Melancolías
El catalán Pla y el castellano Umbral dieron lecciones sobre el arte de la escritura en periódicos; muy necesario en tiempos de presencia, cada vez mayor, de articulistas aficionados. Este articulista es uno entre los muchos aficionados, y por ocio, no por negocio (nec otium).
[–>[–>[–>Fue González-Ruano el que escribió que un artículo para periódico tendría que ser como una morcilla, en la que dentro puedes meter lo que quieras, pero que ha de estar muy bien atada por los extremos, al principio y al final, de la morcilla, del artículo. O sea, con condimento oloroso: olores a cebolla y a sangre de marrano, cerdo ibérico.
[–> [–>[–>Tengo entre manos el libro «El corazón y la luna», recopilación de los artículos de Francisco Umbral, publicados en la revista «Jano» (1971-2006), que este año editó Renacimiento, editorial a tener presente. En ese libro, en el texto «Hacer un artículo», Umbral escribe: «Hacer un artículo es, sí, lo más parecido a hacer un soneto. Algo corto, preciso, y con rasgo final brillante».
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Y añade: «El error de casi todos los articulistas, que realmente no lo son, es que en un par de holandesas tratan de plantear y resolver la física nuclear, el Sacro Imperio Romano, la guerra de las Termópilas, el Código napoleónico o cualquier otro asunto de parecida y abrumadora enjundia. Naturalmente –continua Umbral– fabrican un respetable ladrillo de hormigón prensado, por falta de humildad».
[–>[–>[–>Si Umbral, viese que un artículo periodístico se titula «Melancolías», acusaría a su autor, con razón, de detestable y novato. Y si ese o este autor, de escrituras y sentencias, siguiera el consejo de Umbral, por lo de la brevedad, aquí debería terminar, pues la morcilla queda ya bien atada, por el principio y por este final.
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Y al que no le dé por escribir artículos para la prensa, acaso prefiera otras modalidades del figureo y de lo fantoche, por ejemplo, relatar cuentos de policías y ladrones; en ese caso, en vez de leer a Pla, a González Ruano o a Umbral, que lea a G.K. Chesterton, que escribió, al más puro estilo inglés, «Cómo escribir relatos policíacos». Chesterton es tan británico como el Royal Tennis Club, el de Oviedo, la otra catedral de Vetusta. Y lo de policías y ladrones también es muy adecuado, hoy, en España por abundancia de ladrones
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[–>No soy capaz de terminar aquí, por la manía –acaso por ser maníaco– de escribir seis o siete folios por artículo, y de la manía, lo más frecuente, es pasar a la depresión, que está en el otro lado, aunque siempre próxima. Debe distinguirse a un maníaco simple de un bipolar complejo, aunque ambos precisen de tratamientos varios, también capilares. Por cierto, en «vidas largas» (vita longa), es natural tener que visitar al psiquiatra y también al oncólogo varias veces en la vida; y eso mismo, (lo del psiquiatra y el oncólogo), en «vidas breves» (vita brevis) es contra naturaleza, una desgracia contra la vida, mucho más que una puñetería.
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Y es que la melancolía puede ser una emoción flaca, o sea, una especie de cosquilleo, un sentimiento de goce y de dulzura sibilina como la diabética; o puede ser una gordura peligrosa, dañina, desgraciada y terrible: una dolencia, física/psíquica, que los psiquiatras llaman depresión, que se cura, mejor que con pastillas, haciendo lo contrario de lo que apetece, un casi imposible.
[–>[–>[–>Y me ocurrió algo raro, pues pretendiendo liberarme de obsesivos devaneos teológicos y jurídicos, la literatura, por mi elegida y al azar, trataba de las melancolías.
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Primero fue el libro (Anagrama, 2022) de Soledad Puértolas y Elena Cianca, «Alma, nostalgia, armonía, y otros relatos sobre las palabras», tratando en el capítulo 6 de «otras enfermedades del alma (y del corazón)», incluyendo esa dolencia mucho más enigmática y de más difícil curación que la del amor: la melancolía.
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Puértolas, académica de la Lengua, o sea, muy charlatana, cita en lo de la melancolía a autores de nuestro Siglo de Oro, incluido Cervantes, muerto a principios de aquel siglo. Y aquí compruebo una laguna en el texto de Soledad, pues no hay referencia al capítulo LXXIIII de «El Quijote» (segunda parte), titulado «De cómo don Quijote cayó malo y del testamento que hizo y su muerte», que es clave en la melancolía cervantina.
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Ese capítulo permite saber que Don Quijote enfermó de melancólica depresión, causada «al verse vencido», y lo más importante es lo que dice Sancho Panza al moribundo Alonso Quijano: «La mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía». ¡Qué atinado y fino fue lo dicho por el esposo gordo de Teresa Panza!
