El posible alto el fuego entre Israel y Hizbulá abre el camino de vuelta a casa a los desplazados de la frontera
La espera está siendo interminable y la incertidumbre es insoportable. Lo que pensaban que serían solo unos días va camino ya de un año y dos meses. Pero parece que el anuncio inminente de alto el fuego entre Israel e Hizbulá despeja su destino. Mijail, Suzi, Asher y Janit forman parte de las más de 60.000 personas que fueron evacuadas de poblaciones del norte de Israel para evitar los estragos de los cohetes y misiles que el partido milicia libanés empezó a lanzar a partir del 8 de octubre de 2023 en apoyo a Hamás.
Los cuatro llevan más de 400 días alojados en el Hotel Leonardo Plaza de Haifa, a orillas del mar Mediterráneo, junto a otras 110 personas. Su hogar está en Shlomi, un pequeño pueblo de unos 8.000 habitantes separado por solo un bosque del Líbano y blanco de los cohetes de Hizbulá desde hace un par de décadas. «En Shlomi hay cero segundos de reacción. Primero se escucha la explosión y luego suena la sirena», explica Janit, de 38 años. En Haifa, el tiempo para refugiarse es de un minuto.
Janit había abierto una tienda de ropa solo tres meses antes del ataque de Hamás que giró su vida del revés. «Tal como la abrí la cerré», se resigna. Su marido, Asher, de 41 años, ha podido continuar con su negocio de sistemas solares. La guerra no le ha afectado demasiado porque trabaja por todo el país. Son padres de tres hijos de 14, 11 y 8 años y confiesan que no está siendo nada fácil la crianza en un hotel. «Pierdes la autoridad con los niños, no están en su sitio, no tienen rutinas…», coinciden. El pequeño es el que peor lo está pasando. No quiere salir de la habitación, tiene miedo todo el tiempo.
Las alarmas antiaéreas que suenan a diario no ayudan. Solo en el mes de noviembre, el norte de Israel ha sido objetivo de 618 ataques con cohetes y misiles. Pero también se han registrado 98 incidentes con drones, el mayor número en un mes desde el inicio de la guerra, explica a EL PERIÓDICO Dana Polak, investigadora del Centro Alma de Investigación y Educación, un ‘think tank’ de seguridad que analiza los desafíos en la frontera norte. Este incremento de los ataques con aviones no tripulados ha supuesto en los últimos días el «mayor desafío» para el Ejército hebreo, según señala un comandante israelí, pues los sofisticados sistemas antiaéreos como la Cúpula de Hierro, la Honda de David o los Arrow no pueden interceptarlos debido a su vuelo a menor velocidad y altura.
Pánico, miedo y angustia
Suzi, secretaria del ayuntamiento de Shlomi, coincide en que en las últimas semanas, en paralelo a las negociaciones para el alto el fuego, ha habido más ataques. «En cada planta hay una zona de seguridad y cuando suenan las sirenas nos metemos allí», destaca esta mujer de 50 años. En esos momentos más críticos aflora el trauma y algunos «sienten pánico, miedo y angustia«.
A pesar de todo, la vida en el hotel ha unido a los miembros de esta comunidad –»somos como una familia«, afirma Suzi–, aunque muchos han decidido mudarse a casas de alquiler. En los primeros días de la evacuación, eran más de 600 los desplazados realojados en este hotel. Para matar el tiempo, Suzi se encarga de la gestión cultural para los más mayores y les organiza talleres de pintura o clases de gimnasia.
Mijail, maestra de 46 años, sigue dando clases en un colegio para niños desplazados. En un primer momento, se creó un aula dentro del hotel, pero cuando empezaron a marcharse niños del establecimiento, el alcalde de Shlomi construyó una escuela en Acre. «Todas las mañanas tengo una hora de trayecto, pero poder seguir ejerciendo mi profesión es mi ancla», añade.
Esta profesora está deseando regresar a su casa, aunque cuando sea posible todavía tardará un tiempo en poder instalarse, pues tiene el techo dañado por el impacto de un cohete. «Estamos contentos de estar en un hotel, nos proporcionan todo lo que necesitamos, pero no es lo mismo. No hay como estar en casa«, afirma Mijail.
Según Suzi, el ayuntamiento ha manifestado su intención de facilitar recursos para la reconstrucción de las viviendas, pero no saben muy bien qué va a pasar.
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Asher y Janit tienen sentimientos encontrados sobre qué hacer, si regresar o asentarse en otro lugar. «Tenemos una casa recién construida en un barrio nuevo. Invertimos mucho, cada niño tenía su habitación. Es difícil renunciar a eso», admite Janit. El posible alto el fuego no aplaca su miedo a nuevos ataques procedentes del otro lado del bosque que les separa del Líbano. «Pero así es la vida en Israel«, concluye, resignado, Asher.
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