DONALD TRUMP CONTRA LOS ESTUDIANTES

«Da miedo levantarse cada mañana y ver cómo más estudiantes tienen revocado su visado», explica Kabir, recién graduado que prefiere no revelar su nombre real, universidad, ni país de origen. «Pon que soy del sudeste asiático», pide a este diario. Donald Trump ha retirado el visado a más de 1.000 estudiantes internacionales de más de 180 universidades en solo dos meses, según han detectado los propios centros. De un día para otro, se han encontrado en situación irregular, sin explicación, y forzados a regresar a su país, sea uno europeo o uno en guerra. Lo que comenzó como represalias contra los líderes de las protestas propalestinas se ha convertido en un ataque indiscriminado, incluso más allá de anteriores persecuciones contra ciudadanos de países musulmanes en el primer mandato de Trump. El país que durante décadas atrajo a los estudiantes más brillantes, con los mejores departamentos de investigación y los presupuestos más altos, pierde ahora dinero y capital humano. Ningún extranjero está a salvo.
Desde pedir al profesor si se puede entregar los trabajos de clase sin firmar hasta renunciar a estar en el equipo editorial de las revistas universitarias más prestigiosas, son algunas de las formas en las que los extranjeros tratan de minimizar sus factores de riesgo y protegerse de la amenaza de expulsión del país. EL PERIÓDICO ha hablado con decenas de universitarios extranjeros en EEUU y jóvenes recién graduados –habitualmente pueden quedarse entre uno y tres años trabajando en su especialización– que han contado sus experiencias bajo condición de anonimato, con tal de conocer cuáles son las nuevas dinámicas de la Administración Trump y cómo están impactando su día a día.
Autocensura
«Todos aquellos que escribieron en los periódicos universitarios sobre las protestas, sean artículos de actualidad o académicos, están pidiendo quitar su firma o directamente que se borre la publicación«, explica Julia, estudiante española en la ciudad de Nueva York. Incluso los que no escriben pero ejercían diferentes roles en el equipo editorial, han visto su visado revocado. El miedo se extiende en todas las disciplinas de ciencias y humanidades, con temas de diversidad, género o clima en el punto de mira. «Dentro del mundo académico ya se está asumiendo que para no correr el riesgo de que un artículo que pueda comprometerte acabe online, es mejor entregar los trabajos con un pseudónimo o siglas«, señala.
La psicosis se desató cuando una estudiante turca de la Universidad de Tuffs, en el área de Boston, fue detenida por agentes de incógnito que se la llevaron en un vehículo sin señales identificativas de policía. En el cercano Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), Aaron, que estuvo involucrado en el grupo estudiantil judíos por la paz, admite que le impactó. «Protestábamos porque no queríamos que los recursos, la inteligencia y el tiempo de nuestra universidad se invirtieran en desarrollar armas para la guerra», señala. «Ahora todos estamos teniendo problemas. Las universidades cierran grupos de investigación por los recortes y la empresa privada no quiere contratarte por si te echan del país a mitad de tus prácticas», explica Aaron. «Vinimos aquí para formarnos en los mejores programas de políticas públicas y desarrollar nuestras propias ideas sobre el mundo», explica el joven. «Y, en cambio, estamos viendo cómo penaliza expresar opiniones que no se alinean con la Administración«, destaca.
Retenciones injustificadas
Recientemente, un grupo de varios estudiantes alemanes del MIT pasaron la noche retenidos en una sala de espera del aeropuerto a la espera de que supuestamente comprobaran unos visados perfectamente válidos y les dejaran regresar a sus casas en Boston. A menudo, los estudiantes solo se enteran de que su situación migratoria ya no es legal en encuentros con las fuerzas del orden, como el control de pasaportes del aeropuerto. Con esta nueva estrategia, la Administración Trump se está saltando a la universidad, que es el aval del estudiante en el país, al invitarlo a EEUU con la admisión a uno de sus programas.
Cuando el individuo averigua su cambio de estatus, debe contactar a su universidad para reportarlo pero busca en la institución una ayuda que la institución no le brinda. Porque están colapsadas por el número de casos, y porque sus equipos legales les desaconsejan involucrarse. Esto se refleja en las comunicaciones de las universidades con sus alumnos, que pasaron de enviar llamamientos a la calma a pedir que nadie salga de EEUU porque no pueden garantizar que puedan volver a entrar en el país, según EL PERIÓDICO ha podido saber revisando e-mails de universidades de todo el país.
«Estoy preocupado. No sabemos qué es lo que la Administración considera ahora un delito penalizado con la deportación. Parece que están aprovechando cualquier oportunidad para castigar a los estudiantes internacionales o a los inmigrantes de color como yo, especialmente a los musulmanes», explica Hasan, también del sudeste asiático, desde la capital, Washington DC.
Cubrirse el rostro
Kabir acudió recientemente a una de esas protestas que ponen a los estudiantes en el punto de mira. No como manifestante, sino como periodista de un diario local para el que trabaja ahora, en una pequeña población de California que prefiere no revelar. «Me empecé a preguntar si debería taparme el rostro para no ser erróneamente identificado como un manifestante más en ninguna imagen que se tomara. Sentí mucha ansiedad, solo quería marcharme lo antes posible», recuerda.
Como Kabir, muchos jóvenes se dirimen entre la autocensura y el miedo a que les echen sin terminar un programa de estudios para el que algunos se han endeudado y otros han obtenido las becas más competitivas del mundo. Y, en mitad de esta disyuntiva, una sensación de lo absurdo que ha sido ir al país que prometía la mejor educación del mundo. «Nunca pensé que hacer mi trabajo me podría meter en problemas de ese tipo en EEUU», lamenta.
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