ESTADOS UNIDOS | El calvario de Manuel Eduardo, deportado por Trump
Donald Trump es presidente, por encima de todo lo demás, gracias a sus promesas contra la inmigración ilegal. En realidad, durante su primer mandato (2017-2021) deportó a menos inmigrantes que su sucesor, Joe Biden. El máximo ritmo de expulsiones del republicano se alcanzó en 2020 y fue de 600.000 personas, frente al millón y medio del demócrata en 2022. La diferencia está en el porqué y en el cómo. Biden expulsaba a los que acababan de entrar ilegalmente por la frontera (devoluciones en caliente) y a aquellos que habían cometido delitos o suponían una amenaza para la seguridad nacional. La nueva Administración va a por todos, da igual si tienen hijos americanos, arraigo social o si no han cometido una sola falta leve en su vida. Y los tratan públicamente mal, para dar ejemplo.
Hay cuotas impuestas de expulsión para elevar esa cifra: 3.000 detenciones diarias. Los criterios se han ampliado, los medios también: se usan aviones de las Fuerzas Armadas, agentes enmascarados; se tienden trampas en los juzgados para apresar a los que van a regularizar su situación y, sobre todo, se va a los sitios donde trabajan. Las protestas de California de estos días comenzaron tras una redada contra jornaleros que ofrecían sus servicios en el Home Depot de un barrio de Los Ángeles.
Algo así le pasó a Manuel Eduardo, un joven mexicano de 25 años. Esta es la historia de su entrada en Estados Unidos, la macrorredada en la que le detuvieron hace unas semanas y el periplo de ocho días de humillaciones, cárcel y malos tratos hasta que fue devuelto a México. Tal y como se lo ha contado en primera persona a EL PERIÓDICO desde la seguridad de su casa en el estado mexicano de Hidalgo.
LA LLEGADA
«Yo entré a Estados Unidos hace dos años y medio contratado, se podría decir. Entrar por el desierto era muy costoso y complicado. Conocí a una persona que conseguía permisos de trabajo de un mes por 7.000 dólares. Mi primer empleo fue en la recogida de sandía, de mora y de tabaco. Son muy duros, la verdad. Pero había que aguantar ese tiempo».
EL TRABAJO
«Luego conseguí otro en construcción: hacía de ‘ventanero’, de ‘puertero’ y de chófer. Todo normal y tranquilo. Trabajé sin papeles en Florida, Tennessee, Carolina del Norte y del Sur y Nueva Jersey. Nunca tuve problemas. Alguna vez manejé con exceso de velocidad y con un par de cervezas encima, pero nada más».
LA REDADA
«El día 29 de mayo, el ‘gringo’ que nos daba trabajo nos dijo que nos fuéramos a un lugar llamado Tallahassee. El que paga manda, y nos fuimos para allá. Al poco de comenzar la jornada, a eso de las 8.30 horas, aparecieron decenas de patrullas cargadas de agentes de la Policía Estatal, agentes de la DEA, del FBI y del Ejército. Unas sesenta patrullas, supimos después. La gente empezó a gritar: «¡corran!». Pero estábamos rodeados.
El hielo arresta a cien inmigrantes en Tallahasee el 29 de mayo / ICE
Avisé a una hermana y a mi madre para decirles que cualquier cosa podría pasar. Algunos se escondían, otros no. Escondí a un compañero mío bajo una caja de cartón y arriba le puse basura para que no lo encontraran. Yo me cubrí con una lona en un rincón. Pero los oficiales nos encontraron a los dos. A él le golpearon. Nos esposaron. A muchos les golpearon duro. Daba mucha pena, porque uno no estaba haciendo nada malo. Nos escondíamos para poder trabajar».
LOS GOLPES
«Eran personas muy crueles, maltrataban especialmente a las mujeres. Uno de los compañeros de trabajo cayó de un tercer piso al intentar huir y los agentes lo golpearon. Nos metieron en un bus. Mucha gente iba herida y golpeada. A muchos les habían disparado con una ‘chicharra’ (pistola ‘taser’). Nos trasladaron a un centro que creo que era del ICE (Servicio de Control de Inmigración en sus siglas en inglés). Era un cuarto grande, un congelador, hacía mucho frío dentro. Éramos cincuenta. No nos daban agua ni comida. Teníamos mucha sed, mucha hambre».
LOS GRILLETES
«Luego nos amarraron con grilletes los pies, las manos y una tercera cadena a la cintura. Eso te baja mucho la autoestima. Te dices: yo no soy un delincuente, no he hecho nada, no sé por qué me hacen esto. Nuestro único delito era ir a trabajar. Estuvimos ahí todo el día y toda la noche, amarrados de manos, pies y cintura y sin comer toda la noche, hasta el día siguiente. Muchos se quejaban de hambre o de ganas de ir al baño, pero estábamos amarrados y no nos podíamos mover. Llegaron los de ICE y nos trasladaron a otro lugar. Nos fueron separando a los que tenían antecedentes y a los que no. Ponían la habitación a ratos muy fría y a ratos muy caliente. Teníamos mucho sueño, queríamos descansar, asearnos, estábamos sudados porque habíamos estado trabajando. Pedimos hacer una llamada. Uno de ellos nos empezó a insultar: «no solo no les vamos a dejar llamar, es que no vamos a gastar comida en ustedes, que son unos bastardos».
