Los conflictos silenciados de África
El conflicto de Gaza, con su devastador impacto sobre la población civil, concentra toda la atención de los medios de comunicación, dejando sin espacio a otras guerras que también están causando dolor en distintos lugares del mundo. Tal es el caso del continente africano, donde se estima que hay veinticinco conflictos armados activos que afectan a millones de personas y provocan una situación de inestabilidad política y social.
[–>[–>[–>Las guerras –muchas de ellas cronificadas–, que se libran en África comparten una serie de elementos en común, que conviene destacar.
[–> [–>[–>En primer lugar, arrastran las consecuencias de un diseño arbitrario, durante el reparto colonial del continente, de unas fronteras trazadas sin tener en cuenta las realidades sociales, culturales ni las diferencias étnicas de los territorios, lo que provocó tensiones y rivalidades que aún hoy perduran.
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A ello se suman los procesos de independencia que, en la mayoría de los casos, no favorecieron la creación de instituciones estatales sólidas. Esta fragilidad estructural provocó una inestabilidad crónica, que aprovecharon también las potencias extranjeras, para seguir explotando los recursos de las antiguas colonias.
[–>[–>[–>Detrás de todos los conflictos están la lucha por el control de las materias primas y la posesión de la tierra. Finalmente, la debilidad institucional y la corrupción de algunos gobiernos facilitan que los intereses económicos y las potencias extranjeras financien estos conflictos, que impiden el desarrollo y la estabilidad social.
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Entre los numerosos conflictos que actualmente asolan el continente africano, destacaré únicamente aquellos que, por su prolongación en el tiempo, la magnitud de las víctimas o la intensidad de los desplazamientos forzados, resultan más significativos.
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[–>Guerra civil de Somalia: comenzó en 1991 con el derrocamiento de Siad Barré y tres décadas después, continúa activa bajo distintas formas de enfrentamiento. Diversos grupos armados –entre ellos clanes rivales y organizaciones islamistas como Al-Shabaab– luchan por el control de los recursos naturales y el territorio. A todo ello se suma la debilidad del Estado y la inestabilidad social. Esta guerra ha provocado una de las crisis humanitarias más prolongadas del continente, con millones de personas desplazadas, que huyen de la violencia extrema, la pobreza y la inseguridad alimentaria. Las mujeres y los niños son las principales víctimas de esta guerra, para la que no se prevé un final a medio plazo. A todo ello se suman las recurrentes sequías que agravan las hambrunas e incrementan la dependencia de la ayuda internacional.
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Guerra civil en Sudán del Sur: Esta guerra se inició en 2013, dos años después de la independencia del país y, lo que comenzó como una pugna política, se transformó en un conflicto étnico y territorial de efectos devastadores, que ha dejado al país hundido y la población sumida en una de las crisis humanitarias más graves del mundo. Uno de cada cinco habitantes sufre malnutrición severa y el 70% de la población depende de la ayuda humanitaria para sobrevivir. A todo ello se suman las sequías, inundaciones y la destrucción de las infraestructuras. Este conflicto ha ocasionado la mayor crisis de desplazamiento del continente africano, con más de once millones de personas obligadas a abandonar sus hogares. Miles de civiles han sido asesinados, sobre todo, mujeres y niños, víctimas también del uso sistemático de la violencia sexual como arma de guerra.
[–>[–>[–>A pesar de los intentos de mediación y los frágiles acuerdos de paz, los grupos armados siguen activos. Es un conflicto silenciado, que no tiene espacio en la agenda política internacional y del que no se habla en los medios.
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Nigeria vive sumida en una espiral de violencia, desde hace más de una década, provocada por el grupo terrorista islámico Boko Haram (término que puede traducirse como «la educación occidental es pecado»). Este grupo ha cometido atentados indiscriminados, masacres en aldeas, ataques suicidas y ha destruido cientos de escuelas. En conjunto ha matado a decenas de miles de personas y ha provocado el desplazamiento de unos tres millones dentro de Nigeria y a países vecinos.
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La corrupción institucional y la falta de oportunidades para los jóvenes alimenta la actividad de este grupo vinculado al Estado Islámico. Nigeria es un ejemplo de cómo el extremismo, la pobreza y la ausencia de Estado alimentan un ambiente de violencia. Mientras, la comunidad internacional mira hacia otro lado y millones de personas viven atrapadas en este conflicto olvidado.
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República Democrática del Congo: Desde hace décadas, en el este del país se libra uno de los conflictos más sangrientos del continente, que ha provocado millones de muertos y desplazados y que ha utilizado la violencia sexual sobre las mujeres como una herramienta fundamental para aterrorizar a la población y destruir el tejido social. La extraordinaria riqueza del subsuelo de este país –que incluye otros minerales estratégicos como el oro, cobalto, litio y cobre– es la causa principal de estas guerras, cuyo único objetivo es la lucha por el control de estos recursos, sobre todo el coltán, imprescindible para la fabricación de móviles, ordenadores y todo tipo de dispositivos electrónicos.
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El Congo sufre una tragedia humanitaria, que refleja las contradicciones de un mundo globalizado en el que, el lujo y el progreso tecnológico de unos derivan del sufrimiento y explotación de otros.
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Mali: Este país, que fue un referente de estabilidad democrática, está inmerso en una profunda crisis política y social que empezó en 2012 como una rebelión en el norte y se transformó en un conflicto de grupos yihadistas vinculados al Estado Islámico. Actualmente hay varias regiones fuera del control del gobierno central y la población sufre la violencia de los grupos armados, que han provocado miles de muertos. Los ataques terroristas y los secuestros afectan tanto a los malienses como a los extranjeros y la violencia se ha extendido, desde el norte a la capital Bamako. La salida de las tropas extranjeras ha dejado un vacío que está siendo aprovechado por los grupos armados y por nuevas potencias extranjeras. En el momento actual, los yihadistas ejercen su poder cortando el suministro de combustible al país y amenazando con imponer la ley islámica en todo el territorio. Mali es un ejemplo de cómo la combinación de corrupción, extremismo religioso y abandono internacional, pueden convertir al país en el Afganistán africano, con sus inevitables consecuencias para toda la población y especialmente para las mujeres.
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