Trump y EEUU, en un punto de inflexión tras seis meses sin frenos
Hay posiblemente solo una idea que une a defensores y críticos de Donald Trump: los seis primeros meses de la segunda presidencia del republicano han dejado, a un ritmo vertiginoso y sin precedentes, cambios profundos en Estados Unidos: en la política, el gobierno y en el propio país. Más allá de ese consenso, es difícil encontrar interpretaciones de qué constituyen sus éxitos y fracasos que no estén en las antípodas.
Lo que para Trump y muchos de sus votantes son logros, promesas hechas realidad y transformaciones necesarias para sus opositores son, en cambio, retrocesos, amenazas cumplidas y cambios peligrosos y con difícil vuelta atrás.
Por eso conviene detenerse a mirar qué ha pasado, y qué no, desde el 20 de enero, un tiempo en el que han quedado marcadas ya las pautas de este mandato de Trump, que si cumple la ley será el último y se encuentra, como el país con él en el Despacho Oval, en un punto de inflexión.
Cuando Trump logró a principios de este mes que los republicanos del Congreso aprobaran su megaley fiscal hizo mucho más que implementar un trascendental recorte de impuestos, algo que ya había logrado en su primer mandato, y que como entonces está diseñado para maximizar la ayuda a las rentas altas.
La norma incluye también un incremento del presupuesto para Defensa y para inmigración que permite a Trump intensificar su cruzada y reforzar la campaña de expulsiones masivas. Además recorta programas sociales como la sanidad pública para pobres y discapacitados (Medicaid) o la ayuda para alimentos y reenfoca la política medioambiental, revocando la transición verde.
“Pese a la mayoría exigua y sin votos demócratas, ha conseguido con esa ley pasar lo que será el marco para su segunda presidencia”, explica en una entrevista telefónica Don Moynihan, profesor de Política Pública de la Universidad de Michigan.
Elon Musk con su hijo X y Donald Trump, en la Oficina Oval. / EP
Incluso tras la ruptura sonada con Elon Musk, todo el proyecto de recorte de empleados públicos, presupuesto y agencias y departamentos del gobierno sfederal igue viento en popa, con Russ Vought, uno de los arquitectos del Proyecto 2025 y al frente de la Oficina de Gestión y Presupuesto, ahora como capitán.
Trump, que ahora vuelve el foco a la desregulación ya l esfuerzo por incrementar las redadas contra inmigrantes en ciudades gobernadas por demócratas, de momento tiene una economía que aguanta, pese a empezar a dar señales de tensiones inflacionarias y laborales por decisiones políticas como las deportaciones de trabajadores o la guerra comercial que ha reactivado. Aunque con prórrogas a la entrada en vigor de los aranceles de castigo a socios comerciales ha motivado que se cree el acrónimo irónico TACO (siglas en inglés de algo similar a “Trump acaba siempre como un gallina”), ha impuesto ya otros gravámenes que, de momento, lo que hacen es dejar algunos ingresos en sus arcas públicas, alimentando por ahora el discurso de un país «ganador».
La imagen que le gusta proyectar de sí mismo como negociador internacional ha quedado manchada por la continuación de la guerra en Ucrania y por la tragedia humanitaria que persiste en Gaza pero con acciones como el ataque a las instalaciones nucleares de Irán o con los compromisos nominales de países de la OTAN a incrementar como él quiere el gasto en Defensa.
Otra marcada diferencia con todo su primer mandato que se ha expuesto en estos seis primeros meses de segunda presidencia es que Trump, esta vez, sabe lo que hace y ha logrado un control total del Gobierno, donde se ha rodeado solo de leales y está haciendo un uso mucho más ambicioso y agresivo del poder.
Esa capacidad de consolidar el poder representa uno de sus más destacados éxitos, según valora en un correo electrónico Erica Frantz, politóloga de la Universidad Estatal de Michigan. “Quería un ejecutivo más fuerte que pudiera implementar su visión y lo está consiguiendo”, dice. “Los tribunales básicamente han cedido, como han hecho las élites republicanas. Hay entre poco y nada que pueda ponerse en su camino ahora. Y dado ese poder que acumula, debería poder navegar la mayoría de las tormentas” que puedan presentarse, ya sean por crisis económicas o por desencanto de las bases.
La luz verde suprema de los Estados Unidos para desmantelar el Departamento de Educación / .
