La cuántica de la vida
A menudo se piensa en la Física Cuántica como una disciplina esotérica, confinada a los laboratorios y el mundo subatómico de electrones y fotones. Es la ciencia que nos dice que la realidad a escala minúscula no es la máquina de precisión determinista que la física clásica de Newton describió, sino un reino de probabilidad y azar.
[–>[–>[–>Según la cuántica, no podemos saber con certeza dónde estará una partícula; solo podemos calcular la probabilidad de que se encuentre en un lugar u otro. Este concepto era tan disruptivo que incluso Albert Einstein, con su famosa frase «Dios no juega a los dados», se resistió inicialmente, manteniendo sonadas discusiones con Niels Bohr, uno de los arquitectos de la teoría.
[–> [–>[–>El quid de la cuestión es por qué, si todo está hecho de estas «partículas azarosas», nuestro mundo cotidiano (el mundo macroscópico) parece tan sólido, predecible y regido por causas y efectos claros. La respuesta de la ciencia es la decoherencia, un proceso por el cual las propiedades cuánticas (como la superposición de estados) desaparecen a medida que los sistemas interactúan con su entorno. Es como si el universo a gran escala «colapsara» esa intrínseca incertidumbre en una única y tangible realidad.
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Pero si observamos la vida con un poco de atención podemos sospechar que el azar sigue ahí, agazapado. Una enfermedad que aparece de pronto, un accidente que cambia un destino, un encuentro casual que se convierte en amor, los premios de la lotería, la llamada que abre una puerta laboral o una conversación que nos empuja a estudiar una carrera distinta. Todo eso tiene algo de azar, de cuántico, de imprevisible. Solo hay que estar en el lugar y momento adecuado (o inadecuado) para que cambie la vida. Muchos eventos azarosos no dependen de la causalidad lineal que tanto nos gusta creer.
[–>[–>[–>Esta reflexión no busca negar la libre voluntad ni la importancia de la planificación y el esfuerzo. La cuántica no es una excusa para la pasividad. Al contrario, la física nos enseña que, si bien el resultado individual de un evento es incierto (si un electrón estará «aquí» o «allá»), la probabilidad global es predecible y se rige por leyes matemáticas.
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De manera similar, aunque no podamos controlar el resultado exacto de la «partícula» de nuestra vida, sí podemos influir en las probabilidades al formarnos, al arriesgarnos, al ser sociables o al cuidar nuestra salud. Estamos inmersos en un campo de posibilidades, y nuestra acción consciente no determina el resultado, sino que modifica las reglas del juego probabilístico a nuestro favor. Debemos asumir esta cuota de incertidumbre en lo individual y trabajar para reducirla.
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