Alexander Mandl, superviviente de un 11-S que aún mata

El pasado 15 de febrero comenzó a terminarse la pesadilla de Alexander Mandl, que había empezado el 11 de septiembre de 2001. Él no lo supo hasta mucho después, pero ese día, mientras observaba cómo colapsaban las torres gemelas de Nueva York desde el apartamento de un amigo en la calle Greenwich de la ciudad, a unas pocas manzanas de la zona cero, se inició un deterioro irreversible de sus pulmones causado por las partículas tóxicas que respiró durante dos meses seguidos. Solo un trasplante le ha devuelto, casi 24 años después, parte de las facultades físicas que había ido perdiendo paulatinamente.
Alexander Mandl, afectado por el polvo producido por los ataques de 11 s en Nueva York, el miércoles en su casa en Barcelona / ZOWY VOETEN
Mandl, austriaco afincado en Barcelona desde el año 2003, no es ni mucho menos el único afectado por aquel polvo que cubrió los alrededores de lo que habían sido las torres gemelas, “como si fuera una capa de nieve”, el día de los atentados y los posteriores. De hecho, según los datos del Programa de Salud del World Trade Center, la iniciativa federal nacida en EEUU en 2011 para proporcionar seguimiento y tratamiento gratuito a las personas que no murieron el 11-S pero se vieron directamente afectadas por los ataques, más de 7.000 de sus miembros habían fallecido a 31 de diciembre de 2024. Es decir que, si en los atentados fallecieron unas 3.000 personas, sus secuelas tienen relación con más del doble de muertes.
‘Lady Dust’ y otros afectados
La historia de Mandl no difiere mucho de la de otras personas que aquellos días de 2001 se instalaron en la memoria de millones de ciudadanos de todo el mundo. Como ‘Lady Dust’, la ‘Dama del Polvo’, que se llamaba en realidad Marcy Borders y que apareció en una imagen icónica completamente cubierta de esas partículas de asbestos, plomo, vidrio pulverizado y otros carcinógenos. Murió en 2015, a los 42 años, por un cáncer de estómago que se atribuyó a esa exposición. O como James Zadroga, un detective de policía que estaba de servicio el 11-S y en los días posteriores y a quien en 2004 se diagnosticó fibrosis pulmonar. Falleció en 2006, tras una larga agonía, aunque tuvo un desquite después de muerto: dio nombre a la ley que Barack Obama firmó en 2011, que sirvió para crear el Programa de Salud del WTC.
Foto simbólica 8 Marcy Borders, los fatídicos 11-S en Nueva York. / X
Según los últimos datos de ese proyecto, proporcionados por un portavoz a El Periódico, 132.091 personas están inscritas en el Programa, entre miembros del personal de respuesta a los atentados (84.676) y supervivientes (47.415), afectados por «la exposición al polvo, los escombros y los eventos traumáticos” de ese día. «Y más de 20 años después, mientras miles de personas sufren afecciones crónicas relacionadas con esa exposición, los expertos predicen que los efectos en la salud de estos atentados continuarán durante muchas décadas”, afirma el portavoz del Programa de Salud del World Trade Center.
Alexander Mandl recuerda que “desde el primer día” después del atentado, “las autoridades de Nueva York dijeron que no había ningún peligro” por volver inmediatamente a la zona. Argumentaban que, como la ciudad está en la orilla del océano, eso ayudaría a limpiar rápidamente el aire. Él seguía por entonces una formación en las oficinas centrales del banco de inversión Goldman Sachs, en el número 85 de Broad Street, muy cerca del World Trade Center. El 11-S, tras el impacto del primer avión, “empezaron a aparecer miles de hojas por las ventanas, parecía una fiesta”.
Imagen del archivo personal de Alexander Mandl. / Cedida
Cuanto entendieron que eran atentados terroristas, su empresa decidió evacuar el centro, y él se fue al apartamento de su amigo en la calle Greenwich, que tenía una terraza con vistas a las torres, para observar lo que pasaba. Había rumores –y eran ciertos- de que había otros aviones secuestrados, y les dijeron que lo más seguro era quedarse cerca de donde ya se había producido un ataque. “Cuando se estrelló el segundo avión, no pensábamos aún que las torres iban a colapsar. Cuando sucedió, el polvo era como una nieve que subía. Era muy compacto, tapaba las ventanas”, recuerda Mandl. Sus fotos de ese día lo atestiguan.
