Las aldeas asturianas más pintorescas de los Picos de Europa | Lonely | El Viajero
Dicen que los Picos de Europa se llaman así porque los navegantes y pescadores, cuando regresaban a los puertos de Cantabria y Asturias después de meses por el Atlántico, divisaban a lo lejos estas cumbres nevadas y sentían que habían llegado a tierra firme, a Europa. Sea como sea, esta cordillera sigue teniendo una silueta casi mágica y en sus pliegues se esconden algunos de los paisajes más singulares y bellos del norte peninsular. Una combinación perfecta de las calizas blanquecinas con la vegetación verde brillante y los propios picos que le dan un aire casi fantástico. Además, en esos pliegues se refugian también pueblos y aldeas inaccesibles hasta hace muy poco, que conservan, en muchos casos y pese al auge del turismo, una cultura ancestral: sobreviven aquí el pastoreo o la elaboración de quesos y sus habitantes se adaptan con increíble destreza a una orografía compleja, a carreteras casi inexistentes y a condiciones meteorológicas adversas buena parte del año.
Entre estos picos hay pueblos famosos, como Cabrales o Gamonéu, que dan nombre a quesos archipremiados. O pueblos que son meca de montañeros y aventureros. Otros lo son de peregrinos o, simplemente, de buscadores de vistas panorámicas increíbles y de tesoros artísticos. Y todo sin olvidar que aquí se fundó el primer reino cristiano de la Península: Covadonga; en plena Edad Media y en el parque nacional de Picos de Europa. Estos pueblos y aldeas son la esencia de los Picos de Europa y cada uno de ellos merece, por sí solo, una visita.
Covadonga, el origen de todo
Covadonga (o Cuadonga, en bable) es uno de esos pueblos casi mágicos a las puertas del parque nacional. Pero es también mucho más que un pueblo: es el corazón espiritual y simbólico del Principado de Asturias (hay quien dice que de España) y, además, presume de ser el origen fundacional del reino cristiano del que partió la Reconquista y de todas las leyendas asociadas a este primer momento de resistencia católica al avance de los ejércitos de al-Ándalus, allá por el siglo VIII. Sea o no cierto todo lo que se cuenta, la realidad es que este es un destino obligado de peregrinación para creyentes y aficionados a la historia. El santuario, a los pies del monte Auseva, en el corazón de los Picos de Europa, es el lugar más visitado de Asturias. El corazón de todo es el Real Sitio de Covadonga, un complejo sagrado, constituido por diferentes monumentos y edificios, que tiene su núcleo en la Santa Cueva: una cavidad en la vertiente de la montaña donde, según se dice, se hicieron fuertes los hombres de Pelayo ante la primera acometida musulmana.
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Una vez pasados los dos grandes leones de mármol de Carrara que guardan la entrada al santuario, y antes de subir al altar de la virgen de Covadonga, muchos visitantes bajan a la orilla del Pozón, un pequeño lago formado por una cascada que brota debajo de la gruta, para tomar un trago de agua de la fuente de los Siete Caños. Según la tradición, ayuda a las chicas casaderas que quieran encontrar marido. Desde el Pozón empieza la empinada escalera de las Promesas, formada por 103 peldaños que algunos peregrinos suben de rodillas y que conduce a la entrada de la cueva. Para acceder a esta, hay que flanquear la colegiata de San Fernando, el edificio más antiguo que se conserva del complejo (de finales del siglo XVI), con un elaborado retablo barroco.
Una vez cumplidos los rituales y visitas obligadas, hay que disfrutar del entorno, tal vez lo mejor de todo. Alrededor del santuario hay muchos lugares que merece la pena visitar, como el parque del Príncipe, al que se accede junto a los leones de la entrada y que permite realizar un recorrido entre frondosa vegetación por puentecitos de madera y antiguos edificios. Destaca también el cementerio o la Campanona, una campa enorme, emplazada no lejos de la explanada. Un poco más alejado, en un paraje conocido como El Repelao, se alza el obelisco regio, en el mismo lugar donde, según la tradición, fue coronado don Pelayo. Y escondido dentro de un bosque, más alto respecto a la explanada, frente al museo, El Hórreo es un estupendo merendero para tomar un refresco.
