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del liderazgo industrial al vasallaje digital

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  • Publishednoviembre 23, 2025




El mundo vive una nueva Guerra Fría que no se libra en Berlín o Kabul, sino en laboratorios de inteligencia artificial, fábricas de chips en Taiwán y Corea, minas de tierras raras controladas por China y centros de datos gestionados desde Silicon Valley. Es una guerra fría sin misiles, pero con algoritmos, semiconductores y materias primas de valor estratégico.

En este tablero, Europa corre el riesgo de asumir el papel que nadie quiere: el de poder decorativo. Poder que regula, predica y escribe estrategias… pero que no fabrica los chips que necesita, no controla sus datos, ni sus materias primas estratégicas, ni domina las tecnologías que decidirán quiénes son las fuerzas dominantes del siglo XXI.

El ángulo tecnológico ya no es un matiz de la geopolítica: es el eje central. Quien domine la inteligencia artificial, los microchips más punteros, la computación cuántica, los drones autónomos y el control de materiales estratégicos no sólo liderará la economía global, sino que fijará estándares, impondrá dependencias y será capaz de neutralizar a sus adversarios sin disparar un solo tiro. Quien pierda esa carrera, en cambio, pasará a la tercera división geopolítica: rico tal vez, pero irrelevante. Y hoy ese candidato incómodo se llama Europa.

Una Guerra Fría sin misiles… pero con chips

La rivalidad entre Estados Unidos y China ha convertido la tecnología en un arma geopolítica de primer orden. Ya no hablamos de cohetes balísticos, sino de Modelos de inteligencia artificial entrenados con cantidades astronómicas de datos.; de semiconductores de unos pocos nanómetros que caben en una uña e impulsan economías enteras; de ordenadores cuánticos que, cuando maduren, podrán romper la criptografía que hoy protege nuestras comunicaciones; y enjambres de drones baratos que están cambiando la forma en que se libra la guerra en Ucrania, Oriente Medio o el Indo-Pacífico.

Estados Unidos mantiene el liderazgo en innovación, talento de élite y capital de riesgo. Silicon Valley continúa produciendo los modelos de IA “de frontera” que marcan el ritmo y captan una buena parte de la inversión privada mundial. China, por su parte, domina la escala industrial, la fabricación de componentes críticos y el procesamiento de materiales estratégicos. Ha construido su propia Ruta de la Seda Digital y controla alrededor del 70% del suministro mundial de tierras raras y casi el 90% de la capacidad de refinación. ¿Y Europa? Excelentes reguladores, buenos científicos… y una lista creciente de dependencias.

En inteligencia artificial, los datos son demoledores: de las 50 mayores empresas tecnológicas globales, sólo un puñado son europeas. En 2024, las instituciones estadounidenses produjeron alrededor de 40 grandes modelos de IA; China, quince días; Europa, sólo tres. Somos consumidores de plataformas ajenas, no arquitectos de infraestructura digital sobre el que funciona nuestra economía.

De potencia industrial a vasallo digital

La imagen que se repite es demoledora, pero real:

En la nube dependemos casi por completo de tres gigantes americanosAmazon, Google y Microsoft Azure

En 5G, La lucha global se libra entre proveedores chinos y dos actores europeos que luchan por sobrevivir.

en semiconductoresNuestra industria y nuestros ejércitos dependen de chips fabricados en Asia.

en datosla US CLOUD Act y el poder de sus plataformas les otorgan una capacidad de acceso y control que Europa no tiene.

Emmanuel Macron lo ha dicho sin rodeos: si dejamos que los estadounidenses y los chinos tengan todos los campeones tecnológicos, Europa será un mero “cliente”. Un cliente que paga, protesta… pero no se decide. Un vasallo digital.

Porque la soberanía en el siglo XXI ya no se mide sólo en tanques, gasoductos o PIB. Se mide con preguntas mucho más prosaicas: ¿quién fabrica tus fichas? ¿Quién controla tu nube? ¿De quién dependen tus satélites, tus sistemas de pago, tus algoritmos? Hoy, la respuesta europea, en demasiados casos, es inquietante: dependemos de otros.

Los cuellos de botella: de Taiwán a las tierras raras

Hay cinco frentes en los que se decide la distribución del poder en el siglo XXI, y en todos ellos Europa parece fuera de lugar.

Primero, inteligencia artificial. La IA no es una aplicación más; Es la infraestructura invisible que reorganiza la economía, el trabajo, la defensa e incluso la propaganda. Quien controle los modelos y los datos establecerá estándares y capturará valor agregado. En este ámbito, la verdadera batalla es entre Estados Unidos y China. Europa llega tarde y mal, atrapada entre una sobrerregulación bien intencionada que asfixia a sus empresas emergentes y una falta crónica de inversión: menos del 5% de la inversión privada mundial en IA.

Segundo, semiconductores. El corazón de cualquier sistema moderno (desde un F-35 hasta un coche eléctrico o un teléfono móvil) es el chip. La producción de los más avanzados está hiperconcentrada en Taiwán, en lo que se ha denominado “El Escudo del Silicio”. Esta concentración disuade, por ahora, una invasión abierta de la isla, pero crea una gigantesca vulnerabilidad para Occidente. Estados Unidos lo ha entendido y ha lanzado su Ley CHIPS, con decenas de miles de millones de dólares para trasladar fábricas a Estados Unidos. Europa, por el contrario, lleva décadas subcontratando la producción. Para intentar paliar esto se está redactando un reglamento conocido como “Ley Europea de Chips”, que llega tarde y sin sustancia.

