Nicolas Sarkozy, el nuevo Conde de Montecristo, por Albert Soler
Tiempo atrás, en Francia, a los jefes de estado corruptos los guillotinaban en la plaza de la Revolución, bautizada poco después como de la Concordia, para que después digan que no existe un humor francés. Los tiempos han cambiado, y ahora se conforman con condenarlos a cinco años de prisión, por fortuna para Sarkozy, un tipo tan elegante que lo que le molestaría de que le cortaran el cuello sería que no iba a saber dónde anudarse la corbata de Christian Lacroix. Como se ve, Francia se ha civilizado, aunque nada comparado con España, donde no solo no se condena a los jefes de estado corruptos, sino que se les apunta a regatas intentando que las ganen, se les vitorea a su paso como a toreros triunfadores y se promocionan sus memorias aunque todos sepamos que va a contar lo que le salga de la mismísima corona. Para civilizados, nosotros.
[–>[–>[–>A estas horas, ya acomodado en su celda de soltero, Nicolas Sarkozy se está arrepintiendo de haber hecho carrera política en Francia y no en España, y no solo porque ahora mismo estaría navegando en Sanxenxo, sino porque entrar en la cárcel por financiación ilegal de un partido político es algo aquí inconcebible, algo que dicen ocurre más allá de los Pirineos, aunque lo más probable es que sea una leyenda.
[–> [–>[–>- Oiga, que yo no me he metido dinero en el bolsillo, lo he robado para el partido— es la explicación que exculpa a todo político español pillado con las manos en la masa.
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En Francia la justicia es muy tiquismiquis y no soporta que nadie —ni siquiera los políticos, vean ustedes si son extraños los gabachos— se apropie de dinero ajeno. Si en España funcionáramos igual, sería el fin de la democracia. No porque el pueblo se lanzase a la revolución, que aquí tenemos tragaderas de sobra y votamos a los mismos aunque desayunen bebés al horno, sino por falta de candidatos.
[–>[–>[–>El caso es que Sarkozy ya duerme en la trena, aunque con escaso contacto con los demás presos y con dos agentes del servicio de protección en la celda contigua, se ignora si ejerciendo también funciones de mucama, ya que un expresidente no está acostumbrado a barrer ni a hacerse la cama. Igual que hacen los demás personajes famosos cuando se van de vacaciones, también Sarkozy nos ha hecho saber los libros que se ha llevado para leer en sus horas de asueto. Cinco años de vacaciones dan para leer mucho, y más si uno no va a perder el tiempo tostándose al sol ni bebiendo daiquiris, así que se ha llevado dos volúmenes de los que requieren horas: La vida de Jesucristo y El conde de Montecristo. Los protagonistas de ambos son condenados injustamente, tal vez Sarkozy nos esté enviando un mensaje subliminal. O tal vez el primero sea para disimular y con el segundo esté preparando ya su fuga —aunque para ello tenga que hacerse el muerto y ser lanzado al mar dentro de un saco— y posterior venganza. Cabe recordar que Edmundo Dantés, el conde protagonista, era también francés y no cejó hasta liquidar a todos los que tuvieron algo que ver con su encierro, tengan cuidado quienes declararon contra Sarkozy.
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No ha de ser fácil, para alguien que se ha codeado con todos los líderes mundiales y que encima duerme con Carla Bruni, seguir los rituales a los que se enfrenta todo nuevo recluso, desde deshacerse del cinturón y los cordones de los zapatos —andar sin cordones cuando los zapatos llevan alzas para disimular la baja estatura, como es el caso, requiere un esfuerzo importante— hasta desnudarse, separar las nalgas y dejar que el esforzado funcionario explore el presidencial, casi regio, orificio.
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[–>- ¡Ups! ¡Mon dieu!— dicen que se le oyó exclamar.
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Esta misma tarde, mi señora me ha contado, incrédula, que unas cuantas amigas consideran muy atractivo a Sarkozy. Mi señora, que precisamente por ser mi señora está claro que goza de un gusto exquisito, no daba crédito.
[–>[–>[–>— Será la erótica del poder— ha deducido
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Uno no está del todo seguro de que ser guapo sea una ventaja al ingresar en un centro penitenciario, en especial a la hora de ducharse. Guapo y expresidente del país suena a combinación más bien preocupante cuando uno está desnudo en compañía de un montón de presos convencidos de que el sistema que su nuevo compañero representa, les ha estado dando toda la vida por culo. La venganza es un plato de ducha. Alguien debería aconsejar al recluso Sarkozy que, si canta en la ducha, no lo haga con el tema de Carla Bruni que dice «soy el más guapo del barrio, soy el deseado, tan pronto me ven se sienten como hechizados, como cautivados. Es mi cara, mi piel tan fina, mi aire afable, es mi mirada». No mientras siga preso.
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