A unos kilómetros en coche espejean los famosos y fotogénicos Lagos de Covadonga: el Enol y el Ercina, que, en realidad, son tres, puesto que habría que sumar el Bricial, visible solo en primavera al formarse gracias a las aguas del deshielo. Son lagos glaciales, aunque los lugareños prefieren pensar que son el resultado de las lágrimas vertidas por la propia virgen de Covadonga. Una sencilla ruta de senderismo da la vuelta a los lagos y así se disfruta de un idílico escenario que, en verano, se comparte con las vacas casinas, la raza asturiana de la montaña, que son las responsables últimas del delicioso queso Gamonéu. Y si lo que queremos es alejarnos del todo solo tenemos que internarnos en el bosque de Palomberu.
Bulnes, vistas desde El Castillo
Situado en el concejo asturiano de Cabrales, Bulnes es uno de los pueblos más bonitos de Asturias, y así está declarado oficialmente. Tiene puentes, una iglesia, un mirador increíble —el del Urriellu (el Naranjo de Bulnes)— y un barrio alto llamado El Castillo, desde el que se tienen unas vistas panorámicas espectaculares. Pero, además, es el único pueblo de Asturias comunicado con el resto del mundo por un tren cremallera. La otra opción es llegar desde Poncebos por el canal del Texu —la de toda la vida—, un camino empedrado y maravilloso a la orilla del río Bulnes (también conocida como la riega del Texu).
En Bulnes está enterrado el primer alpinista fallecido intentando ascender el Picu Urriellu, el asturiano Luis Martínez, El Cuco, que fue encontrado a pie de cumbre el 2 de septiembre de 1928 por otros dos afamados montañeros, José Ramón Lueje y Víctor Martínez. Y es que el Urriellu marca la vida del pueblo, igual que su famoso queso de Cabrales.
La pintoresca aldea está a 650 metros de altitud incrustada entre las montañas y, en ella, el tiempo parece haberse detenido. Está dividida en dos partes: La Villa, donde se concentran los servicios, y El Castillo, más arriba, constituido por unas pocas casas de piedra. Declarado bien de interés cultural en e2009, el barrio superior de Bulnes es una diminuta joya que parece aferrada al canal del Tuxu, el desfiladero del río Tejo. No hay mucho que ver, pero el silencio, la naturaleza y las pocas casas con muros de piedra donde crece el musgo bien valen la pena de acometer la empinada subida que lleva hasta allí.
Durante siglos, estuvo prácticamente aislada del resto del mundo, sin embargo, las cosas han cambiado desde 2001, cuando fue inaugurado un funicular que discurre por un túnel y que, en menos de 10 minutos, llega desde Poncebos. Hoy el pueblo es el campo base de decenas de excursionistas y montañistas que acometen desde él la subida al Naranjo de Bulnes.
Unos 10 minutos al noreste, accesible a través de un cómodo camino, se encuentra un mirador encarado al Naranjo de Bulnes, cuya silueta se enmarca al fondo de un profundo canalón. Quizá no sean las mejores vistas del pico, pues parte está cubierto por las montañas circundantes, pero es el punto de observación más próximo a la cumbre.
Desde Bulnes parten varias rutas de senderismo, muchas de las cuales requieren un buen nivel de experiencia. La mayoría de los que suben a Bulnes en el teleférico bajan luego por la antigua senda (GR-PNPE-202; cuatro kilómetros; una hora y media de duración) que conecta la aldea con la localidad de Poncebos. La ruta, perfectamente señalizada y conocida como de la Reconquista (es la que siguieron los árabes derrotados por don Pelayo, según la leyenda), sigue el río Tejo, que discurre por el llamado canal del Texu, un desfiladero excavado por el curso fluvial.
