del miedo a la fractura
Han pasado 10 años de aquel viernes 13 de noviembre, donde el terror recorrió durante horas las calles de París. La pesadilla empezó a las 21.20 horas cuando unos kamikazes se inmolaron en las inmediaciones del Stade de France, donde se jugaba el partido Francia-Alemania en presencia del presidente François Hollande. Cinco minutos después, un comando tiroteaba a los clientes del Bar Carillon y Le Petit Cambodge. A las 21.32 horas, los tiros de los AK-47 volvían a escucharse en otros dos bares, Le Bonne Biere y Casa Nostra. En ese momento, los servicios de emergencias empezaron a recibir cientos de llamadas y es cuando se dieron cuenta de que no se trataba ni de una explosión de gas ni de un tiroteo por ajustes de cuentas de los que abundaban entonces en la capital francesa.
[–>[–>[–>Los terroristas, imparables, continuaron con la masacre, y dos kilómetros más adelante, a las 21.39 horas, volvieron a vaciar sus cargadores en otros dos bares; La Belle Equipe y Le Comptoir Voltaire. El culmen del horror llegó sobre las 21.50, cuando tres yihadistas entraron en la sala Bataclan y mataron a 90 personas. Durante más de dos horas, retuvieron a un grupo de espectadores, entre ellos el francochileno, David Fritz Goeppinger, quien ahora publica su segundo libro, ‘Il fallait vivre’ (Había que vivir), sobre su experiencia. Esta vez aborda el postatentado, el juicio y el cierre de una etapa con la sentencia que condenó a los atacantes a cadena perpetua. «Ese proceso también nos permitió de alguna manera transformarnos. Yo decidí que no quería ser más la víctima, porque ser víctima no es una profesión, tampoco es una identidad y es algo que no me permite seguir hacia adelante», explica David para EL PERIÓDICO.
[–> [–>[–>La placa con los nombres de los asesinados por los terroristas del Estado Islámico en sus atentados en París el 13 de noviembre de 2015 en el parque frente al Teatro Bataclan de París. / ISABEL RODRÍGUEZ RAMIRO / EFE
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No solo él, desde entonces Francia se ha esforzado para que la vuelta a la normalidad no borre la memoria de lo que sucedió aquella noche, en la que murieron 131 personas y más de 350 resultaron heridas. En el país han cambiado muchas cosas y, al mismo tiempo, nada.
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Una sociedad con cicatrices
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Los atentados de 2015 dejaron una cicatriz en cada ciudadano. Todo el mundo recuerda qué estaba haciendo aquel día, a quién llamó para saber que estaban a salvo y qué pasó las horas posteriores. Un recuerdo que aún eriza la piel a algunos y que condiciona a otros.
[–>[–>[–>Olga intenta evitar las multitudes, incluso en el transporte público. Celeste se asusta con facilidad cada vez que hay un ruido extraño en la calle, y David, superviviente de aquella noche, se asegura de tener vías de escape allá donde va. «Cuando voy al cine sigo mirando dónde están las salidas de emergencias, cuando voy a un concierto sigo viendo la imagen del foso del Bataclan. Cuando voy al baño, pienso en los tiros del Bataclan… Podría continuar esta lista para siempre», cuenta.
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Aún así, son muchos los que se niegan a vivir con miedo, porque sería regalar la batalla a aquellos que en su día quisieron infundir terror en el país de la libertad y la laicidad. «Aquí en Francia hay una cultura de la víctima, de la memoria colectiva, de los memoriales. Hace un año, fui a España a visitar el Museo Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, en Vitoria-Gasteiz, y entendí por primera vez que hay países donde la memoria no es la misma. Los testimonios no se pasan de la misma manera, y tampoco los juicios», explica David, quien cree que hay algo en la sociedad francesa que ha cambiado desde entonces, incluyendo los medios de comunicación. Ya no le preguntan por aquel día, sino por otros aspectos colaterales del atentado: «Algo está cambiando y los periodistas se dan cuenta. Ya no me hacen las mismas preguntas, incluso las redes sociales. Los jóvenes me escriben preguntándome cosas sobre lo que pasó, pero con otras inquietudes».
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Dos mujeres se abrazan frente a la entrada de la sala Bataclan, el 13 de noviembre de 2016. / THIBAULT CAMUS / AP
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De aquel infierno terrenal, David sacó a los potagers, el grupo de rehenes que tras el asalto se convirtieron en amigos. Una especie de fraternidad, donde solo ellos se entienden y comprenden la magnitud del dolor: «Hemos vivido cosas que nos ha tocado nuestra individualidad pero a pesar de todo, no hemos rechazado formar parte de un colectivo humano».
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Los potagers, un juego de palabras entre ‘pot’ -amigo- y otages’ -rehenes-, son una especie de lección de vida. Está compuesto por personas de distintas edades y profesiones. Un microcosmos reflejo de la sociedad francesa, donde cada uno afrontó sus fantasmas y su duelo de distinta manera. David recuerda cada detalle del asalto: los nombres, la hora, el olor, los ruidos… Sin embargo, otros rehenes tienen importantes lagunas. «Yo tengo compañeros que van al Bataclan a los conciertos, yo no. Lo respeto, pero yo no puedo».
