Richard Gere, oh, Gere
Como todas las mañanas desde hace 55 años, Richard Gere entra en su habitación para la meditación. Allí, sentado, cómodo y concentrado, mira las fotos que cuelgan de las paredes, prácticamente el único atrezzo de la estancia: son los retratos de sus maestros budistas. Jamás llegará a su nivel, por mucho que practique, pero un día más se siente contento y satisfecho, se dice mientras empieza a seguir su propia respiración. Hoy pierde la cuenta, así que, como hace siempre que ocurre, se detiene y se dice: «Oh, estoy pensando otra vez». Vuelve a concentrarse en su respiración y poco a poco se pierde dentro de sí mismo.
[–>[–>[–>Pero irrumpen en esa ausencia de ruido que tan bien le ha hecho todos estos años varios rostros de su pasado. Aparece Homer Gere, su padre, su primer maestro, el hombre que iba para pastor pero prefirió ser vendedor de seguros y a quien todos en su comunidad en Syracuse recurrían cuando necesitaban algo. Y el Dalai Lama, quien se rio tanto de él nada más ser presentados: le preguntó si como actor su trabajo era jugar con las emociones y Richard le respondió con vehemencia (¡Su Santidad se interesaba por lo que hacía!); aunque aquel venerable anciano se carcajeó y le dijo: «Pobre, crees que las emociones son reales».
[–> [–>[–>Desde entonces Richard sabe que Richard es un constructo, un personaje del que se distancia regularmente para encontrar la claridad, la que hoy le dribla como si estuviera jugando con él. Porque Julian Kaye (American Gigolo), Zack Mayo (Oficial y caballero), Edward Lewis (Pretty woman), Leonard Fife (Oh Canada!) y Richard Gere (Richard Gere), ninguno existe y todos son verdad, vienen hoy a visitarlo, como si tuvieran algo que decirle. Fue una carcasa sonriente y magnética para todos ellos, como para aquellos estupendos trajes de Armani o las campañas por el Tíbet y por la investigación del sida. De alguna manera, así es como mejor se siente: alguna noche ha soñado que se miraba en un espejo y era… un espejo.
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Quizás lo sea, en realidad. Richard no siente ser nada sino reflejos, lo que millones de personas creen que es: gay, hippy, presuntuoso, borde, iluso, predicador… Incluso, alguien se inventó aquello del jerbo en el culo y la broma terminó hasta en un episodio de Los Simpson. Richard sólo respondió a las habladurías en una ocasión: cuando decidió, casado con Cindy Crawford, gastarse 20.000 dólares en anunciar a doble página en The Times que ambos eran «heterosexuales y monógamos» y que estaban «muy casados». Bueno, en otra también: cuando fue a una audiencia por su divorcio con Carey Lowell y, sintiéndose hostigado por la prensa, blandió un paraguas negro como si fuera una espada. En The Observer escribirían: «Gere llevaba un rosario en la muñeca izquierda y una bolsa de lona naranja de un festival de oración tibetano (…) De alguna manera es reconfortante saber que incluso las personas más pacíficas pueden volverse un poco locas ante un desamor». Son los riesgos que asumen los que persiguen abiertamente la virtud, se consoló entonces.
[–>[–>[–>También se le cuela Lulu Simon, la hija de Paul, a quien le compró la casa donde pasó su infancia bajo la promesa de que no la demolería jamás. Al final, Richard se la vendió a un promotor inmobiliario en nueve parcelas separadas. «Espero que mis mascotas muertas que enterramos en el jardín te atormenten hasta que caigas en una locura lenta e implacable», conjuró Lulu. Alguna vez tiene pesadillas con un perro rabioso pero pronto se le pasa, sin necesidad de despertarse: ventajas del budismo y la consciencia pura, saber que todo es una ilusión.
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Aparece la propia Alejandra, su mujer. Cuando se instaló en España le preguntaron el motivo: «Ella me ha dado seis años de su vida en mi mundo. Lo justo es que yo le dé como mínimo seis en el suyo». Estupenda frase pero, al final, estuvieron en La Moraleja doce meses. Alejandra no se lo tiene en cuenta: tiene tanto que aprender de ella…
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[–>Richard necesita volver a perderse en su respiración. Siente que las miradas de sus maestros en sus retratos se clavan en su espalda. Pero sobre todo siente el ir y venir del personal de servicio: Alejandra ha organizado una cena con los amigos españoles para celebrar el Día de Acción de Gracias. Así que Richard se levanta, saluda a sus mentores budistas en las paredes, y se dispone a ser Richard Gere y responder, con cordialidad y una sonrisa, las preguntas de los invitados sobre Julia Roberts.
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