Tercero, Computación cuántica. La revolución cuántica aún no ha estallado del todo… Cuando lo haga, se reescribirán las reglas del espionaje y la defensa: para empezar, romper la criptografía actual, los sensores capaces de localizar submarinos o infraestructuras ocultas, o la navegación sin GPS, por mencionar sólo algunos de los avances que propiciará. Estados Unidos y China están invirtiendo a escala estratégica y preparando aplicaciones militares concretas de la computación cuántica. Europa tiene laboratorios con científicos brillantes, pero sin suficiente coordinación ni financiación.

Habitación, drones y guerra autónoma. Ucrania ha demostrado que la guerra con drones no es una anécdota tecnológica, sino un cambio de paradigma. Drones kamikazes, baratos y desechables, que saturan las defensas; Sistemas de reconocimiento permanente que convierten el frente en un espacio casi transparente. Quien domine los sensores, el software y la producción en masa de sistemas autónomos tendrá una ventaja militar estructural. Europa lo sabe… pero sus programas se retrasan y sus industrias compiten entre sí en lugar de integrarse o al menos coordinarse.

Quinto, Materiales críticos y tierras raras.. Sin estos materiales no hay turbinas eólicas, ni vehículos eléctricos, ni misiles guiados, ni satélites. Un caza de quinta generación puede incorporar cientos de kilos de tierras raras. Y hoy, la llave de ese grifo la tiene China, que no sólo controla las minas, sino sobre todo la costosa y contaminante refinación, que durante años hemos preferido subcontratar.

Europa en tercera división geopolítica

¿Qué implica, en la práctica, esta suma de retrasos y dependencias?

En primer lugar, subordinación económica. Si no lideras tecnologías de vanguardia, no capturas valor agregado. Sus empresas compiten en costes, no en innovación. Tus mejores startups acaban absorbidas por gigantes de otras latitudes. Tus reglas se aplican en plataformas que no controlas. Resultado: un continente todavía rico, pero cada vez más viejo, menos dinámico y condenado a crecer por debajo de quienes sí apuestan por la nueva frontera tecnológica.

En segundo lugar, vulnerabilidad de la seguridad nacional. Una Europa que depende de chips asiáticos, tierras raras procesadas en China y software y servicios en la nube estadounidenses es una Europa vulnerable a las crisis en el Indo-Pacífico, a decisiones regulatorias extranjeras y a presiones políticas. Hablar de “autonomía estratégica” cuando se necesita la aprobación de terceros para mantener sus sistemas de defensa o su economía digital es, en el mejor de los casos, ingenuo y bastante imperdonablemente irresponsable.

Tercero, pérdida de influencia geopolítica. En el siglo XX, el poder lo daban los ejércitos, la industria y la demografía. En el siglo XXI se suma un factor decisivo: el control de la infraestructura digital global. Quien define los estándares de IA, domina las plataformas de comercio y comunicación y controla los centros de datos que procesan la información del planeta, condiciona al resto. En este tablero, Europa corre el riesgo de convertirse en lo que muchos ya ven: una “potencia regulatoria sin poder tecnológico”.

Tres posibles futuros para Europa

¿Estamos condenados a esta irrelevancia o todavía hay margen de maniobra? De la intersección de datos y tendencias surgen tres escenarios.

El primero es el pesimista.: Europa como museo tecnológico. Seguimos como antes: fragmentación regulatoria, nacionalismo industrial, poca inversión, fuga de talentos a Estados Unidos y Asia. Las grandes empresas tecnológicas siguen siendo estadounidenses o chinas. Europa regula, impone multas, da lecciones éticas… pero no construye alternativas.

El segundo es el intermedio: socio menor de los Estados Unidos. Europa acepta de facto su papel de hermano pequeño de Washington. Aporta un mercado, algunas capacidades industriales poderosas (ASML, Airbus, las industrias química y automotriz) y legitimidad diplomática. A cambio, asume su dependencia de la defensa, la nube, la IA y los chips.

El tercero es el optimista.: el despertar europeo. Lo más difícil, pero aún posible. Requiere decisiones políticas valientes y, sobre todo, rápidas. Por fin completar un mercado digital único. Crear un verdadero fondo de capital riesgo europeo, valorado en cientos de miles de millones, para escalar nuestros propios proyectos. Inversión coordinada en fábricas de chips, centros de inteligencia artificial y programas cuánticos. Consolidar la industria de defensa en unos pocos campeones paneuropeos y asegurar las cadenas de suministro de materiales críticos a través de alianzas con democracias de ideas afines.

La década decisiva

La conclusión es incómoda, pero inevitable: O Europa reacciona ahora o acabará en la tercera división geopolítica del siglo XXI.. No se trata sólo de “competitividad” o “innovación”; se trata de si el Viejo Continente será sujeto u objeto de las decisiones que otros tomen sobre la IA, la guerra autónoma, los estándares tecnológicos y las cadenas de suministro.

Hay margen para reaccionar, pero con cada año de inacción la factura aumenta y la brecha con Estados Unidos y China se amplía. Un continente que supo reconstruirse tras dos guerras mundiales, que diseñó una de las zonas más prósperas del planeta y que aún concentra talento científico y una industria de vanguardia no debe resignarse a ser vasallo tecnológico de nadie.

Europa tiene mercado, tecnología y capacidad industrial. Lo que le falta es lo que siempre acaba siendo decisivo en la historia: voluntad política, visión de largo plazo y capacidad de sacrificar pequeños intereses nacionales en favor de un ambicioso proyecto común. El reloj ha empezado a correr. Y en esta nueva guerra fría tecnológica llegar tarde no es una anécdota: es aceptar, sin decirlo, que el futuro lo escriben otros.



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