Uno de los elementos fundamentales para asentar ese control ha sido el Tribunal Supremo, donde la mayoría superconservadora que ya le garantizó antes de que volviera al Despacho Oval inmunidad casi absoluta por acciones oficiales está fusionando aquella trascendental decisión con otras en las que da respaldo a la teoría del ejecutivo unitario.
Pero Trump está usando también agresivamente otras herramientas, como empujar los límites de la ley, vulnerándolos en opinión de analistas como Moynihan en casos como los despidos de empleados públicos. “Está llevando a trabajadores del gobierno a que hagan lo que él quiere o marcharse”.
Ese cóctel de presión, amenaza y miedo y la tensión ante un mandatario que está cumpliendo sus promesas de venganza y apunta a intensificar su campaña de castigo revanchista explican también una ola de adulación y servilismo en algunos casos, o sometimiento y rendición en otros, que se ha extendido por grandes corporaciones o entre muchos (aunque no todos) de los amenazados: desde universidades hasta medios de comunicación.
El tsunami que ha representado el ‘caso Epstein’ para Trump en parte se entiende porque las dos últimas semanas han sido cuando de forma más seria y duradera ha perdido el control de la narrativa y ha visto abrirse una brecha potencialmente irreparable con sus bases, una fractura más profunda y mayor que la que se vio durante el ataque a Irán o cuando ha abierto su discurso a la posibilidad de ayudar a Ucrania.
El caso Epstein llama tanto la atención en parte porque es lo único que ha desequilibrado a Trump de la cresta de esa ola de triunfalismo en la que ha estado surfeando estos seis primeros meses, impulsado por una acumulación indudable de significativos triunfos legislativos y judiciales.
Trump dice que se debe publicar la información «creíble» del caso de Epstein / .
Ese discurso triunfal se construye también sobre la realidad de una oposición política que, al menos de momento, sigue mostrándose incapaz de hacerle daño. Las divisiones internas siguen lastrando a los demócratas, que legislativamente no pueden hacer nada en Washington y están muy limitados para actuar como freno. Incluso si tuvieran un mensaje efectivo, poco tendrían que hacer antes de las legislativas, que no llegarán hasta noviembre de 2026. Trump. además. ha diseñado la ley fiscal de forma que algunos de los peores golpes para los ciudadanos que dará esa legislación no empezarán a sentirse hasta después de esos comicios.
Trump, por otra parte, se muestra indiferente a las reacciones negativas de una forma bastante inusual en la política. Ha tenido éxito en conseguir que sus seguidores compartan su retrato de que hay corrupción e injusticia en las instituciones que no controlaba, sean lo que llama el “estado profundo” o los medios o las universidades. Ha explotado normas tradicionales que él ignora según las cuales había que presentar los dos lados de una discusión y así ha logrado que se normalicen muchas de sus posiciones.
Uno de los puntos débiles de Trump tras estos seis meses es que, pese al mencionado control de la narrativa que ha mostrado, no ha podido frenar el deterioro de su imagen y la erosión del apoyo de la opinión pública a algunas de sus políticas, incluyendo propuestas que inicialmente le granjearon apoyo más allá de sus bases. Y con cada día que pasa más difícil tiene responsabilizar de cualquier acontecimiento o dato negativo, como intenta, a su predecesor.
El caso más significativo para Trump, que según la media de encuestas que mantiene Real Clear Politics sigue con una aprobación del 46% y un suspenso de más del 51%, es el de la inmigración, donde la crueldad y la falta de humanidad de arrestos, detenciones, deportaciones y expulsiones sin respetar el estado de derecho o los lazos sociales de los migrantes ha elevado el rechazo a su cruzada.
En una encuesta reciente de Gallup, por ejemplo, han caído del 55% al 30% quienes apoyan más restricciones a la inmigración en EEUU. Y ahora el 64% de los republicanos afirman que los inmigrantes plantean más beneficios que inconvenientes para el país, 25% más que hace un año. Los últimos datos facilitados por ICE, la agencia policial de inmigración, muestran que el 72% de sus detenidos no tienen historial criminal.
La imagen de militarización de Los Ángeles para frenar las protestas por las redadas tampoco ha sido beneficiosa para Trump en un país que rechaza la idea de que las autoridades federales se excedan en el control policial de los ciudadanos.
