La ausencia de Trump en la cumbre de la APEC deja vía libre a Xi para reivindicar a China como socio fiable frente a EEUU
Durante meses se habló de la reunión de Donald Trump y Xi Jinping en la cumbre de la APEC (foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico) y el primero no la pisó. En la víspera se despidió de Xi, atendió a la prensa en el Air Force One y horas después repartía caramelos en la Casa Blanca. Había dejado en Corea del Sur a una veintena de líderes globales que al día siguiente han compartido sus desvelos, principalmente sus aranceles. En la cumbre disfruta Xi de la atención gremial y los focos mediáticos sin competencia. En esta pugna por los afectos mundiales, la acrisolada aversión de Trump a los cónclaves de líderes, con o sin Halloween, también beneficia a China.
[–>[–>[–>La semana pasada ya partió de la cumbre de la ASEAN (países del sudeste asiático) tras los primeros compases y el primer ministro chino, Li Qiang, aprovechó para reivindicar su país como la alternativa fiable a las ventoleras estadounidenses. Se le hacen tan insoportablemente tediosas las cumbres a Trump que la OTAN las ha condensado a unas horas. Este año ya abandonó precipitadamente la reunión del G7 en Canadá y a menudo esquiva las ruedas de prensa apalabradas. La APEC no es una bagatela: agrupa a países de ambas orillas del Pacífico que suman el 40% de la población y más de la mitad del comercio mundial. Desde la Casa Blanca han disculpado sus espantadas aludiendo a estériles cuchipandas. «Es un hombre eficiente, quiere que las cosas se hagan. Más acción y menos hablar», dijeron desde prensa.
[–> [–>[–>Vía libre para Xi de nuevo, al igual que en el Foro de Davos o en las cumbres contra el calentamiento global. Una audiencia atormentada por los aranceles escuchó que la «puerta de China siempre estará abierta». «Cuanto más turbulentos son los tiempos, más unidos tenemos que estar», ha dicho Xi. En estas reuniones, similares a olimpiadas diplomáticas, el presidente ha dedicado las bilaterales a países con los que tuvo o tiene roces. Se ha visto con Sanae Takaichi, la nueva primera ministra de Japón. El encuentro ya es noticia: Pekín no la felicitó la semana pasada por su nombramiento, rompiendo la cortesía diplomática elemental, y hasta las horas previas no se confirmó el encuentro. Takaichi es ultraconservadora, según la prensa occidental, pero esa es una etiqueta generosa. Relativiza las atrocidades del imperialismo nipón durante el siglo pasado en el vecindario asiático, es asidua al templo de Yasukuni, que honra a una docena de criminales de clase A, y defiende un militarismo sin bridas. A Pekín, además, le solivianta su afinidad con Taiwán. «Los problemas de Taiwán son los problemas de Japón», dijo. Pero la diplomacia consiste en sentarte con gente a la que nunca invitarías a tu fiesta de cumpleaños y ahí se juntaron Xi y Takaichi. Las declaraciones posteriores no se alejaron de la vacuidad al uso. «Japón y China comparten responsabilidades en la paz y la prosperidad de la región», dijo ella. Él pidió más comunicación para mantener la buena salud de las relaciones. En eso es depresivamente previsible China: sólo la átona jerga diplomática, sin triunfalismos hiperbólicos.
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Encuentro con Carney
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Antes había invitado al primer ministro canadiense, Mark Carney, a visitar Pekín. También eso es noticia: no había contacto al más alto nivel desde 2017. Canadá ha sido tradicionalmente uno de los países más beligerantes con la falta de derechos humanos en China. En tiempos de Justin Trudeau, los roces se extendieron a todos los campos. Estaban ya arruinadas las relaciones cuando China encarceló a dos canadienses por espionaje y Otawa acusó a Pekín de intervenir en sus elecciones. El nuevo primer ministro entendió que no se puede vivir sin China, y aun menos contra China, e inició el acercamiento. Trump lo aceleró al romper las negociaciones comerciales con Canadá, ofendido porque habían aireado unas viejas imágenes de Ronald Reagan advirtiendo de que los aranceles empobrecen a todos. Así que Carney, por convicción o necesidad, ha virado el rumbo hacia Asia y especialmente hacia China. En los próximos 10 años, desveló días atrás, quiere que su país doble las exportaciones ajenas a Estados Unidos. Canadá, como China, sabe que en estos tiempos convulsos urge diversificar mercados, especialmente si tu principal socio comercial es Estados Unidos.
[–>[–>[–>Carney ha sorprendido por su clarividencia pesimista en su debut. «El viejo mundo con crecimientos económicos constantes, con comercio libre e inversiones basados en normas, ese mundo en el que ha descansado la prosperidad de muchas naciones, Canadá incluida, ese mundo ya ha desaparecido», ha sentenciado.
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