Ucrania somos nosotros
Con una frase que luego daría título a diversas obras literarias (caso de Pablo Neruda) o historiográficas (caso de Adam Hochschild), decía Albert Camus a propósito del impacto emocional en su tiempo de nuestra terrible Guerra Civil de 1936-1939: «Los hombres de mi generación hemos tenido a España en nuestros corazones». Sintiendo igual angustia, otro tanto podemos decir muchos europeos de la Ucrania actual, que aún resiste desesperadamente la invasión rusa a punto de cumplirse el cuarto aniversario de su inicio. La diferencia principal entre aquella época y esta radica en el posterior hundimiento de los regímenes fascistas que ayudaron a Franco, quien retuvo sin embargo con carácter vitalicio su poder dictatorial utilizando hábilmente la situación internacional de Guerra Fría. En cambio, en la actualidad la derrota de Ucrania podría afectar mortalmente a la suerte del proceso de integración europea, hoy ya verdaderamente en peligro por la hostilidad de Trump y el auge de los partidos de extrema derecha en todos los países de la Unión. La amenaza de la involución jurídica y democrática pende, en efecto, sobre nuestras cabezas: incluso en Francia y Alemania, los Estados sistémicos de la Europa confederada. Por no hablar de la situación de mayor o menor peligro involutivo que viven naciones como Hungría, Chequia, Eslovaquia y hasta la Italia de Giorgia Meloni, sin olvidar el precario alivio de Polonia.
[–>[–>[–>Hace poco, el 19 de noviembre, el gran filósofo germano Jürgen Habermas finalizaba una conferencia pronunciada en la Fundación Siemens de Múnich con estas lúgubres palabras: «Al final de una vida política más bien favorecida por las circunstancias, no me resulta fácil llegar a esta conclusión implorante, pero lo cierto es que una mayor integración política, al menos en el núcleo de la Unión Europea, nunca ha sido tan vital para nosotros como lo es hoy. Y nunca ha resultado tan improbable».
[–> [–>[–>La Europa de la OTAN y de la UE, cómoda hasta ahora bajo el sofisticado paraguas nuclear norteamericano, ha sido apuñalada –no ciertamente a traición y por la espalda, sino tras estentóreos y groseros avisos previos– por su líder y hermano mayor en términos geoestratégicos, del que, pese a todo, no es posible prescindir. Ni por nuestra seguridad ni (a través nuestro, que pagamos la correspondiente factura) por la existencia soberana de Ucrania. No la tecnología europea, sino solo la tecnología y la inteligencia militar estadounidenses pueden sostener a Ucrania en su desigual lucha con la Rusia imperialista de Putin. Por eso tanto Bruselas como Kiev se humillan ante Trump y le adulan de continuo. Putin conoce bien la debilidad europea y adopta una actitud provocadora. Rusia, acaba de declarar su Presidente, «está preparada» para entrar en guerra con Europa si los europeos «la desean y la inician». En realidad, él ya lleva unos cuantos años en guerra «híbrida» con nosotros, generando incidentes sobre el espacio aéreo (primero con aviones de caza y luego con drones), realizando acercamientos de tropas en las fronteras de Bielorrusia, interfiriendo las comunicaciones informáticas y apoyando a fuerzas políticas secesionistas o ideológicamente afines a Moscú dentro de los países de la Unión. En suma, querámoslo o no, Rusia es nuestro enemigo. Y si cae Ucrania, todos los antiguos miembros del Pacto de Varsovia corren igual peligro. Primero los Estados bálticos y luego Polonia. Por consiguiente, y solidaridad democrática aparte, no podemos desentendernos de la cuestión ucraniana, que es para Rusia la primera ficha del dominó europeo. Téngase presente, además, que la Federación Rusa es una feroz autocracia, cimentada en la corrupción, el crimen y todas las formas de terror. Tal sería igualmente el destino de sus Estados satélites, como antaño sucedió bajo la hegemonía soviética.
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Pero es que la situación resulta todavía más diabólicamente compleja y amenazadora. Con el segundo mandato de Trump estamos asistiendo, afirma lúcidamente Habermas, a «la liquidación del régimen liberal-democrático más antiguo». Como en el caso de Hungría y otros países, el futuro conduce, pues, a «la rápida creación y expansión de una forma de gobierno libertaria-capitalista administrada por un equipo de tecnócratas».
[–>[–>[–>Está claro, en suma, que debemos preservar la UE y los Estados democráticos de Derecho dentro de ella a toda costa. Aun haciendo, ante los matones Trump y Putin, las mil cabriolas y equilibrios sobre el alambre del valeroso Zelenski, el destino de cuyo país se halla irremisiblemente ligado al nuestro.
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