Lecciones de festival
Con la repentina desaparición de José Luis Cienfuegos se acaba de cerrar de forma terrible y abrupta un periodo esencial en la historia de los festivales de cine. Queda ya para la historia la asombrosa transformación que llevó a cabo en el Festival de Cine de Gijón, la formidable tarea de hacer crecer un festival como el de cine europeo de Sevilla hasta cotas nunca vistas y el trabajo que deja, lamentablemente sin concluir, en la Seminci de Valladolid. Cienfuegos revolucionó el trabajo de programador rompiendo cualquier frontera, cualquier borde o cualquier límite. Pese a su estilo, militante, comprometido y arriesgado fue capaz de mantener impoluta su libertad como programador evitando caer en la tentación de ser complaciente siguiendo coyunturales corrientes externas o directrices impuestas desde las administraciones.
[–>[–>[–>«Valiente Cienfuegos» lo llamó la actriz María de Medeiros al recoger un Premio en el SEFF. La seriedad y esa valentía que siempre acompañaron los festivales bajo su dirección calaban en el público, haciendo que quienes nos acercábamos a estas propuestas supiéramos que aquello no iba a ser cualquier cosa ni que absolutamente nada iba a estaba ahí porque sí. Todo tenía un sentido y todo nos interpelaba. Esto, que parece tan obvio, es una de las cosas que aprendí de él. El respeto por la profesión, por el cine, los cineastas y el público.
[–> [–>[–>Su pasión por el cine estaba por encima de todo y supo cómo nadie transmitirlo a todo el mundo. Después de su cese en el festival de Gijón muchos asturianos nos reencontramos en Sevilla, una ciudad a la que algunos nunca habíamos ido y un festival del que desconocíamos su existencia, pero ahí estábamos, acompañando a Cienfuegos desde Asturias y desde muchos otros lugares de España o de Europa. Y eso lo hicimos porque compartíamos su pasión, respetábamos y necesitábamos de su manera de crear un festival como punto de encuentro, de debate, de conversación y de profundo disfrute cinéfilo.
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No descubro nada diciendo que era un tipo muy inteligente, con una enorme capacidad de observación. Es imposible disociar en él la parte profesional de la parte personal, porque Cienfuegos vivía para su trabajo. Su pasión por el cine era su vida. Conocía al milímetro cada pequeño detalle de todo lo que sucedía en sus festivales. En una edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, después de que me tocara presentar y moderar el coloquio de uno de los largometrajes a competición, esa noche, recibí un mensaje suyo en el teléfono. Un par de líneas felicitándome y dando a entender que, aunque yo no lo hubiera visto, él estuvo presente en la sala. A esto me refiero cuando digo que él cuidaba cada pequeño detalle de todo lo que ocurría en su festival. Siempre tenía un momento para saludar a todo el mundo. Para preguntarte tu opinión sobre la programación, o qué películas habías visto y cuáles ibas a ver. Preguntas que siempre incluían un toque personal y alguna picardía que te hacía sentir acogido y formar parte de la experiencia que suponía el festiva. Esa es otra de las grandes lecciones que nos deja Cienfuegos. Todos los elementos que conforman un Festival de Cine: externos, internos, grandes, medianos o pequeños son esenciales y él lo sabía, lo tenía en cuenta y lo cuidaba con una agudeza que no he visto nunca en nadie más. Nos quedamos muy huérfanos ahora. Mucho.
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