el insólito diario íntimo de la vida de un emigrante común en La Habana, Nueva York y México
No fue Sixto Fernández un emigrante de los del resplandor y las campanillas, de los que hicieron fortuna en América y volvieron para hacerse la casa, construir la escuela y plantar la palmera, pero dejó tras de sí un legado extraordinariamente singular y valioso. Un relato. Las cartas que intercambió con su hermana Florentina, escritas a lo largo de dos décadas desde La Habana, Nueva York y México, han sobrevivido gracias a un cúmulo de casualidades y ofrecen, vistas en conjunto, una narración viva, vibrante e inusual de la vida privada, la peripecia cotidiana y la experiencia más íntima de un emigrante ultramarino dotado de un excepcional y quizá innato talento para la literatura. Las cartas aparecieron por casualidad en una casa que iba a ser derribada en la calle Covadonga de Gijón y el Muséu del Pueblu d’Asturies las publicó en 2012.
[–>[–>[–>Parecía que esta historia de afortunados azares había concluido hasta que en 2015 sonó el teléfono del director del Museo, Juaco López, y al otro lado contestó Mari Luz Fernández, la hija de Sixto, que había descubierto en internet la publicación de la correspondencia entre su padre y su tía Flora. A la sorpresa de quienes creían que el emigrante gijonés había muerto sin descendencia siguió otra: Mari Luz, residente en Ciudad de México, es escritora y acaba de cerrar el relato de su progenitor. «Tras la huella de mi padre. Vida de Sixto Fernández», editado también por el Museo, es el final de esta historia que nació con un hallazgo casual y ha terminado dando pie al cuarto libro de su autora, que viajó a Gijón para presentarlo.
[–> [–>[–>Mari Luz Fernández, miembros de su familia y los editores de su libro, en el Muséu del Pueblu d’Asturies, en Gijón. / M. L. F.
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Visto desde fuera, el autor de las cartas era una persona «dulce, siempre con la sonrisa en los labios y la mirada en lo alto», con una visión muy positiva de la vida y una alergia particular al mal humor. Nacido en 1896, partió hacia Cuba con diecisiete años. Al llegar trabajó en una tienda de artículos textiles en La Habana, calmó sus inquietudes literarias como cronista en varios periódicos, consiguió empleos como representante de empresas americanas y dejó la isla. Tras un tiempo en Nueva York, acabó estableciéndose y formando una familia en México.
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El valor de sus cartas está en el fondo y en la forma, en el testimonio del día a día de un emigrante ultramarino y en la calidad literaria de los textos escritos por un apasionado lector vocacional que sin pretenderlo, o a propósito, se cuenta extraordinariamente bien a sí mismo. Tan bien, que en la presentación del jueves el escritor e historiador Alfonso López Alfonso, editor y prologuista del libro, elevó la categoría narrativa del relato del emigrante gijonés al nivel de «84, Charing Cross Road» (1970), el libro referente del género epistolar que repasa la vida y la literatura a través de la correspondencia entre la autora, entonces la joven escritora Helene Hanff, y el jefe de compras de la librería de viejo situada en la dirección de Londres que da título a la obra.
[–>[–>[–>Lo que sigue es una muestra selectiva de las cartas que Sixto enviaba periódicamente a su hermana y en las que ríe, se lamenta, reflexiona y cuenta su vida en América alternando el asturiano con el castellano y hasta la prosa con el verso. Cabría empezar por la que relata las peripecias de su viaje en el vapor-correo «Alfonso XIII». Como a tantos otros en aquella misma época de explosión migratoria ultramarina, a Sixto le había llegado el momento, escribe, de «lanzarme al mundo para empezar la lucha por la vida. Abrazos, besos, recuerdos, miradas tiernas, los ojos llenos de lágrimas, reteniendo su triste rodar por la mejilla para no hacer más angustiosa la separación. «Pero, sin embargo, nuestro corazón lloraba».
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Una de las cartas que Sixto Fernández envió a su hermana Florentina. / M. L. F.
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El «Alfonso XIII» se mueve (7 de marzo de 1913)
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«He llegado sin novedad a esta después de un viaje de cerca de catorce días, con que con esto comprenderás lo malo de la travesía, sobre todo los seis primeros días después de salir de La Coruña. Figúrate si estaría malo que en ese tiempo no comí nada a causa del mareo, pues era cosa de que me pusiera a comer algo y lo volvía otra vez, siéndome de todo punto imposible comer. Temporal como el que pasamos no se recuerdan otro los pasajeros, pues del balanceo que había casi tocaba la cubierta en el agua, conque así que echamos, como dicen mucho, hasta lo que comimos en 1905».
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[–>La «desgastada e ingrata» España (28 de diciembre de 1913)
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«Yo, amante de mi patria, amante de mi hogar, de mi familia, de mis hermanos y, sobre todo, de ti, cariñosa hermana, adoradísima hermana, me tengo que marchar, dejar el suelo donde han visto la luz mis padres, donde la hemos visto nosotros; me tengo que marchar, sí, porque a la desgastada España e ingrata con sus hijos tienen que abandonarla, dejarla, porque no da trabajo a sus hijos, porque no les da pan y luego nos hacemos esta pregunta: ¿quién tiene la culpa? ¿La tiene España? Sí y no. Sí, porque su gobierno encarna en los hombres de estado, que se los llama, gobernantes e ilustres políticos que ella misma crea, que ella misma les da talento y, en fin, que ella es la responsable de los actos que realicen los antedichos políticos».
