No queríamos cambiar el mundo, queríamos hacer lo que nos gustaba
La sala de Cómic de Avilés acoge desde mañana jueves y hasta el próximo 17 de mayo la exposición «‘El Víbora’: 25 años de contracultura en viñetas». Emilio Bernárdez, que fue editor de aquella revista legendaria, conversa con LA NUEVA ESPAÑA sobre aquellos días de viñetas «underground» y revoluciones de papel.
[–>[–>[–>Inauguran en Avilés como si fueran clásicos.
[–> [–>[–>Por desgracia es así. Por desgracia es que te consideran un clásico, aunque en realidad éramos innovadores en la época.
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¿Eran los más punkis del momento?
[–>[–>[–>Sí, éramos los más punkis, los más innovadores en el mundo del cómic en España y, prácticamente, en toda Europa. En Estados Unidos no, pero realmente marcábamos una tendencia que no se había visto todavía.
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¿Qué pasaba en España para que hubiera espacio para ustedes?
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[–>La Movida Madrileña fue un poquito después, diría yo. A ver, las cosas antes iban mucho más despacio. O sea que, por ejemplo, salía la moda no se qué de llevar el pelo de «beatnik», digamos, en los años 65, pero aquí no nos llegaba hasta los años 70. Porque no había internet, todo iba más lento. O sea, Paco, «El Cabrón», había muerto en el 75, pero, digamos, aquí, la Policía nos seguía dando de hostias por una manifestación gay, o por una manifestación de izquierdas, y no iban del color que van ahora: iban del color gris. Todo estaba prohibido en aquellos primeros años de la democracia y nosotros éramos una serie de gente que teníamos muchas ganas de hacer cosas. Hacíamos nuestras revistas, que se vendían bajo mano. Lo que pasa es que a la muerte de Franco, pues empezamos a poder hacerlo con un poco más de tranquilidad. Ya, digamos, no nos daban porrazos porque los estuviéramos vendiendo por la calle y esas cosas. Y entonces fue cuando llegamos con «El Víbora»: nos juntamos una serie de gente que estábamos haciendo lo mismo, e hicimos la revista. Pensábamos que iba a durar seis números, ¿sabe? Con suerte. Y resulta que lo petamos.
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¿De dónde sale el nombre?
[–>[–>[–>«El Víbora» no fue el nombre original. Queríamos poner «Goma 3». No sé cómo es usted de joven.
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No tanto como quisiera: sé lo que era la goma 2.
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El explosivo de ETA. Entonces, claro, poner «Goma 2» hubiera sido la rehostia, ¿no? Lo que habíamos tenido siempre era un espíritu provocador, adelantarnos a los tiempos, etc. Entonces le quisimos poner «Goma 3», pero no nos dejaron. El Gobierno ahí ya era parte democrático, pero por ahí no pasaba. En realidad, nunca nos lo llegaron a prohibir, pero es que llevábamos un año solicitándolo y no nos lo concedían. O sea, no nos respondían. Entonces, conocimos a alguien que más o menos tenía algo que ver con esa sección de ministerios y tal y cual, y nos dijo: «Tíos, en realidad nunca os van a dejar poner ese nombre». Entonces, en una reunión que teníamos todos, empezamos a soltar nombres, una tormenta de ideas, pero con nombres, y alguien dijo: «Oye, ¿y si ponemos ‘La Víbora’?» Y alguien dijo: «No sé, suena rarito ‘La Víbora’ y tal. ¿Por qué no le ponemos ‘el’ en vez de ‘la’?» «Ah, hostia». A todo el mundo le pareció bien y así quedó.
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Desde un primer momento fueron absolutamente libertarios
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Era feminista, era… pro-gay, era izquierdista. Éramos tan raros que incluso la mayoría de la gente de izquierdas tampoco quería saber nada con nosotros porque nos decían que éramos unos pasotas, unos drogaos, unos fumetas, que no teníamos inquietudes políticas y tal y cual. Sí las teníamos, pero nos reíamos más bien un poco de la gente que se lo tomaba muy en serio. Nosotros nos tomábamos en serio la política, la tortura y esas cosas y tal, pero no andábamos todo el día llorando por eso. Entonces no nos veían bien, digamos, la mayoría de los medios de comunicación tampoco nos veía bien, ya le digo, nos trataban como unos drogatas de mierda. Eso cambió el 23 de febrero, entonces se produjo lo que hizo el cambio para nosotros, que fue el golpe de Estado.
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Explíquemelo.
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Todos los medios callaron y nosotros sacamos una revista poniendo a los guardias civiles de borrachos, haciendo orgías en el Parlamento, en fin.
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Fueron unos predecesores de la «Charlie Hebdo», vamos.
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Bueno, en realidad, tengo que confesar que realmente nosotros no queríamos cambiar el mundo. O sea, queríamos cambiarlo, pero poquito, nuestras cosas. No pretendíamos sentar precedentes, queríamos hacer lo que nos gustaba.
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