Imagen del archivo personal de Alexander Mandl, donde se ven toallas húmedas que cubren las ventanas. / Cedida
“Con mi amigo, pusimos toallas húmedas para aislar los huecos de las ventanas, pero sobre las 16.00 horas llegaron los bomberos y nos obligaron a salir a la calle. Fue entonces cuando empecé a caminar sobre el polvo. Había muchos olores acres, a quemado”, dice.
Imagen del archivo personal de Alexander Mandl. / Cedida
Al día siguiente, la sala de mercado de Goldman Sachs, en el edificio donde Mandl seguía la formación, volvía a estar operativa. “Hasta la mitad de noviembre, durante dos meses atravesé cada día esa zona, con el polvo visiblemente en suspensión. Luego me mandaron a Londres, pero ya entonces había perdido cierto enfoque, tanto intelectual como físico, para seguir haciendo esa profesión tan exigente. Un año después, me di cuenta de que no podía progresar, y me ofrecieron irme. Yo había ido con mi esposa un par de fines de semana a Barcelona, nos gustaba y pensamos en crear una vida allí”, dice. Era el año 2003.
Deterioro físico
Mandl no relacionó su cansancio permanente, que iba incrementándose día a día, con aquellos meses que estuvo respirando polvo hasta 10 años después. Según el Programa de Salud del WTC, las afecciones más comunes de los que estuvieron expuestos a las mismas condiciones que él son “muchos tipos de cáncer, rinosinusitis crónica, reflujo gastroesofágico, asma, trastorno respiratorio crónico, epoc o apnea del sueño”. En el plano mental o emocional, hay enfermos por trastorno por estrés postraumático, ansiedad y depresión. En el caso de Mandl, en 2011, “cuando ya no podía levantar” al bebé que era su tercer hijo, fue diagnosticado con una “sarcoidosis light”. “Tenía una inflamación permanente de los pulmones, una reacción a partículas tóxicas que tienes en el cuerpo, que la tos no ha sido capaz de eliminar. Y poco a poco se van tapando los alveolos”, explica. Una biopsia confirmó que el polvo posterior al 11-S había dejado en sus pulmones “una lista interminable” de partículas que lo debilitaron –pasó de pesar 93 kilos a 58- y terminaron por obligarle a usar oxígeno las 24 horas del día.
Como vive en Barcelona, Mandl no tuvo que recurrir a los beneficios aprobados en 2011 en EEUU para los pacientes de afecciones relacionadas con el 11-S. Pero ese seguimiento y tratamiento médico gratuito -“autorizado hasta 2090”, recuerdan desde el Programa de Salud del WTC, y que abarca incluso a los bebés recién nacidos el 11 de septiembre de 2001- ha generado controversia este mes de abril por los recortes de las autoridades estadounidenses. De hecho, la administración de Donald Trump despidió el 1 de abril al director del Programa del WTC y a dos tercios de todo el personal de la agencia matriz del programa, el Instituto Nacional para la Seguridad y Salud Ocupacional, dentro de la oleada de recortes sociales que ha emprendido desde que retomó el poder. Los despidos en el área, ordenados por el Departamento de Salud que dirige Robert F. Kennedy, alcanzaron al administrador del Programa del WTC, el doctor John Howard, y a más de 800 médicos, epidemiólogos y otros trabajadores de la institución, que también financia investigaciones sobre el tratamiento de esas enfermedades. La presión hizo que Howard fuera readmitido el 5 de abril.
Sospechas y respuesta oficial
Algunos temen que los recortes paralicen el programa. Por ejemplo otro héroe del 11-S, el trabajador de la construcción John Feal, convertido en activista después de perder un pie durante los trabajos de rescate posteriores al atentado, que los criticó duramente. “Son el acto más imprudente, descuidado, inadmisible, repugnante y vil contra la comunidad del 11-S que se ha cometido desde el 11 de septiembre de 2001”, dijo al ‘New York Daily News’. Consultado por El Periódico, un portavoz del Programa de Salud del WTC quiso tranquilizar a los que temen un paso atrás irreversible en la atención a las víctimas: “Los centros clínicos continúan brindando servicios a los miembros del programa en este momento. La atención directa a los pacientes está en funcionamiento. Todos los programas requeridos por ley se mantendrán intactos y, como resultado de la reorganización, estarán mejor posicionados para cumplir con las instrucciones del Congreso”.
El Programa de Salud del WTC fue una de las herramientas que se pusieron en marcha cuando, en palabras de Mandl, “las autoridades se dieron cuenta de que fue un inmenso error decir a la población de los alrededores del lugar de los atentados que no había peligro”. La otra fue el Fondo de Compensación para las Víctimas del 11-S (VCF, por sus siglas en inglés), integrado en el Departamento de Justicia de EEUU.
