Una ocasión con la vivienda para rescatar la política más útil
Primero, la desmesura de la burbuja. Ahora, la carencia. Además del gran esfuerzo económico que realizar para adquirir un hogar con sueldos moderados, normas que desaniman al mercado y una financiación costosa, la dificultad del momento estriba en dar con un piso a un precio asumible. Escasea la vivienda y resolver el problema exigirá tiempo, además de paciencia, constancia y unidad.
El mismo miércoles en que Pedro Sánchez abrió con un extraño acto la celebración de la muerte de Franco se cumplía medio siglo de la aprobación de la ley franquista del suelo. «Si queremos que la felicidad y el bienestar sean reflejo de un modelo de democracia social, es preciso afrontar todo lo referente a la propiedad y la urbanización del suelo edificable». La frase podría haberla dicho esta semana cualquier dirigente conservador, liberal o progresista. La pronunció el ministro de entonces del ramo. Cuánto han cambiado España y Asturias desde aquel 8 de enero de 1975, pero las carencias residenciales siguen generando parecidos desasosiegos.
El problema hoy es de oferta. El estallido de la burbuja paralizó la construcción. La incertidumbre por los cambios legislativos retrae el alquiler. La promoción pública anda bajo mínimos. La llegada de miles de inmigrantes ensancha la demanda. Cualquier plan urbanístico acaba por convertirse en un infierno de pleitos, con farragosos procesos para licencias y recalificaciones. Los precios suben, tanto si la economía galopa como si pincha, y más rápido que los salarios. Dos de cada tres jóvenes viven con sus padres o dependen de ellos, aunque tal condición no resulta determinante para verse en dificultades: afecta a cualquier franja de edad.
Nadie resolverá un asunto tan complejo analizándolo desde el oportunismo y los prejuicios, tomando por piratas a los constructores y por mezquinos a los caseros. Gran parte del ahorro de los ciudadanos de este país está depositado en el valor de su casa y eso condiciona mucho. A nadie le gusta ver menguar su riqueza. Adquirir un hogar sigue constituyendo una aspiración importante porque la propiedad conlleva, desde el desarrollismo, consolidar un estatus de renta que proporciona seguridad y estabilidad.
La práctica totalidad del parque disponible pertenece a particulares, no a grandes especuladores, y sustenta un entramado fiscal potente: con el IVA para el Estado, el impuesto de transmisiones y sucesiones para las autonomías, y el IBI y la plusvalía para los ayuntamientos. A las administraciones, que vuelven a ver llena la caja, tampoco les agrada bajar tributos y renunciar a una parte sustancial de sus ingresos. Una cosa es cierta. La población se desplaza allí donde las circunstancias propician una oferta barata. Basta con observar el renacer de las viejas barriadas de Langreo y el repunte demográfico del concejo minero para entenderlo.
Las iniciativas de vivienda han pasado del olvido a la emergencia y despertado la sensibilidad de los partidos, como reactivo a las inquietudes que revelan las encuestas del CIS. El PP clausura hoy en Asturias una cumbre con sus ideas estrella en la materia. El Gobierno asturiano del PSOE e IU también considera las suyas medulares para 2025. Cualquier solución depende a la vez de la Administración central, con mayores medios; de las autonómicas, depositarias de las competencias; de los ayuntamientos, actores en los trámites; de la coordinación entre la iniciativa pública y la privada; de las facilidades para conseguir hipotecas… Múltiples variables complejas.
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Tiene aquí la política ocasión para redimirse y reforzar su sentido de utilidad coordinando actuaciones y prolongándolas en el tiempo. Unir voluntades que equilibren intereses implica generosidad y renuncias en una orfebrería delicada. ¿Hay alguien que lidere el acuerdo? Un desvelo tan decisivo para el bien común debe marcar la inflexión en el devastador maniqueísmo imperante.
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