Todo lo nuevo muere al nacer
En sí misma, la novedad es genérica y fugaz, sin ningún carácter distintivo ni esencia propia. Sin embargo, vivimos obsesionados con ella.
[–>[–>[–>Durante años se ha repetido sin descanso la expresión «nuevas tecnologías» –en el arte, con un papanatismo muy habitual–, que hoy, por puro desgaste y obviedad, suena cada vez más vacía. Ahora, en cambio, se impone con fuerza otra palabra: innovación. Un término que se ha popularizado en las últimas décadas, más ligado a lo estratégico y transversal de las empresas y otros ámbitos culturales y sociales que a los propios medios tecnológicos, aunque inevitablemente dependa de ellos.
[–> [–>[–>Pero, si pensamos lo nuevo en sentido estricto, asociado a lo heraclíteo, descubrimos que nace al mismo tiempo que muere, como todo lo que participa del devenir. La novedad, una vez reconocida, deja de serlo al colocarse detrás de sí misma. Cada paso que damos, cada parpadeo, cada latido, son un estreno constante. Y nuevas –y efímeras– también se muestran las nubes, las flores o las rutas de cualquier vida.
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¿Cuánto dura la novedad de lo nuevo? ¿Puede existir lo original, entendido como su sinónimo, sin referencia al origen? Parece que no. Y, sin embargo, nuestros proyectos y actividades requieren, a menudo, la idea de innovación como impulso para avanzar con el cambio, aportando valor añadido, aunque aquello que comúnmente consideramos nuevo no siempre implique las virtudes del equilibrio y el progreso. A veces amplía desigualdades, aumenta el impacto ambiental o agrava los efectos del cambio climático, con límites irreversibles. Por eso, en los debates actuales se habla de innovación responsable o sostenible, para que los intereses sectoriales y particulares más inmediatos no vayan contra el bien común a largo plazo.
[–>[–>[–>Y, pese a ello, en la sociedad de consumo –como sujetos obedientes, convertidos en objetos–, nos hemos acostumbrado a vivir colonizados por lo novedoso, que incluye, en su reverso, una contradicción: el desperdicio y la falta de ética de la obsolescencia programada.
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Pero, en cualquier caso, la novedad, como fenómeno, no fundamenta lo constitutivo; aunque sí permite pensar en una innovación responsable como práctica social.
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[–>Para el filósofo Xavier Zubiri, el cosmos no es dinámico sino dinamismo; por tanto, si lo ontológico lo asociamos a lo que percibimos como nuevo, entonces la novedad se encuentra implícita en la vida misma, pero resultando inseparable de aquello que también desaparece, como en los ciclos de la naturaleza: primavera y otoño, inicio y término.
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Así que, al final, la paradoja nos recuerda que todo acontece en un mismo pulso: el que nos renueva al tiempo que nos extingue.
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