China promete castigos a los que firmen acuerdos con Trump que la perjudiquen

Es una traducción complicada: guerra por parte interpuesta, guerra por procuración o guerra ajena son solo aproximaciones a lo que los ingleses llaman ‘proxy war‘. Es, para entendernos, lo de Europa y Estados Unidos frente a Rusia en Ucrania. Y sirve la fórmula también en las guerras donde no vuelan balas sino los aranceles. China ha advertido hoy de que castigará a todo el que, incluso de soslayo y bajo presiones, se sume a la trinchera estadounidense.
“China se opone firmemente a que ninguna parte alcance un acuerdo al precio de los intereses chinos”, ha afirmado el Ministerio de Comercio. “El apaciguamiento no traerá la paz ni esos compromisos serán respetados… Buscar el interés propio egoísta temporal al coste ajeno es como pedir la piel del tigre”, ha continuado el portavoz con una de esas floridas metáforas que esponjan el árido discurso diplomático. La aclaración llega días después de que medios estadounidenses revelaran que la Casa Blanca presionará a gobiernos de medio mundo para que rebajen su comercio con China. “Cuando el fuerte caza al débil, todos los países son víctimas”, ha prevenido Pekín.
Más de 70 países han pedido cita, según Donald Trump, después de aquel “día de la Liberación” en el que regó el mundo de aranceles. Su inmediato aplazamiento por 90 días ha espoleado una romería de damnificados para rebajar o levantar los aranceles. “Vienen a besarme el culo”, concretó en una conferencia republicana. A China, en cambio, se los mantuvo y los disparó hasta el 145 %. No era ya el mundo entero el que se había aprovechado de Estados Unidos sino China la que se había aprovechado del mundo entero, según el nuevo discurso trumpista que anticipaba ya el inminente planteamiento de dilemas shakespearianos.
Dos socios comerciales
A Japón, por ejemplo. El 20 % de sus beneficios anuales llegan de Estados Unidos y el 15 % provienen de China. Su economía no resiste la pérdida, ni siquiera la mengua, de ninguno de sus mayores socios comerciales. A cualquier país que prescinda de uno u otro le amenaza la ruina. Una delegación japonesa visitó Washington la semana pasada y no ha trascendido de las conversaciones más que la dicha conjunta. Podrían ser “un modelo para el mundo”, festejó su primer ministro, Shigeru Ishiba. Es dudoso. Pocos países, probablemente ninguno, hay en el mundo tan sumisos a Estados Unidos. Su férreo entusiasmo resiste incluso que su principal aliado le fría con aranceles del 24 % o que se fume el acuerdo de 2019 por el que Tokio bajó los gravámenes a los productos agropecuarios estadounidenses a cambio de que Trump dejara indemne a su industria automovilística. Son “incongruencias”, desdramatiza Tokio.
Esta semana empezará la Casa Blanca las negociaciones con Corea del Sur y hoy ha llegado a la India el vicepresidente, J.D. Vance, con el comercio subrayado en la agenda. Algún conflicto ha tenido China con ellos en los últimos años, propios de un vecindario vocinglero, pero cuesta imaginarlos desairándola con una recia afrenta. A todos los que pasen por el potro de tortura en los próximos días, China les anima a resistir: cualquier arancel estadounidense que consigan limar a costa de sus intereses provocará “fuertes contramedidas recíprocas”. Ya saben, pues, que les espera toda la furia de la primera potencia comercial del mundo. Sobre la inutilidad del apaciguamiento con Trump ya le había prevenido el Diario del Pueblo la semana pasada a la Unión Europea cuando ambos se dieron unos meses para acercar las posturas.
Esa cuadro de chantajes y resistencias numantinas convive con subterráneas comunicaciones si creemos a Trump, que no es un condicional irrelevante. El presidente dijo días atrás que China “había llamado varias veces” pero rehusó concretar si había sido su presidente, como la Casa Blanca ha exigido. “Creo que haremos un buen trato”, avanzó.
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