Sotres, centro del montañismo
Una estrecha carretera de 11 kilómetros serpentea desde Poncebos hasta Sotres, el pueblo más alto de Asturias (1.050 metros de altitud) y meca y parada obligada para cientos de deportistas que inician o finalizan sus expediciones por los Picos de Europa, más concretamente por su Macizo Central y su destino estrella: el Picu Urriellu o Naranjo de Bulnes.
Situado en la frontera con Cantabria, es un lugar precioso, perfecto para dedicarse a dar largos paseos o a probar la gastronomía local. Aquí se viene a disfrutar de los incomparables paisajes, la quinta esencia de los Picos de Europa. Al margen, están sus casas de piedra bien restauradas, sus calles empedradas con esmero y la iglesia de San Pedro, con su espadaña que se camufla entre las cumbres del fondo, no hay mucho más que ver. Poco más de un kilómetros al noroeste, en el bucólico valle del Duje, se encuentran las invernales del Texu, edificios de piedra con techos de tejas usados por los pastores para guardar el ganado en los meses de invierno. Al este se abre el maravilloso Jito de Escarandi, una vasta pradera que divide Asturias y Cantabria.
Estamos en tierras del queso de Cabrales. En los caminos que ascienden a la montaña, si nos fijamos, encontraremos las antiguas cuevas donde los pastores curaban los famosos quesos. Hoy se puede visitar por ejemplo la Quesería Maín. Tres veces al día, los encargados de esta moderna quesería acompañan a los visitantes en un interesante recorrido por el mundo del queso de Cabrales y se puede ver cómo se elabora y acceder a una cueva de maduración, lugares muy difíciles de visitar. Una cata pone la guinda a la experiencia.
Pero a Sotres los montañeros van sobre todo para llegar al Naranjo de Bulnes. Ahora hay otros recorridos, pero el camino tradicional (de 12 kilómetros), que sigue bien señalizado, es de excepcional valor medioambiental y no resulta particularmente difícil. El punto de partida del sendero está junto a los invernales de Cabao, en el valle del Duje, tras cruzar el río por el puente medieval de Moyeyeres.
Tielve, el pueblo del queso
El pueblo de Tielve se descuelga en una imponente ladera rodeada de senderos que llevan a distintas zonas de los Picos de Europa, siempre con el rumor del río Duje como fondo. Apenas un centenar de vecinos viven en sus casas de piedra, en un pueblo presidido por una iglesia y en el que no faltan los elementos más típicos de este tipo de aldeas, como el lavadero o la bolera.
En Tielve el queso sigue siendo el epicentro de todo. Su Cabrales es uno de los mejores de la zona, con muchos premios internacionales y siglos de tradición, y los ganaderos siguen subiendo a las majadas en verano y madrugando para ordeñar a primera hora a los animales. Esta es todavía una aldea como las de toda la vida, aunque ahora se acercan turistas tranquilos, que no buscan más que disfrutar de la montaña y comer buenos quesos, embutidos y guisos de los de antes.
En los alrededores hay senderos amables, como el que conduce a las majadas de montaña de Valfrío y Tabaos, donde aún se conserva el estilo de vida de los ganaderos de Cabrales, que permite recorrer en menos de cinco kilómetros el maravilloso entorno de Tielves.
Ponga y San Juan de Beleño, en tierra de hórreos
Una de las etapas ineludibles en cualquier viaje a Picos de Europa es el municipio de Ponga y sus pueblos, situados en medio de un paisaje protegido por montañas abruptas y bosques de hayas, muy cerca de Cangas. La zona está cruzada por una extensa red de rutas de senderismo, jalonadas por aldeas y poblados de inesperada belleza, como San Juan de Beleño, capital del concejo de Ponga, una deliciosa aldea rural dominada por una iglesia del siglo XVII y salpicada de casonas. Aquí también está el centro de interpretación del parque natural de Ponga, un lugar donde hacerse una idea del espacio protegido y obtener consejos y mapas de las rutas. Por ejemplo, la que parte desde la collada de Les Bedules y que lleva a Peloño, uno de los bosques más emblemáticos de Asturias, especialmente bello en otoño.
