¿Quién es Yamandú Orsi, el ganador de las elecciones y próximo presidente de Uruguay?
Fue monaguillo y bailarín de folclore. Atendió la bodega paterna y enseñó Historia en escuelas secundarias. A partir del 1 de marzo, Yamandú Ramón Antonio Orsi Martínez, de 57 años, será el nuevo presidente de Uruguay. Le llaman por su primer nombre aquellos que le votaron como candidato del Frente Amplio (FA, centroizquierda) y quienes le dieron la espalda. La familiaridad es un rasgo de la política de ese país que tuvo a otro presidente, José Mujica, al que el apodo Pepe bastaba para identificarlo desde cualquier trinchera. El exguerrillero es una suerte de padrino de Orsi, y ha heredado de él una cualidad de su segunda vida, después de 14 años de riguroso cautiverio: la moderación política.
Orsi nació el 13 de junio de 1967 en el poblado rural de Santa Rosa del departamento de Canelones, a unos 55 kilómetros de Montevideo. No tenía energía eléctrica en una casa donde tampoco le sobraba nada. Los Orsi tuvieron que mudarse a la ciudad de ese departamento porque su padre padeció una hernia de disco y necesitaban un hospital más cercano. Aprendió a leer desde muy pequeño gracias a su hermana mayor. También era bueno en matemáticas y esa debe ser la razón por la que le encomendaron una tarea en la bodega familiar. «Era un comercio de libreta«, recordó en una entrevista, una manera uruguaya de decir que se fiaba a los clientes con los cuales se tenía «una relación muy estrecha». Dice que desde esos días de transacciones apenas memorizadas y sin ninguna factura aprendió el valor de la palabra.
En la ciudad de Canelones desplegó su vida profesional, política y afectiva. Se casó dos veces y en la segunda oportunidad tuvo mellizos. Enseñó Historia y aprendió su importancia para entender el presente e imaginar un futuro.
Descendiente de españoles e italianos, Orsi se interesó tempranamente por los asuntos del mundo. En plena transición democrática, después de años de rigores y penurias, se sumó a mediados de los 80 una de las facciones del FA. Sus padres, de origen conservador, no podían entender ese viraje, tan poco apegado a las misas dominicales y el credo familiar al esfuerzo individual. Trabajó en la alcaldía de su ciudad y luego, en dos oportunidades, la administró con un alto grado de reconocimiento, el suficiente como para darle mayor sostén a sus sueños tempranos de ser presidente. Los padres supieron entender con los años que el hijo se estaba tomando en serio su carrera política y comenzaron a votarlo.
El factor Mujica
Desde 1989, Orsi es parte del Movimiento de Participación Popular (MPP) fundado por Mujica. El expresidente, todavía frágil por el tratamiento de remisión de un cáncer de esófago, salió a respaldar a su delfín en el tramo final de la campaña electoral. Su modo de hablar remite a un antiguo hábito profesoral: es pausado, sin altisonancias ni grandes énfasis dramáticos. El diccionario personal de Orsi se pobló de palabras que lo definen: «diálogo», «igualdad», «crecimiento», «estabilidad», «desarrollo» y «seguridad». Ese estilo comedido lo emparenta también con Tabaré Vázquez, el primer presidente del FA, en 2004.
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Elogio de la moderación
El domingo Orsi dijo haber esperado con «moderado optimismo» los resultados. Y la «moderación» es una marca de la institucionalidad uruguaya. Ni siquiera perdió la calma cuando intentaron involucrarlo en una denuncia de agresión sexual que terminó siendo una completa fake news con las acusadoras presas. Ese incidente constituyó una excepción que confirma la regla: el sistema bipartidista, que pone de un lado al FA y, el otro, la coalición que arman los blancos y colorados, funciona como un reaseguro de sosiego desde que el pequeño país sudamericano recuperó la democracia a finales de los años 80 del siglo pasado. En la noche del domingo, los rivales, fieles al estilo uruguayo de hacer las cosas, se prodigaron saludos y frases respetuosas que el futuro mandatario después repitió en público. El FA, dijo a una multitud que lo saludó a la vera del Río de la Plata, no vuelve al poder con sed de venganza política, sino para estar «del lado del pueblo». El centroizquierda gobernó durante 15 años en casi tres décadas. Ni siquiera cuando un exinsurgente como Mujica llegó a la presidencia se puso en juego la estabilidad. «Ni vencidos, ni vencedores… Apenas elegimos un gobierno que no es dueño de la verdad y que los precisa a todos», dijo al tomar las riendas del Ejecutivo. A su modo, cada presidente, al asumir sus funciones, repite esa idea.
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