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Segundo fue el libro (Anagrama, 2024) de Roger Bartra, titulado «Ecos de la melancolía, un viaje musical», explicando el autor que «el libro es un viaje en busca de las huellas que la melancolía ha dejado en la música clásica». Ahí está, en el libro, la historia musical de la melancolía. El autor escribe del «Sexto cuarteto, opus 18», de Beethoven, pieza de 1801, que se inicia con un sombrío adagio titulado «Malinconia»; también se refiere a la «Sérénade mélancolique» de Piotr Tchaikovsky.
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Falta la «Sinfonía fantástica» de Berlioz, en cuyo primer movimiento aparece el protagonista sumido en el profundo sueño. Es sabido, desde Freud, que, al despertar de sueños de amores imposibles en la realidad, hechos posibles sólo soñando, al despertar, pueden producirse ataques de melancolía. Y qué razón tuvo el que dijo, entre lamentos: «Nunca se sueña con lo que se tiene al lado».
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Y, para bien leer aquel libro musical y para bien escuchar las piezas más melancólicas de la Historia de la Música clásica, una recomendación: hay que estar muy sano de cuerpo y de alma, o padecer una flaca melancolía, pues la gorda o depresión, puede causar lo último e indeseable, un querer dejar la vida. ¡Qué error!
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Este artículo, estimada lectora o estimado lector, está ya resultando muy largo; más parece una longaniza o una chistorra baturra que una morcilla. Pero he de continuar, pues con tanta tristeza, la del libro Segundo, es como si la morcilla quedase suelta por el lado del final. Y a ese remate, voy ahora, con el tercero.
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Tercero fue el libro (Ediciones Sígueme, 2022) de Elie Wiesel, «Contra la melancolía». En la «Presentación», un tal Miguel García-Baró escribe: «Es de la pluma de Wiesel una de las más tristes afirmaciones que jamás se hayan escrito: Los santos son los que mueren antes del final». ¿Querrá decir, acaso, Elie Wiesel que los melancólicos profundos, o que los pacientes o impacientes de gorda melancolía, son todos unos santos?
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Más adelante, el mismo presentador añade: «Cuando se relata una historia jasídica, resulta obligado rehacerla hasta cierto punto, porque sólo así se está en el júbilo del jasid y en el homenaje al tzaddiq». Ante eso tan difícil, muchos y muchas me reprocharán –también Pla y Umbral– tan complicada teología judía, inadecuada para un artículo de periódico. Sin duda, replicaría yo, que esos y esas han olvidado lo escrito por González Ruano: «Que dentro de la morcilla se podrá meter lo que se quiera», incluso la teología judía –escribo ahora–.
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Resultó que Wiesel fue amigo y consejero del francés Mitterrand, lo cual es muy natural teniendo en cuenta que casi todos los judíos, por mesiánicos, son de izquierdas, ¿acaso también Cristo? Parece que Netanyahu, según la extrema izquierda española, es un judío de derechas.
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En el libro tercero se cuenta que un joven jasid fue a ver al Rabí Pinjás de Koretz, famoso por su sabiduría (estudió la Biblia, el Talmud y luego la Cábala, manifestando profundo interés por la filosofía y las ciencias exactas), y famoso también por su compasión, fue preguntado por el discípulo: «Maestro, maestro, ¿qué debo hacer? Dime, te lo suplico: ¿qué debo hacer?».
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–Ve y estudia la Torá –respondió el Rabí Pinjás de Koretz–. La Torá es el único remedio. Siempre lo ha sido.
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–Desgraciado de mí, soy incapaz de estudiar –respondió el joven jasid–. Y añadió: «Mis certezas se tambalean; mi ímpetu se ha frenado. Mi alma no sabe a qué aferrarse, dónde refugiarse: se va por el mundo errante y yo me quedo allá, abandonado como un desecho».
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El joven jasid debía estar deprimido, por eso, el sabio Rabí Pinjás de Koretz le aconsejó:
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«No te creas nunca solo. No pienses jamás que nuestra tragedia es exclusivamente nuestra. Ha habido otros que han conocido el mismo dolor y han sufrido los mismos extravíos. Dios está en todas partes: en las penas e incluso en el desgarro. También está en la mirada, siendo los mayores milagros de la vida la esperanza y la amistad».
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En la página 137 y siguientes, se cuenta la historia del Vidente de Lublin o la melancolía jasídica. El tal vidente, venerado Maestro, propuso a discípulos y adeptos armas del calibre de la exuberancia, la alegría, el gozo, el entusiasmo, el fervor y el éxtasis para combatir la melancolía, la tristeza y la desesperación.
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¿Habrá quedado la morcilla bien atada?
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