los 4 puntos de fricción entre China y EEUU
Entre la jabonosa jerga diplomática china del comunicado de la agencia Xinhua, aliñado con promesas de un horizonte esplendoroso en común, se coló un gancho al hígado: la cumbre en Ginebra y la llamada telefónica entre Xi Jinping y Donald Trump, aclaraba, habían sido solicitadas por el segundo. Reivindicaba Pekín su victoria en la batalla de egos y aclaraba que pidió tablas en la guerra comercial el mismo que la había declarado. Venderá Trump a sus adeptos que la desesperación ajena aceitó el acuerdo pero cuando ambas partes se junten a negociar, en lugar y tiempo por determinar, compartirán la certeza de que no es China la débil. No acostumbran los chinos, comerciantes implacables, a desperdiciar una ventaja, ni con amigos ni enemigos. Lo sabe Vladímir Putin, forzado a venderles el petróleo a precio de ganga que colocaba antes a Europa.
Preveía Trump una segunda guerra comercial como la primera. Entonces China prometía también una lucha hasta el final desde fragorosos editoriales pero respondía a los embates arancelarios estadounidenses con lo mínimo para no parecer acobardada ante el mundo ni irritar demasiado a Trump. Esta vez ha acompañado el mensaje con hechos, igualando los desafíos arancelarios y sumando castigos. A Ginebra se llegó cuando las grandes plataformas de venta como Amazon o Walmart advirtieron de que sus clientes pagarían el sobreprecio y Trump marcó el número de Xi anoche con su industria alertando del desastre si no llegaban más minerales raros.
Tendrá pronto Trump otra foto con Xi en Pekín después de que anoche acordaran la visita y es probable que la publicite como el regreso de una sana rivalidad. Los antecedentes de su primer mandato aconsejan prudencia. La velada familiar en la mansión de Mar-a-lago y la tregua del G-20 no trajeron acuerdos comerciales tangibles y pronto regresó la desconfianza, los aranceles y las acusaciones cruzadas. China ya asumió décadas atrás que la hostilidad de las relaciones bilaterales es estructural.
China sólo tuvo que cerrar el grifo de las tierras raras y sentarse a esperar. El nerviosismo de Trump creció a medida de que se vaciaban los almacenes de las empresas estadounidenses. El sector automovilístico, aeronáutico y armamentístico, entre otros, advirtieron del desastre. En una encuesta de la Cámara de Comercio Estadounidense en China lamentaban varias empresas que tendrían que parar las fábricas en semanas o escasos meses sin nuevas reservas. Y el grito se hizo global. Compañías alemanas, indias y japonesas quedaron atrapadas en el fuego cruzado. El comisario de Comercio de la Unión Europea, Maros Sefcovic, pidió la semana pasada a Pekín aclarar la situación cuanto antes.
Tras los primeros cañonazos de la guerra comercial vetó China la exportación de algunos minerales raros, pidió licencias adicionales en otros y, en última instancia, exigió el consentimiento del Gobierno en cada caso. La argucia legal es el Tratado Internacional de No Proliferación de Armas Nucleares que faculta a sus firmantes a controlar el comercio de productos de uso dual ya que algunos minerales tienen fines militares.
Reunirse en la Casa Blanca para volver a impulse los esfuerzos realizados en la era Biden para crear una cadena de suministros de tierras domésticas. / CHRIS KLEPONIS / BLOOMBERG
El comunicado de la Casa Blanca mencionó que el asunto había sido hablado con Xi y sugirió que estaba solucionado. Pero el chino omitió cualquier referencia y el portavoz del Ministerio de Exteriores regateó el viernes la pregunta. Jin Canrong, profesor universitario y asesor gubernamental, niega en su blog cualquier acuerdo y pronostica que Pekín usará las tierras raras para arrancar concesiones en las negociaciones inminentes. El Ministerio del Comercio expidió el viernes más licencias para la exportación pero a un ritmo insuficiente para cubrir la demanda.
