Es muy difícil lograr un lugar seguro
«Llevo un año en España pero me siento atrapado. No tengo respuestas ni expectativas, no sé qué puedo hacer. Estoy colgado, me dicen que espere, pero no sé hasta cuándo, no puedo perder más años esperando. Me parece muy difícil conseguir un lugar seguro», lamenta Adnan Herzallah, un médico palestino refugiado en Barcelona. Escapó de las bombas hace un año en la Franja de Gaza y al llegar a Barcelona se vio obligado a vivir en la calle algunos días. Este jueves, en la presentación del anuario del Comità Català d’Ajuda al Refugiat, ha alzado la voz y ha contado su historia junto a Aboubacar Drame, uno de los pocos adolescentes trasladados de Canarias a Cataluña en el marco del sistema de protección catalán a través de los cauces oficiales.
Herzallah nació y creció en un campo de refugiados de Gaza. Sus abuelos ya fueron desplazados en 1948 de su pueblo natal con la creación del estado de Israel. Hace unos años le surgió la posibilidad de ir a Venezuela para estudiar Medicina. «Cuando acabé volvía casa para ayudar a mi pueblo y mis seres queridos», explica. Pocos meses después se encontró con una matanza que aún hoy no ha terminado. «La gente no tiene ningún lugar seguro al que ir, los bombardeos son a todas horas, la situación es horrible, Gaza es como una enorme cárcel: no hay nada, no hay comida… La gente está muriendo de hambre».
De médico en la Franja
Él ha estado trabajando en los hospitales como médico voluntario. «Los pocos que siguen funcionando están colapsados: no hay camas suficientes, no hay material, es un desastre. Tuve que trabajar sin recursos con personas que te llegan a pedazos, entran niños llorando buscando a su familia y se te rompe el corazón cuando debes decirle que todos han muerto», sigue Herzallah.
El joven tuvo la suerte de que, antes del ataque de Israel, seguía un curso ‘online’ en una academia española para hacer el MIR en España. «Yo tenía un plan B: el visado de estudiante». Con este documento logró salir de la Franja, ir hasta Egipto y llegar a España sin tener que pagar un dinero que no tenía. Pero en mayo de 2024, cuando pisó el aeropuerto de El Prat, se dio de bruces con la realidad. Primero, la policía no le dejó pedir asilo porque ya disponía de visado. «Estuve tres horas en el aeropuerto con las maletas sin saber adónde ir». Con los pocos ahorros que le quedaban, alquiló una cama en un hostal durante tres días. Acudió a entidades sociales de todo tipo, donde no le supieron dar respuesta. «Me decían que tenía que pedir cita para solicitar asilo». Pero el teléfono para hacerlo jamás contestaba.
Homologación del título
Terminó durmiendo en la calle de Barcelona hasta que la comunidad palestina en Barcelona dio con él y lo alojó en casa de una mujer. Allí estuvo tres semanas hasta que, desesperado, se presentó en una comisaría para pedir asilo. Durante 10 meses permaneció en un piso compartido del plan de acogida de protección internacional. «No te ofrecen nada más que comida y un lugar donde dormir», lamenta.
Hace pocos días logró acceder a la primera fase del plan, en Manresa. Lleva más de un año esperando la homologación del título para poder ejercer como médico y cursar su especialidad. Mientras, no le queda más remedio que trabajar en un restaurante. Lo que más le preocupa, sin embargo, es que su familia esté a salvo. «Físicamente estoy aquí, pero mi corazón está sufriendo. Hace días que no sé de ellos porque no hay internet, la señal es muy mala, y no sé si están vivos o muertos».
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