Medio año de Trump | Editorial de El Periódico
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump / Hu Yousong / Xinhua News / ContactoPhoto
Donald Trump cumple hoy seis meses en la Casa Blanca, caracterizada su presidencia por las habituales improvisaciones y amenazas que desconciertan a sus aliados y radicalizan el comportamiento de sus adversarios. Singularmente en materia de seguridad y defensa, con el correlato de rearme generalizado y de estancamiento de las dos grandes crisis a las puertas del bloque occidental –Ucrania y Gaza–, la reiteración de los ensayos generales de China para una eventual invasión de Taiwan y cierta sensación general de descontrol a falta de un esquema multilateral de gestión de los grandes conflictos.
La estrategia de Trump de utilizar la guerra arancelaria para imponer su punto de vista ha tenido un efecto limitado, ha sumido a los mercados en la incertidumbre y ha abundado en el carácter imprevisible de su presidencia, como sucedió en su primer mandato. La exigencia de que los socios de la OTAN destinen a la defensa el 5% del PIB es el ingrediente central de la cuestión ‘securitaria’ en Europa, motivo de controversia política no solo en España y que alimenta la sensación de que el aumento de riesgos se aborda desde un planteamiento en el que pesan más los factores económicos –los intereses del complejo militar-industrial-tecnológico– que la búsqueda de un orden mundial estable.
En ese enfoque cada vez más generalizado, los cálculos objetivos de algunos estados mayores como el español, que impugnan las exigencias de Trump, caen en el olvido y la cultura pacifista apenas tiene difusión. Así es de nuevo actualidad el viejo dilema de la seguridad, que plantea las consecuencias del rearme de un país o grupo de países como un estímulo para el rearme de sus competidores o adversarios. Las proclamas del presidente de Estados Unidos sobre el reame de la OTAN van en esa dirección; las del presidente Emmanuel Macron, referidas a la necesidad de desarrollar un arsenal europeo de disuasión nuclear, también.
En las promesas electorales de Trump había el anuncio de una resolución inmediata de los conflictos de Ucrania y Gaza y la configuración de un nuevo espacio de seguridad. No fueron más que eslóganes publicitarios. La invasión de Ucrania cumple tres años y medio, convertida en una guerra de desgaste, con Vladimir Putin inasequible a toda paz pactada y con la amenaza de Trump de imponer aranceles del 100% al comercio con Rusia, tan raquítico que tal amenaza carece de efectividad. Sigue Binyamin Netanyahu sumando víctimas a la carnicería de Gaza sin mayores señales de dar el visto bueno a una tregua.
Puede decirse que nada se ajusta a lo esperado hace medio año y asoman en el horizonte nuevos factores de inestabilidad relacionados con la ofensiva de Trump para acometer problemas internos (la herencia del caso Epstein). Al mismo tiempo, sigue sin aparecer en Europa el impulso unificador necesario en materia de seguridad y defensa, habituados los gobiernos a cobijarse bajo el paraguas protector estadounidense. Se multiplican de esa forma las alusiones a la autonomía estratégica, pero la concreción de tal principio es harto difusa. Y en tal situación es fácil constatar que salen reforzadas las exigencias de Estados Unidos y empequeñece la capacidad de Europa de influir en la gestión de los conflictos y sus consecuencias a escala continental.
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