[Según CBS News, en aquella redada, agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), junto a autoridades estatales y federales, irrumpieron en varios sitios de construcción y detuvieron a más de 100 inmigrantes indocumentados, en su mayoría trabajadores]
EL HAMBRE
«Miramos cómo ellos comían, bebían agua, y nosotros nada. Llegó una señora, parecía oficial de ahí. Nos preguntó si teníamos hambre y no respondimos. Ya nos lo habían preguntado antes para burlarse. Pero ella nos dijo que nos iba a dar de comer: un trozo de pan con mozzarella, una manzana y una botella de agua y algo de queso amarillo. Todo estaba agrio. Pero como teníamos hambre nos lo comimos. Se calmó el hambre.
Nos volvieron a amarrar. Lo peor de todo es que te dan un uniforme de un criminal, de color rojo. En la cárcel en Estados Unidos creo que se clasifican por delitos con colores: azul no es grave, rojo grave. A nosotros, rojo. Nos llevaron a otra celda, y gracias a Dios nos dieron una ‘cobija’ (manta) y una almohada. Allí conocimos a mucha gente. A una persona que venía de Vietnam que llevaba 10 años en esa prisión, a un chino que llevaba casi dos años. Había gente de Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Brasil, Colombia…»
ADIÓS AL COMPAÑERO
«Luego me separaron de mi compañero, con el que trabajaba. Durante los dos años que estuve compartimos todo, comida, habitación y nos veíamos en el trabajo. Nos llevábamos muy bien, nos contábamos todo, incluso un día antes estábamos hablando de nuestros planes. Nos miramos y nos dijimos adiós. Fue la última vez que lo vi».
SIN DORMIR
«Cada dos horas iban a chequearnos, a revisar el ID que nos habían dado. Yo no podía dormir: si escucho un ruido, me desvelo. Cuando por fin me dormía, venían y me volvían a despertar otra vez. A las cuatro de la mañana, el desayuno: un poco de mermelada, una cucharada de arroz que estaba crudo y una rebanada de pan que no era nada bueno, porque te lo comías y se te pegaba en la boca, como chicloso. Te obligaban a tomar unos polvos que no sé qué eran. Un joven que trabajaba allí me dijo la comida que le daban a los presos que han cometido delitos graves pero son estadounidenses: fruta, cereal con leche, tortitas por las mañanas. ¿Cómo puede ser que a alguien que ha hecho maldades le dan bien de comer y a mí que no he hecho nada me dan esto?»
EL BANQUETE
«A un compañero le hicieron llegar 400 dólares. «No se preocupen muchachos, vamos a comer todos, aquí somos todos hermanos», nos dijo. Había una máquina que nos dejaron usar que tenía sopas de Maruchan (una marca de sopa instantánea). Sacó 10 o 12. Cogimos una bolsa de basura, echamos las sopas y la llenamos de agua caliente del grifo, y lo revolvimos. Empezamos a comer de la bolsa. El chiste era no dormir con hambre».
HABLAR CON LA FAMILIA
«La desesperación mayor es no poder comunicarte con tu familia. Yo quería hablar con mi madre. O pedir a otra persona que hablara con ella. Sabía que mi madre estaba muy preocupada. Pero no me dejaron. Al cabo de unos días, pudimos comunicarnos con nuestro jefe a través de otra persona y él informó a mi hermana. Nos cambiaron de cárcel, nos llevaron a Orlando, Florida. Nos volvieron a meter en un congelador, encadenados desde las 10 de la mañana. Nos llevaban en el bus siempre amarrados. Hasta 12 horas con las cadenas y las esposas».
LA SALIDA DEL PAÍS
«Luego nos trasladaron a El Paso, Texas. Yo venía muy lastimado y con marcas en los pies y en las manos, porque estaba muy apretado. Le dije al oficial si me podía soltar un poco. Lo que hizo fue apretar más, tanto las manos como los pies. Se lo hice ver y me respondió: aquí no vas a dar órdenes, si quieres te vas a mandar a tu casa. No había manera de decirles nada. Ellos son los que mandan. No te dejaban ponerte de pie. No te dejan ir al baño. Queríamos que nos devolvieran a la celda para poder estirarnos y hacer nuestras necesidades. Cuando cambiaron de turno, llegó una señora más amable que ya sí nos dejó ir al baño».
HOGAR
«Nos subieron a un avión. Habíamos estado ocho días sin bañarnos, desde que nos apresaron en el trabajo. Pensé que, aunque llegara sucio, iba a estar al menos en mi país. Nos recibieron en Chiguagua y nos dieron kits de aseo. Me compraron mi boleto de avión para llegar a Monterrey. Me recibió mi hermana y mi cuñado. Me sentí en casa».
LA NOSTALGIA
«Nací en el estado de Hidalgo. Crecí con carencias, muy pobre. Terminé solo la secundaria. Me dedicaba a vender ‘lonches’ (almuerzos) en las escuelas. Yo jamás me imaginé acabar en la cárcel, ni que me fueran a tratar peor que a un criminal. Cuando me devolvieron pensé en volver a cruzar enseguida. Hasta ya había hablado con un ‘coyote’ para regresar. Me pedía 11.000 dólares. Pensé: lo voy a intentar. Pero luego recordé esos ocho días y todo lo que sufrimos, y que me habían hecho firmar un papel en el que me amenazaban con medio año de cárcel si volvía. Decidí que no, que mejor me quedaba en mi país».
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