El banquillo
Siempre nos queda el banquillo. Otro vendrá que bueno lo hará. Imaginemos por un momento que, al capitán del equipo, el que remata a gol que es un primor, le salen a cubrir cuatro defensas rebosantes de mala leche. Uno le atiza patadas en la espinilla, otro le muerde un glúteo, el tercero le da una patada en los cataplines mientras el cuarto le pisa la cabeza. El figura deja de ser figura y en la grada ruge la marabunta decepcionada con su ídolo. En el banquillo, donde se guardan los jugadores suplentes y el cuerpo técnico del equipo, ante la pasividad de un juez árbitro comprado por el equipo contrario, decide en reunión de urgencia, y con dolor de corazón, sacar a un suplente y sentar en el banquillo al maltratado capitán. Tal como está el patio, no es de extrañar que suene la flauta y el segundo de abordo haga un hat-trick.
[–>[–>[–>Los equipos de fútbol, lo mismo que los partidos políticos, pueden recurrir al banquillo. Al jefe de filas del partido del Gobierno, entre unos y otros, lo han acribillado más que al mismísimo San Sebastián, no le queda un centímetro de su cuerpo donde ensartar otra flecha envenenada. Y por mucha resiliencia que tenga el hombre, de esa traza no va a ninguna parte. Parece ser que el muy ingenuo y miope depositó su confianza en un grupeto de cabrones que ocultaban sus ilícitos afanes de lucro bajo la manga. El cotarro mierdoso salió a la luz y los canallas, ante el enjaulamiento inminente, movidos por el rencor, con sus dagas repitieron la escena de la muerte de Julio César. Estas fueron sus últimas palabras: » ¡Tu quoque, Abalus!».
[–> [–>[–>Sumemos a esto el hecho de que en la asamblea de rabadanes la oposición está liderada por un tipo enrocado en el mantra: «¡Mamá, quiero ser presidente!». Y no cejó durante dos años de vilipendiar, bulear (no sé si la palabra está en el diccionario, si no lo está, se incorporará en breve), insultar, buscar cuatro pies al gato al entorno del César con la complicidad de los cuervos. En fin, así no hay quien dé un paso. Dos defectos mandan a un presidente a la reserva: la ceguera y la ingenuidad. Y la duda.
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Urge tirar de banquillo. El director técnico y el analista táctico del Partido llegan a la conclusión de que no hay salida, el barco hace agua, no queda otra solución: «¡Félix, ve calentando!».
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