Rusia recluta con engaños a miles de cubanos para ser usados como carne de cañón en la guerra de Ucrania
«Antes de morirme, tengo que saber dónde está», sostiene, entre sollozos, por videoconferencia, desde el estado norteamericano de Kentucky, Michel Duro. «Mi mamá está en Rusia desde el 4 de octubre, destrozada, haciendo los trámites; si no hablas el idioma allí te tratan como a un perro», escribe apesadumbrada, a través de Whatsapp, Solanch Pérez desde Florida, también en EEUU. Los relatos de Michel y Solanch, desgranados con grandes dosis de congoja, se asemejan entre sí como dos gotas de agua. Ambos son hermanos, afincados en EEUU, de jóvenes cubanos enrolados en la isla caribeña mediante engaños y falsas promesas para viajar a Ucrania a colaborar en la invasión lanzada por el Kremlin contra el país vecino, hace ya tres años y medio. Tanto uno como otro han perdido el rastro de sus familiares en circunstancias que las autoridades militares rusas evitan aclaran, y aprovechan cada ocasión en que la prensa les pone un micrófono delante para demandar a sus compatriotas que no se apresten a este juego y no crean ninguna oferta luminosa para participar en esa guerra «lejana».
[–>[–>[–>Michel, aquejado de un cáncer en los huesos que le ha limitado su movilidad, acarrea un cierto sentimiento de culpa por la desaparición, hace un año, de su hermano Yoan Viondi Mendoza, un joven con un grado de retraso mental y con el que se sentía muy unido tras el fallecimiento de su padre, dejándole solo ante la vida en el paupérrimo barrio de Villamaría, en La Habana, a los 17 años. Desde EEUU, mantenía contacto telefónico constante con su allegado, pero a raíz de su posible alistamiento, «tuvimos una gran discusión y me bloqueó» durante una semana, rememora. Cuando Yoan reapareció en sus redes sociales, ya se hallaba en Moscú, después de haber volado a la capital rusa desde Varadero, a punto de firmar el contrato para enrolarse en el Ejército ruso. Michel piensa que si su hermano no le llega a bloquear, habría logrado convencerle de que aquella generosa oferta, planteada por una mujer cubana, de nombre Diana, afincada en Moscú, que le prometía 2.000 dólares al mes, vacaciones pagadas a los 11 meses y un pasaporte ruso a cambio de realizar tareas logísticas como excavar trincheras o reconstruir edificios destruidos en la retaguardia militar rusa, tenía una letra pequeña podría costarle la vida.
[–> [–>[–>Fraude expuesto
[–>[–>[–>
El fraude quedó meridianamente claro el día en que Yoan acudió a Riazan, una localidad próxima a Moscú sede de importantes instalaciones militares del Ejército ruso, a firmar el contrato. Michel le había pedido que llevara consigo su teléfono móvil para traducir simultáneamente el documento en el que debía estampar su firma. Pero le impidieron entrar en el recinto con el dispositivo y «mediante coacciones y amenazas», relata su hermano, se vio forzado a escribir su autógrafo en un texto redactado en una lengua que desconocía sin saber siquiera a lo que se estaba comprometiendo. «La impotencia me devoraba; hubiera deseado tener alas y con un cohete volar hasta allí», recuerda.
[–>[–>[–>
De inmediato, Yoan fue trasladado desde Riazán a Donetsk, localidad ucraniana bajo ocupación rusa próxima a la línea de frente bélico. Allí lo instalaron en una carpa que compartía con decenas de combatientes, la mayoría de ellos de países extranjeros, y donde se le proporcionó entrenamiento militar. Al comprobar que nada de lo que le dijeron en su país de origen era cierto, intentó escaparse y regresar a Moscú, pero fue tarea imposible. La capital rusa quedaba a 1.200 kilómetros de distancia, «como de Santiago de Cuba a Ciudad de México, le habían quitado el pasaporte y no podía abordar ningún tren», recuerda Michel. Cuando regresó a su unidad militar, fue arrestado durante tres semanas y se quedó en Donetsk, lejos del frente, donde cumplimentó durante un tiempo tareas exentas de peligro como el reparto de comida a los soldados o la recogida de restos de cuerpos desmembrados.
[–>[–>[–>Tras varios intentos de enviarlo de nuevo al frente, Michel perdió el rastro de su hermano un día de octubre de 2024. «Le habían prometido que lo licenciaban y lo iban a devolver a casa, pero el día que lo iban a recoger, a las 3.22 de la tarde, perdí el contacto con él», recuerda. No cree que lo enviaran al frente, y no descarta que lo mataran allí mismo, ya que se había convertido en un quebradero de cabeza para su comandante, Roman Borsuk, dadas sus reiteradas negativa a ir a luchar.
[–>[–>[–>
La historia de Félix
[–>[–>[–>
La familia de Félix Omar perdió el contacto con su allegado el pasado 18 de julio. Se había alistado el 3 de marzo anterior, con condiciones similares a las de Yoan: «un contrato laboral de construcción, y lo llevarían a lugares que ya habían sido atacados para recoger escombros y desechos», explica su hermana Solanch. Pero su suerte acabó siendo la misma, con un relato de los hechos una vez en territorio ruso prácticamente idéntico al de Michel. Le obligaron a firmar un contrato «que no le permitieron traducir; solo le decían que todo iba a estar bien«. Al igual que Yoan, Félix Omar intentó desertar y zafarse del trágico destino que se cernía sobre él después de haber rubricado el contrato. «Lo intentó de mil maneras, pero fue imposible; le habían quitado los documentos, lo amenazaban y hasta le llegaron a someter a maltratos físicos; la comunicación era mala, pero él nos decía que todo estaba bien para no preocuparnos».
[–>[–>
[–>El día en que desapareció, había informado que iba a acudir a la posición de su unidad, la 40321. Semanas más tarde. Solanch, desesperada, empieza a recabar relatos sobre lo que pudo haber sucedido. «Logré comunicar con compañeros de él y me dijeron que mi hermano había muerto en una misión, y que fue imposible recuperar el cuerpo porque el territorio estaba repleto de drones«, rememora la hermana. La familia no puede pasar página todavía, y la desaparición en combate de Félix Omar está siendo especialmente penosa para su progenitora. «En Rusia, mi madre ha tenido que contratar un abogado, no le dan respuestas y todo el proceso está siendo muy lento», recuerda. Al no haberse recuperado todavía el cadáver, las autoridades rusas no certifican las defunciones en el campo de batalla y buscan así liberarse de la obligación de pagar una indemnización a las familias.
[–>[–>[–>
Suscríbete para seguir leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí