Mucho más que himnos
El legado de Jorge Martínez va mucho más allá que esa colección de himnos que han marcado las últimas décadas del rock en castellano. Su herencia permanecerá más allá de sus canciones porque no solo fue un creador excepcional, Jorge fue el tipo más generoso que te podías cruzar en la vida. No es que siempre estuviese dispuesto a echar una mano a una banda de chavales que empezaban, es que Jorge, sin que nadie se lo pidiese, siempre estaba ahí. Su sola presencia daba aliento a los músicos jóvenes pero él iba más allá. Le apasionaba compartir conocimientos, unos conocimientos ingentes. Insistía en ajustarte esa guitarra que habías comprado con su consejo, repetía una y otra vez que fueses a la Casa del Misterio, que te enseñaba a tocar. Lo hizo durante años con alguien que no es capaz de enlazar dos acordes y lo hizo con críos que cogían la guitarra por primera vez, muchos de ellos son hoy grandes instrumentistas. No le importaba que no tuvieses ni idea, él quería que jugases, que aprendieses, que disfrutases de algo que tanto alegrías le había dado.
[–>[–>[–>Esa impronta está presente en muchas de las bandas de la escena asturiana. Sin Jorge, sin su inspiración, sin sus consejos, sin su apoyo, esa escena no sería ni de lejos lo que es ahora.
[–> [–>[–>Tenía la virtud de compartir todo. Para él, la sabiduría era algo universal que había que socializar.
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Este año no pudo estar en el Concurso de Rock Ciudad de Oviedo que lleva el nombre de su querido Jandro Espina. Era un habitual de las noches de la plaza Feijoo, siempre con la palabra exacta y siempre, absolutamente siempre, acababa deslizando algún consejo a los músicos primerizos. «Seguid peleando amiguitos, sois lo suficientemente buenos», les dijo los chavales de «Querida Margot». Y si él tenía que unirse a esa pelea, es bien sabido que hubiese ido el primero a la batalla.
[–>[–>[–>Jorge era feliz entre los jóvenes porque siempre fue un niño. Era ese compañero de parque (bares) que quería que fueses a su casa a jugar con su colección de soidaditos de plomo. Era la personificación de ese consejo infantil de «hay que compartir».
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Verlo hablar con los niños era un auténtico placer. Tuvo una época que quiso hacer un disco de canciones infantiles. Escribió alguna y lo contaba con la misma pasión con la que lo hacía todo. Ahí Jorjón se convertía en Jorgito.
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[–>Con su muerte, muchos han propuesto que tenga una calle, una plaza o una estatua en Oviedo. Es de justicia, pero no por lo tangible, por esos discos que ahora atesoramos como joyas. Jorge Martínez debería ser recordado porque sin él, Oviedo ya no es lo mismo. Ya no aparecerá por El Ovetense, por el Jamón, por Malasaña o por La Menuda. Ya no hará sitio en su mesa para todo el mundo. Ya no preguntará por el trabajo, por la familia, por esa maldita guitarra que me convenciste para comprar.
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Jorge nos educó en lo musical y nos cuidó en lo personal, a todos, a amigos, a allegados, a conocidos. Tenía el don de la generosidad y el de los cuidados, algo tan poco frecuente que hicieron de él una persona única e irrepetible.
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