Uno de los retos será buscar entre los pueblos de Ponga los llamados hórreos beyuscos, que representan la arquitectura tradicional: pequeñas construcciones con tejado a dos o tres aguas de planta cuadrada o rectangular que pueden verse sobre todo en Viego y Los Beyos.
Asiegu, un pueblo ejemplar
Galardonada como “pueblo ejemplar” en 2019 por la Fundación Princesa de Asturias, Asiegu es uno de esos pueblos que pasa desapercibido para muchos viajeros. Sin embargo, esta aldea de media montaña esconde en su entorno una joya del arte prehistórico: la cueva de Covaciella, descubierta en 1994, y que guarda dibujos de 10 bisontes, un ciervo, un caballo y un reno de hace más de 14.000 años. A principios del siglo XX también fueron desenterradas aquí 14 hachas que datan de entre 1700 y 1500 a.C.
Otra de las visitas clásicas es El Castru, que son los restos de una fortificación del siglo XVIII, que se completa con la casa medieval del Cuetu de las Abellotas. Después, ya solo queda acercarse al mirador de Pedro Udaondo para contemplar la vista siempre emocionante del Naranjo de Bulnes. Puestos a competir por las mejores vistas del Picu Urriellu, hay muchos que aseguran que las mejores son las de esta aldea de Cabrales llena de leyendas. Las mejores panorámicas se obtienen desde la zona más alta del pueblo, la que se conoce como el Taranu, pero también desde la majada de Tebrandi.
De Asiegu parte también una ruta de unas cuatro horas, la Ruta del Queso y la Sidra, que es una inmersión a pie en la cultura y tradiciones rurales de Asturias. Se empieza visitando una quesería, se descubre la organización social del pueblo (con la gestión colectiva de la tierra, pastos y bosques) y se visita una cueva de maduración. Para terminar, tras aprender los tipos de manzanas que se cultivan en la región y visitar el lagar de una sidrería, se disfruta de una espicha, típica reunión festiva asturiana en la que se come y se bebe sidra.
Panes: cuevas, río y un museo de los bolos
El pequeño pueblo de Panes, a orillas del río Deva, allí donde se junta con el Cares, es otro de los que utilizan muchos viajeros como puerta para acceder a los Picos de Europa. Está en el borde oriental de la cordillera, en la frontera con Cantabria, y en realidad es el núcleo más urbano y comercial de todo el valle y el lugar donde los turistas encuentran muchos servicios. Su barrio antiguo está lleno de buenos edificios de piedra y, entre ellos, una casona, con un gran arco de acceso, del siglo XVI y un palacio rural, el de San Román, en un edificio de época barroca (siglos XVII-XVIII).
Aquí vuelven a estar muy presentes los indianos. Uno de ellos construyó, para su pueblo, a principios del siglo XX las escuelas, la bolera y el original Museo de los Bolos de Asturias en pleno centro. Este último es el orgullo de Panes y donde se cuenta la historia, reglas y tradiciones de este antiguo juego; aunque lamentablemente solo abre los meses de julio y agosto. Fuera del pueblo, asomada al río, está la cueva de La Loja, que custodia pinturas rupestres de bisontes y de un caballo que se remontan 12.000 años.
Panes es punto de partida de las excursiones y visitas a los Picos de Europa y La Liébana, a través de la garganta de la Hermida. El pueblo está especialmente concurrido en temporada de caza y pesca porque tanto el río Deva como el Cares son famosos por sus salmones.
Camarmeña, en lo alto del zigzag
A la hora de competir con miradores y con vistas maravillosas de los Picos de Europa, pocos se ponen de acuerdo. Cada pueblo, cada aldea, presume del suyo. Camarmeña, una aldea de Cabrales situada a 426 metros sobre el desfiladero del Cares, dice tener uno de los más bellos miradores de los Picos de Europa, en general, y concretamente del Picu Urriellu. La aldea merece la pena aunque esté en un lugar escarpado y recóndito. Con su iglesia en lo alto, es un verdadero espectáculo de montaña y un enclave en el que se conserva el estilo de vida de los pueblos tradicionales de montaña asturianos. Solo llegar, por una carretera en zigzag, es un acto de valentía. Pero merece la pena el esfuerzo.
Gamonéu de Cangues y Gamonéu de Onís
Estas dos aldeas gemelas en nombre y en aspecto, comparten también su vocación ganadera y el queso al que dan nombre: el Gamonéu; la joya gastronómica de los Picos de Europa que sigue elaborándose de manera artesanal. Los dos pueblos son tranquilos y hospitalarios y, en ellos, todo gira alrededor de este queso. Ambas aldeas están en lo alto, son sobrias, humildes, discretas y volcadas en la producción del queso.
El Gamoneú tiene dos variedades que los pastores elaboran en las majadas del puerto durante la primavera y el verano, y en sus explotaciones ganaderas el resto del año. El Gamonéu del Puerto está hecho con la leche de un ganado que se alimenta únicamente mediante el pastoreo en los puertos más altos, un queso complicado y sometido a las condiciones de la climatología y de producción muy limitada. Y el Gamonéu del Valle se alimenta de los pastos de la zona y, además, la alimentación de sus vacas se complementa con cereales y leguminosas.
Teleña, en la falda del monte Priena
Teleña es una de las aldeas más antiguas del concejo de Cangas de Onís. Prueba de ello son los ejemplos de arquitectura tradicional, entre ellos, una casa blasonada con capilla donde se hay una talla de origen románico de la virgen de Covadonga que, según aseguran los lugareños, es la más antigua que se conserva de esta virgen asturiana.
Situado en la falda del monte Priena, el pueblo reúne historia, tradición y naturaleza. Pero Teleña es también el punto de partida para llegar al Picu Priena y a Covadonga. El pico luce en su cubre una cruz conocida como la Cruz de Priena o la Cruz de Pelayo, que se puede ver desde Covadonga, que es parte de las estribaciones de los Picos de Europa y que limita con el parque nacional.
Amieva, en la puerta del Valle de Angón
Amieva es un pueblo dominado por el agua y la roca. Abrupto, escarpado, es un importante centro de escalada. Parte de su territorio está dentro del parque nacional de los Picos de Europa y sus angostas gargantas hacen de él un territorio perfecto para el barranquismo y el rafting. Desde aquí se contempla el inmenso muro calizo donde se ubica el mirador de Ordiales y donde está enterrado Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa y principal impulsor de la creación del hoy parque nacional. Desde allí hay unas magníficas vistas aéreas de todo el Valle de Angón.
La especialidad del pueblo son las rutas de montaña, como el Camin de la Reina, la senda de La Jocica, la del Arcediano o la del Beyu Pen; que combinan naturaleza y mitología asturiana. Además, San Juan de Amieva está muy cerca de la senda del Arcediano y es el punto de partida de la ruta al Cantu Cabroneru, otra mítica cumbre con impresionantes vistas de los Picos de Europa.
Tampoco le falta su porción de queso: aquí están el Valle de Angón o el desfiladero de los Beyos, que comparte con Ponga y que da nombre a uno de los quesos más sabrosos de los Picos de Europa.
Següencu, con vistas a Covadonga
En el concejo de Cangas de Onís, Següencu es una aldea encaramada a la montaña que conserva su tradición ganadera. Por su altitud y su privilegiada ubicación, se obtienen, desde el repetidor de telecomunicación, las mejores vistas panorámicas: 360 grados de las mejores de toda Asturias, entre las que destacan los Picos de Europa, el río Sella, el mar Cantábrico y Covadonga, que aparece pequeña, como escondida y arropada por las montañas.
Següencu es también tierra de ganado, de pastos y cabañas; y punto de peregrinación en la ruta que va desde el centro de Asturias hasta Covadonga, en el este.
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