[–>[–>[–>Una justicia que aportó dignidad al dolor
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Tras el ataque llegaron las preguntas y, en muchos espacios la autocrítica. «¿Cómo en un país en alerta máxima terrorista no había protección en una sala como Bataclan?», se pregunta Cristina Garrido, la madre de Juan Alberto González, el único español que murió en la sala.
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Lo cierto es que en julio de aquel año, tras el primer gran ataque en la redacción de Charlie Hebdo, ya se habían puesto en marcha algunas leyes, donde se ampliaban los poderes de vigilancia, la recogida de datos o la facilidad para que los agentes de policía pudieran registrar cualquier domicilio sospechoso. También se actualizó la unidad de crisis, dando más poder al primer ministro o al ministro del Interior para poder activarla en caso de atentado, desastre natural o accidente grave.
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Para David, quien además de participar en el juicio por aquellos atentados, trabajó como fotógrafo documentando cada situación, la justicia estuvo a la altura de la magnitud del caso: «Nosotros tuvimos un juicio digno. Los jueces transformaron nuestros testimonios en sentencias. La meta de la justicia era responder al terrorismo el 13 de noviembre de 2015. Y para mí, esa fue la respuesta final al terrorismo de aquel día», afirma.
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No solo en materia de justicia, también en sanidad. Se mejoraron los mecanismos de ayuda y apoyo a las víctimas para futuros atentados, tanto en la atención inmediata como en el seguimiento a largo plazo. Aquella noche, los hospitales se vieron desbordados e incluso los servicios de emergencias tuvieron que utilizar vallas como camillas para transportar a los heridos. Desde el hospital Pitié-Salpêtrière afirmaron haber aprendido de sus errores, y en 2018 crearon los dispositivos informáticos digitales, Sinus y Sivic, que se encargan de recopilar datos sobre las víctimas y facilitar su identificación para reducir los errores, las duplicidades o las falsas alarmas.
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Flores colocadas en los agujeros de bala provocados por los terroristas en los atentados de París del 13 de noviembre de 2015. / MALTE CHRISTIANS / EFE
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Aún así, David reconoce que durante estos años, se ha intentado politizar la masacre, que ya en sí tenía un tinte político, y eso le parece «insoportable». «Me molesta cuando veo a Éric Zemmour delante del Bataclan hacer un homenaje. Él puede ir, pero el problema es cuando invitas a cámaras y a gente. Eso no puede ser. (…) La misión política es ser humano, y nada más que eso».
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La ausencia de unidad nacional
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Aquella tragedia acentuó la división nacional y empujó a parte de la sociedad francesa a mirar hacia los extremos. Los partidos de extrema derecha aprovecharon el miedo para señalar al islam y a los inmigrantes como responsables de la creciente inseguridad, alimentando el discurso del odio en un país que intentaba despertar de aquel shock.
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Desde otros sectores se trabajó en la unidad para evitar que el terror lograra su objetivo: fracturar aún más a Francia. Aun así, un reciente sondeo realizado por Ipsos apunta que el 73% de los franceses siguen inquietos ante el riesgo de un nuevo atentado, especialmente los votantes de la derecha tradicional y la extrema derecha.
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Sobre la seguridad, la opinión pública francesa está dividida respecto a la capacidad del Gobierno para protegerlos. El 54% de los franceses cree que el Ejecutivo les protege adecuadamente contra la amenaza terrorista, frente al 46% que opina lo contrario.
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El persistente problema de seguridad
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Una década después, Francia sigue luchando contra el terrorismo. Desde aquel 2015, los franceses conviven diariamente con miles de soldados y policías que patrullan sus calles, bajo el operativo Sentinelle, que ayudó a reforzar la seguridad interna del país y los servicios de inteligencia.
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Gracias a este plan, las autoridades han neutralizado varios ataques evitando nuevas tragedias. Sin embargo, al igual que la sociedad, el terrorismo ha mutado. En los últimos años, el país hace frente a una amenaza yihadista más joven, menos experimentada pero más impredecible. Actualmente, casi el 70% de las detenciones por terrorismo corresponden a menores de 21 años, y dos tercios de los autores de los atentados cometidos desde 2020 eran desconocidos para las autoridades. Desde principios de 2025, se han frustrado seis atentados planeados, y la edad de los implicados oscila entre los 17 y los 22 años, según los datos del Ministerio del Interior.
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Cifras que preocupan, especialmente por la dificultad de detección de estos jóvenes que se radicalizan en la soledad de sus habitaciones y a través de sus ordenadores. «Creo que lo más importante después de estos 10 años es la educación. Pienso que los profesores de historia y de geografía de Francia deberían enseñar el terrorismo en las clases, que lo miren a los ojos, y que se comparta con los alumnos», declara David, que insiste en la importancia de cerrar este jueves una etapa para poder avanzar y evitar que el odio se instale en las calles de Francia.
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