Turquía avanza en su megaproyecto de un nuevo estrecho artificial en Estambul
El aviso, la toma de los terrenos, llegó por notificación exprés, sin capacidad de rechistar, y Miray, una joven ganadera de Estambul, poco tuvo que decir al respecto. Sus terrenos en el pueblo de Baklali, en las afueras de la gran metrópolis turca, fueron requisados por el gobierno hace un año, y donde por generaciones ella, sus padres y sus abuelos cultivaron trigo, ajos, cebollas y pastaron sus vacas y búfalos, ahora, meses después de la toma, se levanta una ciudad enorme de pisos en construcción.
Son decenas y decenas, camiones y polvo retumbando en todas direcciones. Miray, con sus ya cada vez menos búfalos —las vacas las tuvo que vender todas— , duda. Su vida está a punto de cambiar para siempre. «El pueblo se ha convertido en una ciudad de asfalto. No solo a nosotros: a todos nos han quitado los terrenos, los campos. Sin preguntar, nos ingresaron un dinero en nuestras cuentas y tomaron los terrenos. Nos están expulsando poco a poco. Si esto sigue así, nosotros acabaremos marchándonos. Muchos lo han hecho ya», explica la joven, y que han probado a protestar, manifestarse, han abierto juicios, pero no hay nada que hacer.
Ante ellos, ante el pueblo de Baklali y sus habitantes está, probablemente, el proyecto de construcción más importante de los 22 años de gobierno del actual presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Él mismo lo calificó en el pasado como su proyecto «loco»: el Canal Estambul, un megaproyecto que significará la creación de una nueva vía marítima que, en paralelo, compita y pueda sustituir el estrecho del Bósforo, uno de los más icónicos y transitados del mundo.
Con este nuevo canal, el gobierno de Turquía pretende crear una nueva ciudad dentro de la urbe más poblada de Europa, Estambul, y lo más importante: que sea de lujo.
Desastre medioambiental
Sus detractores se quejan de que el proyecto puede suponer un desastre medioambiental. «Este nuevo proyecto de ciudad va a ocasionar serios problemas de salud y va a hacer que se ponga en cuestión la calidad de vida de la gente en esta ciudad, que ya es insostenible por su densidad poblacional. Estambul tiene serios problemas de abastecimiento de agua, de contaminación del aire y de deforestación, y el supuesto nuevo canal quiere pasar por encima de uno de los grandes embalses de agua dulce que tenemos», explica la activista medioambiental Rüya Kurtulus.
Un hombre mira el Bósforo del ‘fatih’. / El Periódico
«El gobierno turco intenta convertir todo en una oportunidad para que el capital de la construcción en Turquía, que se basa en un puñado de grandes empresas afines, gane más y más, para que ellos se enriquezcan más y más. No hay ningún beneficio para nadie, a parte de su propio beneficio económico«.
Un proyecto politizado
Desde su concepción, en 2011, este supuesto nuevo canal —las construcciones empezaron en 2020, a pesar de que lo hicieron a medias y están en entredicho— ha sido politizado al extremo. Toda la oposición, en masa, ha buscado parar el proyecto judicialmente. Y la voz cantante en todo ello la tuvo el ahora encarcelado alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu.
El proyecto, así, ha sido tan debatido que aún existen dudas de si realmente se realizará o no. «Han pasado años desde que se anunció el proyecto. Claro que, con el paso del tiempo, se hicieron planes, luego se cancelaron y luego se reconstruyeron. Y cuando esos planes se cancelaron, hubo una sensación de incertidumbre entre los ciudadanos y los involucrados. Claro que la gente empezó a preguntarse: ‘Si invierto aquí, si participo, ¿sería posible que me equivoque?’», explica Oktay Teke, agente inmobiliario de la zona afectada.
Teke asegura que esta incertidumbre ha hecho que la mayoría de compraventa sea, básicamente, de inversores extranjeros y para la especulación: compra y venta rápida. Ganancias —o pérdidas— a corto plazo. Él, sin embargo, es un claro entusiasta del proyecto.
«Acabará ocurriendo. Estoy seguro. Erdogan no deja algo sin hacer cuando ya lo ha anunciado. El Canal de Estambul será la ciudad más lujosa de Turquía. Por eso existe una gran demanda, tanto de nuestros ciudadanos como del extranjero. Nos viene mucha gente de fuera, sobre todo de Arabia Saudí, de Catar, de Emiratos Árabes Unidos«, añade.
Miray, cada vez menos espacio, menos granja y menos oportunidades, lo ve de forma parecida, pero desde la perspectiva opuesta: «Claro, es triste, pero no podemos hacer nada. Porque no nos dan ninguna oportunidad. Justo delante de nuestras narices, solo cincuenta metros de la granja, han bañado todo de hormigón. Ya no tenemos espacio para los animales. Nos están echando, y están convirtiendo el pueblo en una bañera de cemento. Y lo peor es que nadie se atreve a hablar. No puedes hacer nada. Te quedas con las palabras en la lengua. No te dejan hacer nada. A este paso nos iremos pronto».
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