¿Calma temporal o estabilidad a largo plazo? El incierto futuro de Líbano tras el alto el fuego con Israel
Después de un año de fuego cruzado constante a ambos lados de la frontera y casi dos meses de invasión israelí del sur del Líbano, las armas se han dado finalmente un respiro entre Israel y la milicia libanesa de Hizbulá. El alto el fuego mediado por Estados Unidos y Francia, todavía provisional pero con vocación de permanencia, se está manteniendo desde su entrada en vigor la madrugada del miércoles pese a algunos incidentes en la frontera. Miles de libaneses ni siquiera esperaron a la salida del sol para tratar de regresar a sus hogares, o lo que queda de ellos, mientras algunos desplazados israelíes expresaron su decepción con los términos del acuerdo. El cese de las hostilidades augura un periodo temporal de calma, quizás de varios años, pero como la historia se empeña en demostrar, será difícil que dé pie a una estabilidad duradera sin un acuerdo regional más amplio o avances diplomáticos en los asuntos que envenenan la región, como la cuestión palestina.
«Sin un acuerdo integran que implique a Irán, el alto el fuego corre el riesgo de ser una medida temporal”, le ha dicho a Al Jazeera el politólogo de la Universidad Americana de Beirut, Imad Salamey. “Incluso bajo estas circunstancias, el alto el fuego es posible que no compre más que unos años de paz relativa”. A continuación algunas claves de cómo queda la situación sobre el terreno y los grandes desafíos que se perfilan en el futuro inmediato.
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Esta vez Hizbulá tiene pocos motivos para invocar la “victoria divina” que clamó en 2006, la última vez que las partes se enfrentaron. Israel no solo ha decapitado a su liderazgo, empezando por su carismático secretario general Hassan Nasrala, sino que ha degradado severamente sus capacidades militares, al tiempo que su espionaje se infiltraba hasta la médula en el organigrama de la milicia proiraní, como demostró con el devastador ataque de los buscapersonas. “Hemos logrado que retrocedan décadas”, dijo ayer el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, tras anunciar el alto el fuego, aprobado por su gabinete de seguridad de forma casi unánime. Habrá que ver ahora si el Estado judío es capaz de transformar sus éxitos tácticos en algo parecido a una victoria estratégica, lo que podría depender de cómo se implementen los términos del alto el fuego.
Porque Hizbulá está debilitado, pero ni de lejos hundido. Hasta el último día no ha dejado de lanzar misiles y drones sobre Israel. O de presentar batalla en el cuerpo a cuerpo con emboscadas en los pueblos fronterizos del sur del Líbano. No en vano, a principios de mes el diario hebreo ‘Yedioth Ahronoth’ publicó que en más de un mes de invasión terrestre las tropas israelíes no habían logrado tomar el control pleno de un solo pueblo en la región. Y eso que llegaron a desplegar hasta cinco divisiones, o unos 50.000 soldados. “Es sabido que el Ejército israelí quería un acuerdo desde hace algún tiempo”, asegura Karim Makdisi, profesor de política internacional de la Universidad Americana de Beirut. “Si hay un alto el fuego no es por la presión de EEUU, sino porque Hizbulá ha mantenido el tipo y ha seguido lanzando misiles contra Israel”, añade a este diario.
[–>Por los detalles que se han ido filtrando, el acuerdo aprobado el martes se parece mucho a la resolución 1.701 del Consejo de Seguridad de la ONU que puso fin a la guerra del 2006. Una resolución que ninguna de las partes acabó cumpliendo. A diferencia de entonces, esta vez no se reclama el desarme de Hizbulá, pero añade una suerte de mecanismo de supervisión liderado por Washington y París para vigilar que los términos del acuerdo se cumplen.
La idea fundamental es que Hizbulá traslade sus armas y a sus combatientes al norte del río Litani, situado a unos 30 kilómetros de la frontera israelí. Tendrá 60 días para hacerlo, la misma ventana de tiempo contemplada para que los militares israelíes abandonen el Líbano. En la franja fronteriza se instalará el Ejército libanés que, junto a la fuerza de interposición de la ONU (FINUL), deberá encargarse de que efectivamente la milicia chií se retira de las inmediaciones de la frontera.
Para que todo llegue a buen puerto será indispensable la cooperación de Hizbulá, dada la debilidad del Ejército libanés y la reticencias de sus mandos a tratar de coaccionar a la milicia chií. Tampoco la FINUL tiene mandato para ejercer labores policiales. Y uno de los problemas es que muchos de los cuadros de Hizbulá proceden de los pueblos chiitas del sur. Decenas de miles de militantes con sus familias: ¿aceptarán renunciar a todo y exiliarse en su propio país? Un parlamentario del Partido de Dios ya ha dicho que Hizbulá pretende ayudar desplazados a retornar a sus hogares –o lo que quede de ellos— en el sur y participar en las labores de reconstrucción.
Más a medio plazo tanto EEUU como Francia, Reino Unido o Israel aspiran a reforzar las capacidades del Ejército libanés para convertirla en una fuerza efectiva que sea capaz eventualmente de reemplazar a Hizbula como garante de la seguridad del país. “Esos países quieren que el actual jefe del Ejército, Joseph Aoun, se convierta en presidente, lo que podría derivar en un rol más prominente para los militares”, explica Makdisi. “Pero eso podría generar muchos problemas porque la popularidad del Ejército se deriva de su imparcialidad y si acaba siendo percibido como un instrumento de los poderes foráneos eso podría generar mucha inestabilidad”.
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A los libaneses les esperan meses y años muy complicados por delante, dado el alcance de la masiva destrucción legada por Israel. 37 aldeas fronterizas en el sur han sido completamente borradas del mapa, según Al Jazeera, mientras en Beirut, Nabatieh o Tiro barrios enteros han sido destruidos. Al más de un millón de personas desplazadas desde el inicio de la invasión terrestre el pasado 1 de octubre y algo más de 3.700 muertos, el país debe añadirle una factura económica de más de 8.500 millones de dólares, según las estimaciones del Banco Mundial. Una cifra que incluye únicamente el coste de los destrozos de esta guerra. Otras estimaciones elevan los costes a los 20.000 millones.
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Y todo eso tendrá que ser afrontado por un Estado en bancarrota. Con una hiperinflación galopante, una deuda difícilmente sostenible y una economía que, según el Banco Mundial, se ha contraído un 34% desde 2019. O lo que es lo es lo mismo, ha perdido el equivalente a 15 años de crecimiento económico. De modo que mucho quedará a merced de la ayuda extranjera, como sucedió tras la guerra de 2006. Por entonces Irán desempeñó un papel prominente en la reconstrucción, entregando hasta 12.000 dólares a las familias de los desplazados para ayudarles a encontrar temporalmente alojamiento. Ahora ese pulso entre Irán, Occidente y los Estados suníes del Golfo Pérsico está llamado a reeditarse. Y su resultado podría condicionar el futuro del país.
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