Ni el presente ni el futuro se entienden sin las tierras raras. Por resumirlo: casi todo lo que se enciende y apaga con un interruptor las necesita: teléfonos, televisores, coches, aviones… China concentra el 61% de su producción y el 92% de su procesado, según la Agencia Internacional de la Energía.
El pasado 28 de mayo, en una nota oficial titulada ‘Las nuevas políticas de visados ponen a Estados Unidos primero, no a China’, el secretario de Estado Marco Rubio anunció que «bajo el liderazgo del presidente Donald Trump, el Departamento de Estado de Estados Unidos trabajará con el Departamento de Seguridad Interna para revocar de forma agresiva los visados de los estudiantes chinos, incluyendo aquellos con conexiones con el Partido Comunista Chino (PCCh) o aquellos que estudian en áreas críticas». En el país hay en estos momentos cerca de 280.000 estudiantes chinos, la segunda comunidad tras la de India. Entre ellos y los aspirantes a ir a estudiar a Estados Unidos ha cundido el pánico.
El tema fue abordado en la llamada de este jueves entre Trump y Xi, en la que ambos líderes trataron de desescalar el choque iniciado por Washington con su guerra arancelaria. China considera que estas y otras medidas violan la tregua temporal que se habían dado ambos países en mayo. Se desconoce si se ha invalidado la orden de Rubio, pero Trump aseguró este jueves ante la prensa tras la llamada: «Los estudiantes chinos van a venir [a Estados Unidos]No habrá ningún problema, es un honor tenerlos. Queremos estudiantes extranjeros, pero lo revisamos. «
Las universidades de todo el mundo se pelean por atraer a estudiantes chinos hacia sus campus. Son una fuente sostenida y casi ilimitada de ingresos. El país asiático es el segundo con más millonarios del mundo, cerca de 900.000, y estos quieren que sus hijos se formen en el extranjero antes de que vuelvan al país a aplicar lo aprendido. Hay también millones de alumnos con ingresos medios pero con expedientes brillantes gracias a un sistema educativo exigente y competitivo.
El Secretario de Estado de los Estados Unidos, Marco Rubio. / MARK SCHIEFELBEIN / AP
Sin embargo, en la visión trumpista del mundo esto supone una ventaja intolerable para China. ¿Por qué debe Estados Unidos ayudar a formar a las élites del que ve como la principal amenaza a su hegemonía en el futuro? Circulan en las redes sociales MAGA fotografías de las recientes ceremonias de graduación en Harvard o Columbia en la que todos los que aparecen con el birrete de graduado son «no blancos»; muchos de ellos, asiáticos. En realidad, Estados Unidos acoge a 1,1 millón de estudiantes universitarios extranjeros, de un total de cerca de 20 millones.
Fue precisamente en la universidad de Harvard donde la estudiante china Yurong Luanna Jiang dio un discurso en la ceremonia de graduación que se hizo viral. «Seguimos creyendo en un futuro compartido; no nos olvidemos: aquellos a los que etiquetamos como enemigos siguen siendo seres humanos como nosotros», dijo. En algunos medios de Estados Unidos se aseguraba que la alumna tenía lazos con el PCCh.
Y es que en el caso de China, a la alergia que le produce a la nueva Administración Trump todo lo extranjero se le suma la cuestión ideológica. Los padres de los estudiantes de la élite china suelen estar involucrados o pertenecen al Partido Comunista. Es una de las formas de medrar en la dictadura asiática. Y permitir la transferencia de conocimiento al «enemigo» ideológico no entra en la agenda de Trump.
Desde que Barack Obama emprendió la política del ‘Giro al Pacífico’, tras entender que la primacía global no se ventilaba en Irak ni Afganistán, China y Estados Unidos han coleccionado roces en Asia. Estados Unidos cuenta con decenas de miles de tropas en Corea del Sur y Japón, ha espolvoreado el patio trasero chino de bases militares y firmado tratados multilaterales de Defensa. El jefe del Pentágono, Pete Hegseth, aconsejó a todos los ministros del ramo reunidos en Singapur el pasado fin de semana que se armaran hasta los dientes para combatir la amenaza china y propuso el mismo 5% del PIB en gasto militar que pretende para los miembros de la OTAN. No parece la mejor receta para un continente con heridas históricas sin cauterizar y con muchos deberes pendientes en la lucha contra la pobreza. Pekín le afeó al día siguiente su mentalidad de Guerra Fría y señaló que ningún país tiene más pulsiones hegemónicas ni pone más en peligro la paz en Asia que Estados Unidos.
