Conquistar la oscuridad
Hace unos años la Feria del Libro de Xixón decidió poner nombre a las dos carpas que dan cobijo a las presentaciones y que se ubican en el Paseo de Begoña. Nombrar es una forma de demostrar amor y, en cierta medida, puede definir una intención. Alborá y Atalaya fueron los nombres elegidos, como dos librerías que pertenecen a la historia y emoción de esta ciudad nuestra.
Escribe el poeta valenciano Carlos Marzal en uno de sus poemas más bellos que «En un sentido estricto, cada cual / es obra de un sinfín de multiplicaciones, / de errores de la especie, de conquistas / contra la oscuridad». Así, las libreras y libreros somos también una genealogía, obra de la red que nos precede
No es casual que las personas que nos visitan se asombren, y nos lo hagan saber, del número y la calidad de nuestras librerías. «No hay nada que no hayamos recibido», dice Marzal. Tanto Alborá como Atalaya junto a Musidora, Bristol, Cornión, Paradiso, Roy, Baleares, Debolsillo, Central o Atenea han sido claves para que personas que encontramos en ellas refugio y palabras albergáramos el sueño de conquistar la oscuridad; cada quien tiene en su memoria sensitiva las suyas.
La mía me lleva a viajar al territorio de la infancia en el que, entre pagas y vueltas mal entregadas, reunía el capital suficiente para acercarme a la librería Dimol a por un ejemplar de la serie Alfred Hitchcock y los tres investigadores. A ese mismo lugar era al que acudía al inicio de cada nuevo curso escolar todos los malditos septiembres a por el material necesario. En Cornión compré con «mi dinero» el ensayo El cine según Hitchcock, de Truffaut, que aún conservo lleno de anotaciones a lápiz. En Paradiso gasté muy por encima de mis posibilidades en un libro sobre John Ford editado por la Filmoteca que hoy escondo a las visitas por si se les ocurre pedírmelo prestado. Cuando el espacio de José Luis y Chema recibió el merecido premio Elvira Muñiz de fomento de la lectura, Xuan Bello escribió a propósito de librerías como la suya: «Las he encontrado en muchas ciudades, atopadizas y secretas; una buena librería no es sólo un lugar donde se despachan libros. Algo sagrado, que tiene por límites porosos el amor por la literatura, halla hueco entre sus estantes cuidados. Esas embajadas del alma humana son raras por mucho que abunden en cada ciudad».
Añade también Marzal, «Ni nada que no demos en herencia». Cuántos niños y niñas han encontrado el libro adecuado adentrándose en ese bosque que mira al mar en el que habita la maga Colibrí. Cuántos/as adolescentes y jóvenes sienten que La Revoltosa e Identidad Secreta son los lugares en los que pueden ser y donde nunca se sienten al margen. José Luis Garci lo dice de los cines, pero me gusta alterar sus palabras (creo que me lo permitirá) y pensar que las ciudades con librerías tampoco necesitan ir al psiquiatra, que las ciudades con librerías viajan siempre a través del tiempo y se mueren menos y que, aunque hubieran echado el cierre y apagado las luces, al pasar cerca de sus escaparates sentíamos cobijo y amor porque cerca de una librería no puede pasarte nada malo.
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Si afirmaba Chantall Maillard que Ítaca es siempre un lugar interior, Itaca son también lugares de cuidados en los que sientes la responsabilidad de haber heredado un precioso tesoro de amor por los libros que te gustaría trasmitir. No en vano «Somos custodios de un metal pesado, / lujosas gotas de mercurio amante».
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