar, alguien ajeno a la gestión y que lo primero que dijo fue que no acepta directrices políticas. Toda una bomba de relojería para un presidente a quien su partido no puede destituir y que, en caso de dimitir, podría abocar a la Comunitat Valenciana a elecciones anticipadas ante la endiablada aritmética parlamentaria.
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Lo de que izquierdas y derechas voten lo mismo solo pasa en el Congreso, donde Sánchez se ha doctorado de nuevo con una reforma fiscal que empezó la semana en coma inducido y la termina magullada, pero con vida. El Gobierno comprobó otra vez que sus socios de izquierdas y derechas siguen apretándole, pero siguen sin ahogarle. Que se tiran los trastos a la cabeza para luego votar juntos la política económica del Ejecutivo. Mientras Feijóo dependa de Vox, el pegamento parece armado a prueba de crisis. Si algún disolvente podría cargarse esa unión de conveniencia, sería el mismo que sacó a Rajoy de la Moncloa: la corrupción. Por eso Feijóo no tardó en recordar, en cuanto el corruptor Aldama tiró de la manta ante el juez a cambio de salir de prisión, que una moción de censura sumaría si Junts y PNV quieren. De momento, no quieren. Pero Aldama, como Luis Bárcenas en su día, promete guerra.
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Si se han fijado, en todo este bochinche aún no hemos mencionado a Catalunya, que por primera vez en muchos años parece vivir en aquel oasis de antaño. Recién cumplidos 100 días en el Palau de la Generalitat, Illa ha logrado la foto de mayor calado de un presidente catalán en Bruselas en mucho tiempo, al ser recibido por la presidenta del Parlamento Europeo, y ha gozado hasta ahora de una relativa tregua de la oposición, impuesta en gran medida por el shock que provocó el veredicto electoral. Pero sigue sin tener desbrozado el camino de los presupuestos. Tras superar su congreso, Junts se ha abonado al contrasentido al que jugaba la ERC de Oriol Junqueras antes de salir del Govern: nada que hablar con el PSC, pero sí con el PSOE. ¿Volverán los republicanos a ese juego después de su cónclave del próximo fin de semana? De eso depende que el «lío» vuelv
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