Asimismo, los sondeos no le dan buenas perspectivas sobre el respaldo a la ley fiscal, que tiene más oposición que apoyos y que, incluso entre republicanos, cuanto más se explica más rechazo genera. En un sondeo reciente de CNN, por ejemplo, dos tercios de los conservadores decían que no esperan ver un beneficio personal de la legislación. En otro que hizo la Kaiser Family Foundation, cuando los republicanos se enteraban de que hospitales locales se verán impactados de forma negativa el rechazo subía al 59% y al 64% al saber que millones de personas perderán el seguro médico.
Los recortes implementados por su Administración, además, ya han tenido reflejo en acontecimientos concretos, y no a su favor, como pasó con la tragedia letal por las recientes inundaciones en Texas, que le ha obligado a hacer un cambio de discurso respecto a las críticas a FEMA; la agencia federal de gestión de emergencias, una de las que ha amenazado con desmantelar.
Trump, que es volátil, impredecible, errático y achulado, ha puesto en duda su fiabilidad como socio político y económico y con ello está lastrando la confianza en Estados Unidos para esas y otras alianzas.
“Entre la guerra comercial, el lenguaje que ha empleado para referirse a socios como los de la OTAN o la retirada de acuerdos del clima, la capacidad de EEUU de dar forma a cómo el mundo funciona ha decaído y se mancha la marca EEUU en el mundo”, explica Moynihan.
Los manifestantes protestan cerca del Capitolio de los Estados Unidos contra los recortes drásticos en el presidente Donald Trump, incluido el cierre de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) / Sue Dorfman/ZUMA Press Wire/DPA/ Europa Press
El politólogo apunta también con crítica al Trump por su dedicación a recortar el poder blando, ya sea a través de la eliminación de programas como USAid, con la reducción de personal del Departamento de Estado o desincentivando con tijeretazos presupuestarios o con cruzadas ideológicas la llegada a la investigación o la academia estadounidense de extranjeros que luego vuelven a sus países de origen y avanzan a posiciones de llderazgo. Y sumado a los asaltos a la libertad de expresión todo se acumula y está facilitando un declive del prestigio y la influencia del país. «No estoy seguro de que a los seguidores de Trump aquí les importe, pero tiene un efecto negativo real y a largo plazo”, lamenta Moynihan.
La Casa Blanca y sus aliados, incontables votantes de Trump y figuras de la derecha e incluso algunas voces del conservadurismo moderado analizan estos seis primeros meses en parámetros y con lenguaje de política de normalidad pero son incontables las alertas de que el republicano está poniendo en jaque a la democracia y que EEUU, cuando menos, está viviendo un “retroceso democrático” y ha entrado en “un bucle tóxico autocrático”, facilitado especialmente por la combinación de inmunidad e interpretación expansiva del poder ejecutivo del Supremo y por la claudicación del Congreso de poderes como el de la apropiación de fondos.
“Ya no vivimos en un sistema con controles y equilibrios significativos”, escribe tajante Frantz. “El ejecutivo tiene poder desproporcionado. Y hemos visto este tipo de consolidación de poder en otros sitios, pero es chocante la rapidez con que ha sucedido en EEUU. Trump ha cometido errores”, continúa, “pero la cuestión es que ya no importa si los comete porque no enfrenta ninguna rendición de cuentas. La única esperanza es que uno de esos problemas sea lo suficientemente grande como para generar abandonos entre sus bases”.
Manifestantes contra Trump cerca de la Casa Blanca / Alex Brandon / AP
Según Bright Line Watch Report, un informe que realizan cuatro académicos con consultas a cientos de politólogos y varios miles de votantes, la valoración pública de la democracia estadounidense entre los ciudadanos había caído ya del 57 al 49% entre septiembre de 2024 y abril de 2025, para cuando cumplió sus 100 primeros días de segunda presidencia, y, entre los expertos, del 70 al 53%.
“La fortaleza de la democracia estadounidense se ha probado algo similar al poder del mago de Oz: en apariencia muy poderoso pero, de hecho, mucho más débil de lo que prácticamente todos imaginaban”, le decía hace unos días el politólogo Lacan Way al columnista de ‘The New York Times’ Thomas Edsall. “Ya no vivimos en una democracia liberal. Vivimos en un régimen autoritario competitivo. Sí, hay elecciones; sí, el orden constitucional no se ha derrocado explícitamente; sin embargo, los costes de oponerse al gobierno se han incrementado”.
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