80 años después del suicidio de Hitler, el revisionismo y el blanqueamiento del nazismo cotizan al alza

Hace exactamente 80 años del suicido en su búnker de Berlín de Adolf Hitler y Eva Braun, a la que un día antes había convertido en su esposa. En la guerra a la que el régimen nazi lanzó al mundo murieron unos 60 millones de personas, 27 millones de las cuales en la Unión Soviética. Con el fin del dictador no se puso fin ni siquiera de inmediato al castigo sobre la población civil berlinesa. Pasaron unos días hasta que el Ejército Rojo obtuvo su icónica foto de la bandera con la hoz y el martillo sobre el Reichstag en llamas y una semana hasta la Capitulación del Tercer Reich, firmada el 8 de mayo en Karlshost, en las afueras de Berlín. La orden Hitler era luchar «hasta la última gota de sangre».
La memoria del horror del Holocausto debería ser suficiente para sustentar el ‘nie wieder’ (‘nunca más’) de Alemania. Y, sin embargo, desde la ultraderecha u otras formas de totalitarismo se blanquea, relativiza o niega la monstruosidad de los crímenes del nazismo.
El 30 de abril de 1945, cuando Hitler se encerró en su búnker para suicidarse con su mujer, la Wehrmacht, el Ejército del régimen nazi, llevaba meses militarmente derrotado. Se había movilizado aún en diciembre a todos los hombres entre 16 y 60 años para combatir a los aliados. La llamada «ofensiva de las Ardenas» acabó en desastre, a lo que siguió unos días después otra asimismo catastrófica operación en Alsacia. Pero el Führer seguía llamando a su pueblo a la «victoria final» contra la «conjura internacional judía» que, en su ideario, pretendía destruir Europa. En febrero de ese año, las tropas soviéticas liberaron el campo de exterminio de Auschwitz, en la Polonia ocupada. Lo mismo ocurrió sucesivamente en otros campos de concentración nazis. Pero el mandato de Hitler, plasmado en el testamento dictado a su secretaria Traudl Junge, era no rendirse. Todo aquel que colgara una bandera blanca o se entregara al enemigo sería fusilado, según la orden firmada el 3 de marzo por Heinrich Himmler, el jefe de las SS.
Hitler y su amante, Eva Braun, en una escena diaria. / Archivo
Bajo el fuego aliado y el acoso de las SS
«La población berlinesa vivió esos últimos días hasta la caída de Berlín, el 2 de mayo, bajo el fragor de los bombardeos por aire aliados, con el Ejército Rojo soviético entrando en la capital y con las SS sacando aún de sus casas y fusilando a quien se resistía o quería rendirse», recuerda Johannes Tuchel, director del Monumento a la Resistencia contra el Nacionalsocialismo, donde se documenta una veintena de intentos de rendirse al enemigo en distintos puntos del país en la ultimísima fase de la guerra.
Que a la muerte del dictador no siguiera de inmediato la Capitulación del Reich refuerza la brutalidad «sin precedentes» del régimen nazi, afirma Tuchel. «Pasarán los siglos. Pero desde las ruinas de nuestras ciudades y monumentos se renovará una y otra vez el odio contra los responsables (de la destrucción): el judaísmo internacional y sus cómplices», dictó Hitler a su secretaria, en su testamento político.
El Führer que orquestó una maquinaria capaz de exterminar a millones de judíos no supo organizar con precisión su propia muerte. Además de su testamento político, dejó escrito en un apartado más privado cómo debía procederse con su cuerpo y el de Eva Braun, ahora apellidada Hitler. Según su cúpula militar, el Ejército Rojo estaba ya a 300 o 400 metros de la que había sido su Cancillería. Esa mañana del 30 de abril aún se vio al matrimonio Hitler en el exterior del búnker una vez. Al mediodía tomaron su último almuerzo. Luego se retiraron a sus habitaciones privadas. Sobre las 15.30 se escuchó un disparo atronador.
Los soldados del Ejército Rojo celebran la victoria de Hitler en Berlín. / Archivo
Bulos sobre el dictador ‘huido’
A Hitler le encontraron sentado en su sillón, se había disparado en la boca. Los hombres de las SS cumplieron con la orden de trasladar su cuerpo al jardín junto al acceso al búnker, construido en 1943 con los planos del arquitecto del régimen, Albert Speer. Su cometido era quemar los cuerpos. Pero no consigueron culminar su acción como había ordenado Hitler. Cuando las tropas soviéticas alcanzaron su objetivo encontraron restos humanos carbonizados. Los incineraron y conservaron durante décadas. Ya en los 90 se abrieron los archivos moscovitas con fotos y restos del cráneo o la mandíbula, custodiados por la KGB. Para entonces ya circulaban bulos, versiones y leyendas, entre ellas la que sostenía que Hitler no murió en el búnker, sinó que huyó a América Latina.
A los 80 años de la muerte de Hitler no debería haber lugar para las especulaciones, según el historiador y forense Klaus Püschel, autor del libro ‘Der Tod geht über Leichen’ (‘La muerte pasa por encima de los cadáveres’). Pero la instrumentalización, vanalización o negacionismo del Holocausto vive horas de gloria, advierte el politólogo Hajo Funke, autor de referencia en Alemania sobre el auge y peligrosidad de la ultraderecha.
Confluencias, mentiras y tergiversaciones
La líder de la pujante Alternativa para Alemania (AfD), Alice Weidel, se ha permitido asegurar sin rubor que Hitler «fue un comunista», a pesar de que el régimen nazi prohibió el partido comunista, además de perseguir, confinar o asesinar a los miembros que no se exiliaron. El primer ministro húngaro, el ultranacionalista Viktor Orbán, asegura sin problemas que su país «protege a los judíos». Para demostrarlo, desoye la orden detención de La Haya contra Binyamín Netanyahu. Surgen extrañas confluencias entre personajes como el influyente periodista Tucker Carlson, eco del derechismo estadounidense representado por Donald Trump, quien sustenta las tesis de la AfD respecto al comunismo de Hitler y, al mismo tiempo, difunde bulos hostiles al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. «Hay un propósito muy claro de reescribir la historia. Negar el Holocausto es complejo en Alemania, puede llevarte a la cárcel o precipitar la ilegación de un partido. Tergiversar lo ocurrido sale políticamente barato», afirma el politólogo Funke.
La Alemania actual quiere atajar al menos uno de los intentos tergiversadores: el de la Rusia actual de Vladímir Putin de instrumentalizar el aniversario de la Capitulación. No habrá representantes ni de ese país ni de su aliada Bielorrusia en el acto solemne del Parlamento del próximo 8 de mayo. En Alemania se recuerda la efemérides como Día de la Liberación.
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