Repulsivos planos de detalle
Cada vez que la televisión enfoca la cara de un futbolista, después de protagonizar alguna acción interesante, de inmediato, como un gesto reflejo, vemos que lanza un escupitajo al césped, el punto final de la secuencia, la rúbrica, la guinda. Si cada jugador propicia de media quince jugadas o escenas notables, deduzco que a lo largo de un partido se derraman sobre el campo unos cuatrocientos lapos. No hay peligro de inundación, los estadios gozan de buen drenaje, otra cosa sea de contaminación.
[–>[–>[–>¿Por qué escupen tanto los futbolistas?, ¿por qué esa sialorrea? Porque el agua que beben suele contener carbohidratos y al escupir activan una señal en el cerebro que les da sensación de más energía; además, escupir refresca el paladar y también el ejercicio intenso hace la saliva más viscosa, lo que dificulta tragarla. Eso sí, uno ve únicamente los planos generales y diría que el espectáculo discurre de la manera más higiénica.
[–> [–>[–>Pero no traigo esta reflexión por razones sanitarias; la traigo porque algo así ocurre en el panorama político. Seguimos en un plano general el recorrido de nuestros gobernantes, y sus actividades parecen lustrosas y limpias; en cambio, acercamos la lupa, entramos en planos de detalle y advertimos indecencias y escupitajos a diestro y siniestro, lo que parecía aseado es inmundo, lo que creíamos palabras para explicarse eran esputos.
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Claro que, futbolistas y políticos aparte, ¿quién soportaría un primer plano impecable?, ¿quién no es delincuente bien mirado? Llegamos al mundo envueltos en sangre; partimos de que, ¡ay mísero de mí!, nuestro mayor delito es haber nacido.
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