Líbano 2006 contra Líbano 2024: la cara y la cruz de una misma guerra
Habían transcurrido más de tres semanas de ofensiva israelí, con bombardeos desde tierra, mar y aire contra objetivos en el Líbano de Hizbulá, pero la milicia chií libanesa continuaba disparando una media de más de un centenar de proyectiles Katiusha sobre el norte de Israel sin que nada lograra impedirlo. A los pocos días, una vez materializado un alto el fuego acordado en la ONU que permitió a la prensa adentrarse en el territorio de combate, uniformes ensangrentados sin identificación pertenecientes a soldados hebreos heridos aparecieron entre los escombos de los pueblos destruidos del sur libanés, poniendo al descubierto el severo correctivo sufrido por la infantería llegada aquellos días a territorio libanés desde el país vecino.
En el verano de 2006, hace casi dos décadas, los bandos armados que en la actualidad protagonizan una nueva guerra en el país de los cedros se enfrentaron durante un periodo de mes y medio. Pero a diferencia de lo visto hasta ahora en este 2024, entonces fue la reputación militar de Hizbulá quien salió mejor parada de una breve contienda, también conocida como Segunda Guerra del Líbano, que provocó unos daños materiales y humanos bastante inferiores. He aquí algunas diferencias y semejanzas entre ambos enfrentamientos armados.
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La chispa que desencadenó la guerra de 2006 fue una emboscada de Hizbulá contra un convoy militar israelí en el que perecieron cinco militares hebreos, mientras que otros dos –Ehud Goldwasser y Eldad Reguev– fueron hechos prisioneros. A cambio de su liberación, la milicia chií exigió la excarcelación de sus propios presos, a lo que las autoridades israelíes se negaron, iniciándose la denominada ‘Operación Recompensa Justa’, con el objetivo ya no solo de lograr recuperar a los militares perdidos, sino también disminuir los ataques al norte de Israel desde el Líbano y hasta desarmar a Hizbulá. El actual conflicto, en cambio, lleva fraguándose desde el año pasado, y viene parejo a la guerra de Gaza. Hizbulá e Israel llevan hostigándose mutuamente e intercambiando disparos desde el inicio de la ofensiva israelí en la franja palestina en el otoño pasado.
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Pese a la abrumadora superioridad en recursos militares frente a la milicia paramilitar libanesa, Israel ofreció, en 2006, una pobre impresión en cuanto a información de inteligencia y capacidad de infiltración. Prueba de ello fue la fallida incursión aerotransportada que realizó el Ejército de Israel, mediada la contienda, para secuestrar a Hasán Nasralá en una zona montañosa del país de los cedros. La misión fracasó estrepitosamente, ya que capturó a una persona equivocada cuyo apellido coincidía con el líder de Hizbulá y a la que tuvo que liberar posteriormente.
En este 2024, Israel parece haber aprendido la lección de que no se puede ir a la guerra sin haber realizado una intensa labor de inteligencia previa y haber infiltrado intensamente al enemigo. El 27 de septiembre, el Ejército hebreo bombardeó el barrio beirutí de Dahiyeh, de mayoría chií, logrando matar al líder de Hizbulá. La decapitación de parte importante de la cúpula paramilitar chií mediante artefactos explosivos en buscapersonas demuestra un elevado nivel de planificación y preparación.
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Si hay algo que une, a modo de cordón umbilical, a ambos conflictos es la comisión de crímenes de guerra y el empleo de armas prohibidas por ambos bandos, aunque con resultados mucho más dañinos para el bando libanés que para el israelí, dado que este último cuenta con medios militares muy superiores. Según confirmó la ONU a los pocos meses de implementarse el alto el fuego, Israel había utilizado en la guerra de 2006 fósforo blanco, una sustancia de uso prohibido en zonas urbanas que arde al contacto con el oxígeno y provoca terribles quemaduras en la piel y los ojos, e irritación y edema pulmonar en el caso de ser inhalado, además de bombas de fragmentación, que de facto inutilizaron amplias extensiones de terreno en el sur libanés. Hizbulá, por su parte, fue acusada de disparar armas de escasa precisión como los cohetes Katiuska contra objetivos civiles.
El listado de armas prohibidas en 2024 es prácticamente idéntico, con la salvedad, momentánea, de las bombas de fragmentación. El pasado junio, Human Rights Watch certificó el recurso al fósforo blanco por parte de Israel, un comportamiento que, según la organización, «pone a los civiles en grave riesgo y «contribuye» a acelerar el desplazamiento de civiles. Hizbulá también ha recurrido a los ataques indiscriminados contra objetivos civiles como en 2006.
Una de las grandes incógnitas consiste en saber el número de fallecidos en el ataque con decenas de explosivos contra Hasán Nasralá. En el caso de que sea elevado, ambos bandos podrían ser acusados de crímenes de guerra: Israel por bombardear una zona densamente poblada, e Hizbulá por permitir que su líder se esconda entre población civil.
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Todo apunta a que la actual guerra será mucho más sangrienta que la de 2006, al menos en cuanto al bando libanés se refiere. Según fuentes oficiales, en el mes y pico que duró la ofensiva hace casi dos décadas, murieron alrededor de 1.300 civiles libaneses, por 146 israelís. En las últimas dos semanas, es decir, menos de la mitad del tiempo que duró la contienda entonces, han perdido ya la vida al menos un millar de libaneses, mientras que el bando israelí solo ha registrado heridos. tanto entonces como ahora, cientos de miles de libaneses se han visto obligados a abandonar sus hogares, acrecentando los graves problemas económicos que atraviesa el Líbano desde hace varios años.
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