También desde ese Fondo de Compensación defienden que, pese a los recortes, quienes padecen las secuelas de los atentados del 11-S no tienen de qué preocuparse. “El 29 de julio de 2019”, en su primer mandato, “el presidente Trump promulgó la Ley de Autorización Permanente del Fondo de Compensación para Víctimas del 11 de Septiembre, que extiende la fecha límite para presentar solicitudes al VCF del 18 de diciembre de 2020 al 1 de octubre de 2090 y asigna los fondos necesarios para pagar todas las solicitudes aceptadas”, recuerda a preguntas de El Periódico la portavoz del Departamento de Justicia de EEUU Nicole Navas Oxman.
65.990 reclamaciones y 15.350 millones
En la misma conversación por correo electrónico, Navas Oxman pone cifras oficiales a la magnitud del problema. Desde 2011, y hasta el 31 de marzo de este año, el Fondo de Compensación ha pagado 4.675 indemnizaciones por fallecimiento “como resultado de la exposición a las toxinas del 11-S”. En total, el Fondo ha aprobado 65.990 reclamaciones, y el total de las compensaciones hasta el principio de este mes de abril asciende a más de 15.350 millones de dólares.
Otros afectados eligen la vía judicial para reclamar. “Hemos ayudado y representado a más de 13.000 víctimas del 11-S”, explica Jaquay B. Felix, socio de litigios para el World Trade Center del bufete de abogados Napoli Shkolnik. Añade que no es un asunto cerrado, porque algunas dolencias tardan décadas en manifestarse: “El lapso de latencia entre la fecha de exposición y la fecha del diagnóstico de una enfermedad puede ser de hasta 25 años. Seguimos recibiendo casos de personas diagnosticadas con nuevos cánceres que estuvieron expuestos hace más de 20 años”.
Imagen del archivo personal de Alexander Mandl. / Cedida
Alexander Mandl no está aún entre los indemnizados por el Fondo de Compensación. Él les envió un escrito para explicar sus secuelas físicas y las pérdidas económicas que le han supuesto, aunque todavía no ha visto “ni un céntimo”. Pero su vida cambió cuando, en 2021, en el Hospital Universitario de Vall d’Hebron de Barcelona le mencionaron el trasplante como posible solución a su enfermedad, cada vez más inhabilitante. “Hacen unos 100 trasplantes de pulmón al año en Cataluña, es realmente un privilegio. Y también es un drama, porque se aprueban cuando no hay otra solución, cuando es eso o la muerte”, dice Mandl. Y añade, de manera gráfica: “No solo tienes que estar en muy mala condición a nivel pulmonar, sino también en muy buena condición en cuanto al resto. Si se pone un nuevo motor en un coche viejo, no sirve”. Lo operaron el 15 de febrero. El día antes, su deterioro físico había llegado hasta el punto de que no podía cepillarse los dientes o masticar, y solo podía comer sopa y puré.
Un trasplante salvador
Desde el trasplante su evolución es espectacular. “Los médicos de Vall d’Hebron están alucinando, y yo también. Es la recuperación más rápida que recuerdan, dicen. A los cinco días de la operación podía caminar, subir escaleras, hacer sentadillas. Hay mucha gente que se queda tres o cuatro meses en la UCI tras una intervención así; yo solo estuve una noche”, se entusiasma Mandl. Él, con una situación económica desahogada, se deshace en elogios hacia la sanidad pública catalana y española, y hacia el hospital donde lo operaron. “Estoy muy feliz de haber pagado tantos impuestos en Europa y España durante mi carrera laboral, y de haber participado en un sistema de salud de los mejores del mundo”, dice. Ahora él mismo está dando un giro profesional «hacia la financiación de ‘startups’ del mundo médico» para «permitir a más gente tener acceso a soluciones innovadores en el tratamiento de enfermedades ‘sin salida'» como la que él tuvo.
Alexander Mandl, este miércoles en su casa en Barcelona. / ZOWY VOETEN
Solo dos meses después de la operación, ha podido ir a esquiar –aunque solo una hora- y ha podido coger un avión para visitar a su hijo en Nantes. Y ya no depende del oxígeno para hacer cualquier cosa. “En el Vall d’Hebron se han quedado con mis antiguos pulmones con mucho interés para estudiarlos en su instituto de investigación”, explica Mandl. Y añade en referencia a los recortes en el Programa de Salud del WTC: “Bajo mi punto de vista desmontar iniciativas de investigación que posicionan a tu país a la cabeza mundial del saber y de la salud es bastante incomprensible”. Que además en este caso sirven para mitigar los daños del peor atentado de la historia de los Estados Unidos.
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