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Los primeros pasos del «figurín» que «creyó que esto era Jauja» (4 de noviembre de 1915)
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«Voy a analizarte mi vida en esta república. Quiero despejar incógnitas, para presentártela clara y que tú juzgues. Tú sabes bien que yo soy dependiente de una tienda de ropa, camino que puedo abrir mañana a un porvenir (…) Yo entré en la casa de muchacho; tenía mi carrera, mas sin fruto positivo; tenía mucha ilusión; venía de mucha bota de charol y mucho pantalón de campana: un figurín. Creí que esto era Jauja, no me apuraba en buscar colocación. (…) Pero yo era un inocente, no conocía la vida. Tenía algún dinero para aguantarme, pero aquí está todo tan caro que veía que el dinero se iba yendo por donde el humo. (…) Llegó el día 19 de junio de 1913, era sábado (¡cómo tengo presente la fecha!); me dieron la noticia de que si quería entrar de muchacho en una tienda de ropa. Al principio titubeé, mas tuve fuerzas de ánimo; llamé a mi cerebro y me contestó: ‘A Cuba viniste a trabajar’ y pensé. (…) Llegó el lunes, me presenté en la casa y comenzó la función: el debut lleno de éxito hizo delirar a las damas engasadas (léase mesetas de tela); el público entusiasmado (léase polvo) afluía por los palcos (léase puertas); el actor que representaba el principal papel (un servidor), acompañado del galán joven de la compañía (léase plumero), rogó al público (polvo) que no le hiciera dar más notas agudas (léase brazos cansados), al fin atendió mis súplicas y cesaron los aplausos (ráfagas de viento)».
[–>[–>[–>Trabajo de día y estudio por la noche (4 de noviembre de 1915)
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«Y te digo esto por mí mismo: por el día, trabajo y, por la noche, estudio. Los libros parecen hermanos de mi alma, como si ella necesitara de los volúmenes para sobrevivir. Las noches que no estudio o leo algo, cuando me voy a acostar lo hago de mal humor; y es que pienso que he perdido un día. Toda la voluntad pongo para ello. Si no llego es porque el destino no dio rumbo a mi cerebro; los libros corrieron sin mi mente, sin llegar a reposar en ella como las golondrinas con sus estaciones. Estudiar, leer, conocer el sentir humano en el corazón de los grandes hombres me deleita, me hace sonreír».
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Jugador y cronista de «foot-ball» (22 de febrero y 2 de noviembre de 1916)
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«Yo, como te he dicho en una de mis anteriores, juego a ese noble deporte del foot-ball, pues es muy necesario para el desarrollo físico. Los médicos lo aconsejan por dar gran vigor al cuerpo y más porque el prado es saludable. Y otra de las cuestiones es que por los días no puedo hacer ningún ejercicio y, si no se hace, resulta que los miembros permanecen inertes, haciendo que nuestros cuerpos sean enfermizos. En cuanto logre una fotografía mía con el traje de foot-ball, te la mando».
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«Soy cronista de foot-ball de un importante diario de esta capital, llamado ‘La Nación’. Adjunto con esta te envío algunas de mis crónicas, que firmo con el nombre de Trebús para que no me conozcan. Supongo que no te parecerá mal esto, pues el hombre que aspira a ser algo, como te decía en una de mis cartas, además de ambicionar el vil metal, debe educarse en la sana lectura de los libros y trasladarla al papel para demostrar que sus estudios no son estériles. Y como decía, el filosofo, el grande literato comienza emborronando cuartillas, insulsas, faltas de valor artístico, para luego ir afinando su pulcridad en el conocimiento de lo bello».
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La fascinación de Nueva York (24 de junio de 1919)
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«De New York he de decirte que es una ciudad sencillamente admirable y las americanas, unas mujeres ideales; me gustan bastante más que las cubanas. La libertad que existe aquí para la mujer es increíble. A las doce o a la una de la noche las ves solas por la calle, y no por ello pierden su prestigio. La mujer en este país es muy respetada y eso hace posible que a horas tan altas vaya y concurra a los mismos lugares que van los hombres. (…) Una de las cosas que más me ha llamado la atención en esta ciudad es la organización de los tranvías subterráneos (subways). Es una organización prodigiosa. ¡Qué estaciones! Las hay que tienen dos líneas de carros, una encima de otra, a una profundidad que, a veces, llega a cuarenta o sesenta metros. Es un pueblo realmente grande y del que Europa tendrá que aprender mucho».
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Los negocios en México (27 de junio de 1932)
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«Mis negocios, aunque no van bien, tampoco van mal. Me voy defendiendo con dificultades, pues has de comprender que la gran crisis que azota al mundo entero, por lógica, tiene también que repercutir en este país. Pero mi temperamento hace que no desmaye en deshacer esta situación mía que, por mala cabeza, me he creado. Pero, gracias a Dios, ya está entrando la formalidad en mí, hasta tal punto que soy una de las figuras que más se destaca entre los españoles que radican en esta capital. Figuro en las directivas de las más importantes sociedades españolas y mis conceptos e ideas de los diferentes temas que se suscitan son de las más apreciadas, debido a que yo, aunque llevé una vida un poco bohemia, procuré cultivarme, y eso me ha servido para no ser uno del montón».
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