El presidente chino, Xi Jinping, durante el popular Congreso Nacional, el 5 de marzo. / NG HAN GUAN / AP
Hegseth había mencionado una presunta invasión inminente de Taiwán que dañaría sin remedio el continente. No hay tema que soliviante más a China que la isla. Xi ya advirtió a Trump durante su llamada de un conflicto insalvable si Washington seguía coqueteando con las fuerzas independentistas, un concepto muy elástico para Pekín. China acusó días atrás a los servicios de inteligencia estadounidenses de cooperar con los piratas taiwaneses que presuntamente habían atacado webs de su Ejército y otros estamentos. No parece un asunto tan inflamable con Trump, quien carece de simpatías hacia la isla. La ha acusado sin pruebas de robarle la industria de semiconductores y planteado dudas de si la defenderá en caso de ataque chino, rompiendo el compromiso de Biden.
La carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética de la Guerra Fría fue una competición por lo grande, por llegar más lejos. La carrera que se está produciendo hoy entre el país americano y China, sin embargo, va en la dirección opuesta: se trata de conquistar lo muy pequeño; de construir microprocesadores cada vez más diminutos sin que pierdan eficiencia y capacidad. El actor que prevalezca dominará la industria militar, tendrá una economía más avanzada, producirá mejores robots e inteligencia artificial más competitiva.
La empresa que lidera el sector en Occidente es la taiwanesa TSMC, con más de la mitad del mercado, seguida por la surcoreana Samsung y la estadounidense Intel. TSMC se prepara para la producción en masa de microchips de dos nanómetros a finales de 2025. Usa para todo ello la maquinaria de impresión holandesa ASML.
China no ha conseguido llegar tan lejos en la miniaturización. Estados Unidos impuso al país asiático en 2022 un embargo tecnológico a su industria de semiconductores. Entre otras consecuencias, Países Bajos prohibió a ASML venderle a China las máquinas de litografía más avanzadas. Esto ha limitado la capacidad de producción en masa de microchips de la principal empresa china del sector, SMIC. Con las viejas herramientas solo se puede llegar hasta cierto punto de desarrollo. El Gobierno del Partido Comunista Chino (PCCh) lanzó un programa de decenas de miles de millones de euros para investigación en microprocesadores, intentó reclutar a ingenieros taiwaneses y presuntamente compró microprocesadores en el mercado negro para tratar de replicarlos y espió industrialmente a sus competidores.
Un empleado de una fábrica generativa de IA funciona con un microchip. / EL PERIÓDICO
Ahora parece tener ya controlada y en producción a gran escala microchips de siete nanómetros, como los de la serie Kirin que ya funcionan en los teléfonos Huawei. Produce también los de cinco nanómetros y han anunciado un modelo de tres, aunque no puede fabricarlo a gran escala por las restricciones de la maquinaria.
El temor es que esta carrera sino-estadounidense derive en una guerra. El presidente chino, Xi Jinping, pretende recuperar Taiwán por las buenas o por las malas. En la isla se refugió en 1949 el bando perdedor de la guerra civil china, y desde entonces es un territorio independiente. Constantemente allí suenan los tambores de guerra y las maniobras políticas para la reunificación. Estados Unidos, en principio, respaldaría militarmente a la isla.
Si Occidente pierde el acceso a los microchips fabricados en Taiwán, el golpe sería mayúsculo. Por eso, Donald Trump intenta relocalizar la producción a Estados Unidos y la Unión Europea invierte decenas de miles de millones para tratar de impulsar su propia industria.
Suscríbete para continuar leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí