Me da mucha pena que el oficio se esté perdiendo
Entre virutas de madera, azuelas, barrenas y navajas, Manuel López aún continúa, a su 78 años, elaborando madreñas al estilo artesanal, en su taller ubicado en un bajo en Posada. Más conocido como Manolo, es el último madreñero que queda en Llanera. López, natural de Somiedo, recuerda que allí donde nació, «si querías ganar alguna peseta, era lo que había». Como todos los jóvenes de su pueblo, comenzó con 12 o 13 años a aprender el oficio, «principalmente para ayudar económicamente en casa».
El madreñero asegura, «y así está documentado», que «por aquel entonces, solo en Somiedo, éramos más de 500 madreñeros, pero ahora solo quedamos diez en toda Asturias, y la media de edad es de 80 años». Afirma que le da «mucha pena que el oficio se esté perdiendo y que la gente ya no valore el trabajo y el esfuerzo de la artesanía». Él tiene un hijo que «a veces me echa una mano», pero «él tiene su propio trabajo y este, desde hace tiempo, ya no da para vivir». Tanto es así que está casi convencido de que «la desaparición de los madreñeros es inevitable». A un lado del taller, Carmen Álvarez, su mujer, asiente con la cabeza, dándole la razón.
Antes, ella le ayudaba barnizando las madreñas cuando ya estaban terminadas. «Pero luego llegaron los nietos y hay que echar una mano a los hijos, porque están trabajando», explican. Sin embargo, cada mañana, después de salir a caminar, Carmen Álvarez no puede evitar pasar por el taller de su marido para hacerle compañía.
Manuel López recuerda que «hace 70 años, en Somiedo, podíamos vender una media de 35.000 pares de madreñas al mes, sobre todo, en el mes de septiembre, que era temporada alta». Tanto es así que «algunas mujeres, las que se lo podían permitir, compraban unas especiales que solo usaban para ir a misa los domingos». Sin embargo, las que puede vender actualmente, «son todas por encargo, normalmente para aquellos que se dedican al baile regional, para hacer algún regalo o, en ocasiones, para llevar las arras o los anillos en las bodas».
La habilidad de Manolo para tallar cada par de madreñas las convierte en una auténtica obra de arte. Aunque antes la madera más utilizada era la de haya, «ahora es más habitual utilizar la de abedul». Los primeros pasos consisten en darle forma a la pieza con un instrumento que se llama «hachu», para luego ir puliéndola hasta darle la forma definitiva. Para saber qué número de pie se quiere fabricar, según se vacía la madreña, se mide con una vara marcada con los números. «Las más grandes que hago son del número 47», apunta Manuel López.
Tallar los diferentes motivos es un arte. Y paciencia y precisión son dos cualidades que domina a la perfección. «Tengo mi propio sello», indica. Una especie de flor que talla en cada pieza y que ocupa prácticamente toda la parte delantera del calzado y que hace de memoria, con gran destreza. «Son muchos años dedicándome a ello», sonríe. Y es que, aunque tuvo unos años de parón para dedicarse a su trabajo, cuando se jubiló, este guardia civil de profesión no pudo evitar retomar aquello que durante un tiempo dejó abandonado.
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Las madreñas eran un calzado muy útil y, además, «era lo que había, porque no teníamos zapatillas». Y siguen teniendo muchas ventajas, dice, pues se quitan y ponen con facilidad, son baratas y no dañan la tierra como las suelas planas de las botas, además de su gran valor como piezas que son seña de identidad cultural.
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